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Ser un profesional
discreto es un básico, pero la atención prioritaria hacia las nuevas
habilidades ningunea en ocasiones a la necesaria discreción en el trabajo.
Errar en esto es un camino directo al descrédito.
Ser incapaz de guardar un secreto; sucumbir a la vanidad y
hacer un mal uso de una información que no debería ser pública; presumir
absurdamente de tener poder y contactos en la oficina, yéndose de la lengua; o hablar
mal del jefe, de los compañeros o de la empresa... Son indiscreciones que
pueden condenarle profesionalmente y arruinar su carrera.
Pilar Jericó, presidenta de Be-Up, recuerda que el gran
peligro de las indiscreciones es que generan desconfianza. Añade que "hoy,
la falta discreción ya no se suele incluir en los perfiles de competencias. Se
trata de algo tan básico que se da por supuesto, algo así como un valor
higiénico. Y se tiende a valorar más otras habilidades. Pero a pesar de todo,
la indiscreción se sigue produciendo. Resulta muy tentadora (más aún con la
presencia sugerente de las redes sociales), y todavía hay quien trata de ser (o
parecer) importante usando herramientas de la información en su
beneficio".
Sobre las redes sociales e internet Andrés Pérez Ortega,
consultor en estrategia personal, explica que hay un tipo de indiscreción
relacionada con lo dospuntocero, la que podría llamarse indiscreción por
omisión: "No se trata tanto de lo que se dice como de lo que no se dice.
Por ejemplo, si suenan las alarmas en LinkedIn acerca de que uno o varios
directivos de una empresa en crisis están cambiando de puesto o de compañía, es
un indicador involuntario de que algo está pasando. Si un grupo de directivos
de una firma con intención de expandirse aparece haciéndose selfies en un país
extranjero, eso puede dar algunas pistas. Si alguien critica en Twitter una
reestructuración interna, eso brinda información de primera mano sobre el clima
laboral de una organización... En este momento, una parte importante del papel
que realizaban los espías industriales lo hacen gratis las redes sociales si se
sabe leer entre líneas".
De la habilidad a la
vanidad
Jericó observa que la discreción es asimismo una de las
habilidades necesarias si uno quiere ascender: "Cuanto más asciendes, más
información tienes. Y también tiene que ver con el hecho de formar
equipo".
Para Arancha Ruiz, autora de Qué busca el headhunter, la
discreción no sólo es una habilidad. También supone una muestra de lealtad.
La discreción no es sólo una
habilidad,
ya que también supone una muestra
de lealtad
Entre las informaciones indiscretas imprudentes está el
hecho de revelar datos estratégicos de la compañía. Otro tipo de indiscreción
es la que muestra las debilidades de un jefe, un compañero o de la propia
empresa. Ruiz opina que "quien las comete es una persona que no mide el
valor de la información que posee. Quiere demostrar que tiene poder porque
dispone de esa información, pero lo cierto es que esa indiscreción -y el hecho de
justificarse o tratar de quedar bien contando cómo otro lo ha hecho mal-
demuestra que no se es digno de ese poder". Asegura que "poner de
manifiesto las deficiencias de otro para quedar mejor rebaja al equipo. En
último término, refleja que uno está en un grupo que no aporta valor. Es un
punto de vanidad que pone a quien cae en esa tentación por encima del bien del
grupo. Y eso tiene un efecto boomerang".
Sobre el poder y la vanidad, Andrés Pérez asegura que
"una de las razones por las que nos vamos de la lengua en un entorno
profesional es por la sensación de tener -y sobre todo de demostrar- que
tenemos algo valioso de lo que los demás carecen, o por transmitir que nos
relacionamos con gente que maneja los hilos en una organización. En realidad,
el contenido del mensaje es lo de menos, lo fundamental es que transmite que el
mensajero es alguien a quien hay que tener en cuenta".
Pérez añade a todo esto que "las indiscreciones suelen
surgir cuando no hay información en un momento de crisis, de cambio, o cuando
se quiere influir en los demás con datos reales o fake news internas. El efecto
es letal, porque las fuentes fiables dejan de ser los portavoces de la empresa
para pasar a quienes saben manipular o influir desde cualquier nivel de la
organización, o incluso fuera de ella. Cuando se olvidan o se traicionan los
valores y los principios de una compañía, cuando ya no queda nada ni nadie que
ejerza de guía, surge el sálvese quien pueda y cada uno trata de guiarse por lo
que surge en cada momento".
Errores y desconfianza
Arancha Ruiz se refiere también a la indiscreción que se da
por error: "Algunas veces se comete porque a uno no le advierten de que la
información a la que accede es sensible, y así no se puede ser consciente del
valor real de esa información". Andrés Pérez habla de una indiscreción
accidental que se da cuando en una organización no se definen claramente los
límites sobre lo que se puede decir y lo que no. Sugiere que "la mejor
forma de evitar indiscreciones o filtraciones es establecer la norma de no
hablar de asuntos de la empresa, fuera de ella o incluso entre compañeros que
no pertenezcan al mismo departamento".
La mejor forma de evitar indiscreciones o filtraciones es establecer
la norma de no hablar de asuntos de la empresa
En relación con esta indiscreción "por accidente",
Pérez comenta otra ocasión en la que ésta no busca conseguir nada, y es
inconsciente: "Se produce cuando uno divulga una información sin tener en
cuenta a las personas que puedan estar escuchando: es la típica conversación en
la cola del Puente Aéreo o en el AVE en el que viaja gran parte de la
competencia después de una feria comercial. Resulta curioso que se ponga tanto
esfuerzo en evitar filtraciones en correos electrónicos o en redes sociales si
luego se descuidan los canales clásicos".
Arancha Ruiz añade que cuando no es el momento de dar una
información concreta, eso también se puede tomar como una indiscreción.
Recuerda el caso del general de Abraham Lincoln que desobedeció una orden del
presidente estadounidense creyendo que hacía lo correcto, aunque se equivocó.
Lincoln, en caliente, escribió una carta al militar para reprobarlo, aunque
años después se descubrió que nunca llegó a enviar la misiva, pues se dio
cuenta de que, enfadado, no debía usar aquella información, ni siquiera para
lograr una reacción de su general.
Ruiz concluye que hay errores imperdonables cuando se comete
una indiscreción: revelar información estratégica o muy sensible no se perdona.
Y si hay vanidad, la persona es cada vez menos digna de
confianza y pasa a una muerte lenta. La irán apartando y no le darán más
información.
Pero la peor indiscreción es rajar del antiguo jefe, empresa
o compañeros. Ruiz asegura que el candidato que habla mal de la propia compañía
en un proceso de selección nunca puede ser confiable.