Existe una paradoja al pedir a alguien su apoyo: mientras la
ayuda que se da libremente hace que el que ayuda se sienta bien diversas
investigaciones sobre el tema muestran que los beneficios emocionales de
prestar ayuda a una persona desaparecen cuando nos sentimos controlados y
pensamos que tenemos la obligación de hacerlo y no tenemos más remedio que ofrecer
nuestro apoyo. Por tanto, la sensación de que estamos ayudando porque queremos
es esencial para obtener los beneficios psicológicos de prestar
ayuda.
La dura realidad es que si no estamos recibiendo el apoyo
que necesitamos de las personas que nos rodean con frecuencia es culpa nuestra
ya que asumimos que nuestras necesidades y motivaciones son más obvias de lo
que son y que las expresamos claramente. Los psicólogos llaman a este efecto la
“ilusión de transparencia”.
Uno de los hallazgos más interesantes que han surgido de los
nuevos estudios sobre el funcionamiento del cerebro es la comprobación de que
éste procesa el “dolor social” o incomodidad que sentimos en nuestras
interacciones con los demás, de forma muy similar a cómo procesa el dolor físico,
por ejemplo de un calambre muscular. Los estudios de Naomí Eisenberger han
mostrado que en la experiencia tanto del dolor físico como del social
interviene un área del cerebro (corteza singular dorsal anterior) que es la que
tiene la mayor densidad de receptores de opioides, por lo que, por ejemplo, si
nos tratan injustamente o nos sentimos rechazados va a activar esta región del
cerebro de forma similar a como lo haría un dolor de cabeza. La investigadora,
junto a su colaborador Nathan
De Wall ha podido demostrar como los participantes en su estudio que
tomaban 1000 mlgr de Tylenol diariamente durante tres semanas disminuían la
sensación de dolor social en comparación de los de un grupo
La razón por la que el cerebro humano procesa una ruptura
sentimental como un brazo roto parece ser que es porque el dolor, físico y
social, es una señal importante en nuestra lucha por la supervivencia. Nos
alerta de que algo va mal, de que hemos dañado nuestros cuerpos o nuestras
relaciones con otros, lo cual es esencial para mantenernos vivos.
David Rock, director
del Intituto de Neuroliderazgo,
ha dedicado años a investigar sobre los distintos tipos de amenazas
sociales que pueden originar una respuesta de dolor y sobre todas las
consecuencias negativas que le acompañan, tales como disminución de la memoria
y pérdida de la atención, en nuestras relaciones cotidianas con los demás. Ha
identificado 5 categorías:
1.- Dolor ocasionado por amenazas al estatus. Entendido
éste como nuestra sensación de valía en relación con los demás. Cuando pensamos
que nuestros amigos o compañeros no nos han tratado con el suficiente respeto,
nos han contradicho o ignorado se origina una sensación de fuerte amenaza al
estatus.
2.- Dolor derivado de las amenazas contra la
certidumbre. Los seres humanos tenemos un fuerte deseo innato de
predictibilidad. Queremos saber qué es lo que está pasando a nuestro alrededor
y especialmente lo que va a pasar para estar preparados para afrontarlo.
Algunas de las mayores fuentes de estrés que percibimos las personas tanto a
nivel personal como profesional giran alrededor de la incertidumbre, por
ejemplo de si se va a mantener una relación o si mantendremos nuestro trabajo
tras una fusión.
3.- Dolor ocasionado por amenazas a la autonomía. Junto
al deseo de conocer el futuro viene el deseo de control No es suficiente con
saber qué va a pasar sin sentir que podemos gestionarlo de forma eficaz. Los
psicólogos vienen defendiendo desde hace mucho tiempo que la necesidad de
autonomía es una de las necesidades básicas de los seres humanos. Cuando las
personas sienten que no tienen control no sólo pueden experimentar episodios de
dolor sino que si el sentimiento se mantiene pueden caer en episodios
depresivos.
4.- Dolor derivado de amenazas a las relaciones. La
sensación de pertenencia y de conexión con los demás constituye una de las
fuentes más poderosas de recompensa y amenaza en el cerebro. Situaciones
aparentemente triviales de rechazo se ha comprobado que pueden tener profundos
efectos negativos en la persona.
5.- Dolor procedente de amenazas a la justicia. Las
personas somos muy sensibles a la percepción de ser tratados con equidad,
llegando a aceptar resultados que pueden no ser tan positivos o hasta negativos
en interés de la justicia.
