La manera de expresarse cambia, y la capacidad de adaptarse de los jefes no siempre es la mejor; la informalidad reina en el trabajo, pero no la falta de profesionalismo.
Hay sucesos que invaden a la sociedad toda a través de los
medios, cuyos contenidos son banales de cabo a rabo y carecen de importancia
real. También hay otros, verdaderamente importantes, que solo son conocidos por
compañeros de trabajo y no trascienden más allá de las cuatro paredes de una
oficina, aunque son brotes de una civilización no descubierta aún. Contrariando
las leyes de gravedad, veremos un caso que tuvo lugar en una empresa
importante.
La jefa de Personal, una mujer que frisa las cuatro décadas
- como diría Ricardo Arjona-, recibe un mail interno de un nuevo empleado con
la mitad de su edad. Empieza de la manera que sigue: "Holis. ¿Cómo te va?
Soy Fernando de Expedición". Expone su caso y finaliza escribiendo:
"Gracias, tesoro, por leer y espero se pueda solucionar". La jefa, no
sin cierta sorpresa, lo invita a conversar en su oficina y lo recibe:
"Holis. Soy la Jefa de Personal. Comentame lo que sucede". El joven
saluda respetuosamente. "Buen día, ¿cómo está usted?". Ella responde:
"Yo muy bien, mi tesoro". El empleado, un poco confuso, pregunta:
"Disculpe, ¿usted se siente bien?". "Me siento fantástica. ¿Por
qué?". "Por su forma de hablarme", responde el joven
empleado". La jefa traduce: "Ah, comprendo. Lo decís por el 'holis' y
el 'tesoro'". El muchacho se ríe, entiende la situación y concluye:
"¿Sabe qué? Ahora creo que va a interpretar lo que me pasa con mi jefe.
¡No me entiende! Se enoja, me evalúa mal por mi manera de expresarme".
El jefe es un señor de seis décadas. La Jefa de Personal trató de
explicarle a éste sobre las diferencias en el lenguaje generacional, pero con
dudoso éxito.
El diálogo es un ejemplo paradigmático de la conexión con
los aborígenes futuros, ya prácticamente actuales. La Jefa de Personal, con
mente abierta y ágil, resolvió el tema en pocos minutos, hablando en su mismo
idioma. Naturalmente, significa un esfuerzo, pero necesario. Algo así como
mudarse de país sin conocer una la lengua del lugar.
Está claro que existen dificultades y más de uno se
escandalizará por tanta irrespetuosidad que, tanto para el joven como para su
superior, no resultaba visible. Imposible entenderse así. Pero hay recursos
para superar el conflicto púdico, basado en nuestra propia historia del
lenguaje y las reglas de cortesía. Hoy nadie escribiría un WhatsApp iniciando la carta con "Acudo a Vuestra
Merced". Si invirtiéramos los términos, un mensaje de texto de este tipo,
sin dicho encabezamiento; sería considerado una falta de respeto. Pero
estaríamos en el Siglo XVII.
Más cerca aún, a principios del Siglo XX, no era tan
frecuente tutearse entre compañeros de oficina, y mucho menos aceptable hacerlo
con el jefe. Véase el libro o el film "La
Tregua". Otro ámbito. En la Universidad, para rendir un examen oral
con posibilidades de éxito, era prácticamente obligatorio el uso de saco y
corbata. Hoy, en los turnos de diciembre o marzo, se presentan con bermudas y
ojotas. ¿Es la vestimenta un dato imprescindible para evaluar los conocimientos
adquiridos?
Hay que realizar un turismo de anticipación, fundamental
para abrir la posibilidad de incorporar a las nuevas generaciones que ya están
golpeando la puerta, prestos a entrar. "Nada se pierde, todo se
transforma", diría Antoine
Lavoissier en 1791, refiriéndose a la ley de conservación de la materia.
Pero más acá de la física, lo más importante y difícil, es transformarse a sí
mismo, es decir, tener la voluntad y decisión de adaptarse al nuevo país, cuya
geografía y habitantes no han sido estudiados suficientemente todavía. Apenas
tenemos algunos datos, pero si nos quedarnos aferrados al mismo lugar, será
convertirnos en pobres náufragos perturbados.
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