Día de Reyes de 2019. El Corte Inglés dio a entender con un
anuncio de sus productos que conocían todos nuestros gustos. Fue la
confirmación de lo que todo el mundo ya pensaba: que las máquinas nos espían.
Y el país entero entró en pánico.
El anuncio en cuestión no es más que una simplificación de
lo que en data science se conoce como sistema de
recomendación, que busca predecir tus gustos personales en comparación con los
de otros usuarios. Todos tenemos un número limitado de preferencias y de
combinaciones de las mismas. Por ejemplo, si compro lápiz y papel, es
previsible que el sistema me ofrezca un combo que también incluya la goma de
borrar y un estuche, porque es lo que suele comprar la mayoría de la gente. La
personalización de la experiencia lo llevan haciendo muy bien Amazon, Google y
Facebook desde hace muchos años.
El desarrollo de algoritmos de recomendación, por lo tanto,
es un área de investigación muy activa y fundamental para estas empresas. Y
aparte de no parar de recomendarte cosas, también nos ofrecen sofisticados
productos de comunicación, búsqueda y gestión de información. Pero nada es
gratis. La moneda con la que pagamos por todo esto es valiosísima información
sobre nosotros mismos. Porque si no pagas por el producto, el producto eres tú.
Tu información se junta con la de otros usuarios y permite que los algoritmos
se entrenen cada vez con más y mejores datos para hacer recomendaciones cada
vez más personalizadas.
- Si te dan todo lo que quieres es
difícil desengancharte, ¿verdad?
Un pequeño inconveniente es que vendan tus datos a terceros,
que a su vez intentarán venderte sus productos. Peor aún es que el límite de la
intimidad personal cada vez está más difuminado. Porque por mucho que lo hayan
endulzado y regulado con el paso de los años, la invasión de la intimidad
parece estar justificada para Mark Zuckerberg (“la intimidad ya no se
lleva”) o para Eric Schmidt de Google, ya que nuestra información
analizada es lo que genera su volumen de negocio. Luego está el experimento de
2017 de Quartz con móviles que carecían de tarjeta SIM (no estaban conectados a
ninguna red) y que demostró que Google sistemáticamente registra todos y cada uno
de nuestros movimientos. Y hace unos meses descubrimos que si no es Google,
entonces es el software preinstalado en Android quien nos vigila
indiscriminadamente.
En 2017, Chamath Palihapitiya, exejecutivo de Facebook,
confesó avergonzado que habían creado herramientas tan invasivas que estaban
destruyendo los pilares de nuestra sociedad. Sabiendo todo esto y que quienes
pasan más tiempo en las redes sociales son más propensos a la depresión, es
comprensible que incluso Elon Musk haya eliminado las redes sociales de su vida
personal.
La violación de la intimidad ya es algo cotidiano. En
febrero nos enteramos que el Nest Guard (un sistema de seguridad para el hogar)
llevaba fabricándose con un micrófono oculto desde 2017, aunque según Google
"nunca tuvieron intención de ocultarlo. O como cuando descubrieron cámaras
ocultas en aviones, y American Airlines y Singapore Airlines se defendieron
alegando que nunca serían operativas y que “Panasonic las fabricaba
así”.
- No, a mí tampoco me convencen
Por una parte vivimos conectados, pero queremos estar
conectados a otras personas y no necesariamente a máquinas que registran cada
uno de nuestros movimientos. El problema no es que no tengas nada que ocultar,
incluso aunque decidas creerte que no te importa. El verdadero problema de
saberse espiado es el efecto psicológico tan profundo que tiene y que acaba
condicionando todo nuestro comportamiento. Esto lo entendió muy bien el
filósofo inglés Jeremy Bentham (1748-1832) quien diseñó prisiones circulares
donde las celdas individuales miraban a una torre de vigilancia central
(“panópticos”). Como los cristales de la torre tenían persianas, tampoco
importaba que hubiera vigilante: el miedo a sentirte vigilado ya es suficiente
para controlarte. Por esta misma razón tampoco te saltas un semáforo en rojo en
una calle desierta a las cuatro de la mañana.
Dentro del moderno panóptico que es la internet, y como
soluciones cortoplacistas dentro de un problema mayor, existen navegadores
menos invasivos, sistemas de mensajería más seguros y servicios de email y
motores de búsqueda que no registran cada uno de tus movimientos. Lo más
importante es entender que la intimidad no es algo binario, sino que podemos
regularla en muchos grados y decidir cuánto queremos que el mundo sepa sobre nosotros.
Renunciar a tu derecho fundamental de intimidad, de
autonomía, de explorar nuevas ideas y de ser creativo aunque solo sea en la
intimidad de tu habitación es condenarte a tu propia deshumanización. Dante ya
nos advirtió de esto mismo hace 700 años:
“Considerad vuestra simiente:
no fuisteis hechos para vivir como bestias,
mas para perseguir virtud y conocimiento”.
Divina Comedia (Infierno, Canto XXVI)
Diego Miranda-Saavedra es científico de datos y profesor en el máster de
Inteligencia de Negocio y Big Data de los estudios de Informática, Multimedia y
Comunicacion y de Economia y Empresa de la Universitat Oberta de Cataluya
(UOC).
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