Considerando estas amenazas sociales nos podemos explicar
por qué con frecuencia evitamos pedir ayuda. Cuando solicitamos el apoyo de
alguien se abre la posibilidad de que experimentemos estas 5 clases de dolor
social al tiempo. Al hacer una petición a una persona muchos de nosotros, al
menos inconscientemente, podemos sentir que hemos rebajado nuestro estatus y
que podemos estar expuestos al ridículo o mofa porque la solicitud de ayuda
puede revelar una falta de conocimiento o habilidad. Como no conocemos cuál va
a ser la respuesta del otro ha descendido nuestro nivel de seguridad y
certidumbre y cómo no tenemos más remedio que aceptar su respuesta, sea ésta la
que sea, hemos perdido cierto grado de autonomía, también. Si es negativa
podemos sufrir un sentimiento de rechazo personal y evidentemente ese “no” casi
siempre vamos a pensar que es injusto.
Otras razones que buscamos para no tener que pedir
ayuda son:
a).- Asumimos que la respuesta va a ser negativa. Las
personas tenemos tendencia a subestimar las oportunidades de recibir la ayuda
solicitada, pero la realidad muestra que los demás si lo van a hacer si lo
requerimos, ya que suele resultar más complicado decir no y si
lo hacemos con frecuencia ante una segunda petición vamos a contestar
afirmativamente porque es muy difícil decir dos veces que no ante una petición
de ayuda porque, en este caso, tenemos que encontrar muy buenas razones para
justificar nuestra negativa.
También, tenemos que tener en cuenta que si hemos dicho que
si nos va a costar decir que no debido a la disonancia cognitiva: “Soy una
persona maja y que ayuda” nos decimos y queremos seguir pensando esto de
nosotros mismos. Además si hemos dicho que sí a alguien en el pasado y luego le
decimos que no puede parecer estamos cayendo en una contradicción o inconsistencia
que va a hacer que aflore la desagradable tensión de la disonancia cognitiva.
Esta realidad ha inspirado, por ejemplo, una técnica de ventas que se
llama “el pie en la puerta”: primero pedimos un favor relativamente pequeño y
que no cueste mucho esfuerzo que sabemos que van a aceptar y una vez que nos
hayamos asegurado el sí formular una petición de mayor envergadura.
b).- Asumimos que pedir ayuda nos va a convertir en
personas menos atractivas y competentes. La mayor parte de las
personas creen, erróneamente, que prestar ayuda deja una mejor impresión que
pedirla. Diversas investigaciones muestran que a los que ayudan les
gustan más las personas a las que ayudan una vez les han prestado su
colaboración ( aunque no nos guste mucho una persona si le ayudamos nuestros
sentimientos hacia ellos serán más positivos).
Ayudar tiene una serie de efectos beneficiosos sobre el que
ayuda: le eleva el ánimo, le hace sentir bien y siente que está colaborando
para que el mundo sea un poco mejor.
Ante una petición de
ayuda Grant plantea que existen cuatro posibles respuestas:
1.- NO. Un explícito: “No lo siento no puedo
ayudarte” es la respuesta que solemos esperar recibir, pero no suele ser, como
hemos comentado, la más frecuente ya que nos resulta complicado dar una
negativa clara y firme ante una petición de ayuda.
2.- SILENCIO. La alternativa más popular suele
ser ignorar directamente la solicitud y así poder pretender ante nosotros
mismos que hemos olvidado contestar o que no nos ha llegado. El beneficio
de esta respuesta es que no experimentamos la incomodidad de decir que no. El
aspecto más negativo es que deja al que ha hecho el requerimiento esperando una
respuesta y el resultado final es el mismo que en el caso anterior: no hay
ayuda.
Ambas respuestas pueden a la larga generar al menos algún
grado de incomodidad al que no accede a la petición y le puede dejar con la
sensación de que es mala persona.
3.- SI RETICENTE. “Oh, de acuerdo, supongo que
tendré que hacerlo en algún momento” es una reacción muy popular especialmente
cuando no se puede evitar a la persona que formula la petición de ayuda. Al
elegir esta respuesta evitamos el sentimiento de culpa que ocasiona rechazar
ayudar mientras minimizamos las molestias e intentamos dedicar el menor esfuerzo
posible.
4.- SI ENTUSIASTA. Es la mejor reacción para las
partes implicadas ya que el que va a ayudar no sólo va a dar lo mejor de sí
mismo sino que se va a sentir muy bien al hacerlo, no sólo se va a sentir más
feliz y contento con él mismo sino que va a fortalecer sus relaciones con
aquellos a los que presta ayuda.
Los psicólogos que estudian los comportamientos prosociales
han observado desde hace mucho tiempo que existe más de una fuente potencial de
motivación cuando una persona ayuda a otra. Han identificado dos causas
principales:
a).- Ayudamos porque tenemos que hacerlo.
b).- Ayudamos porque queremos hacerlo.
Los seres humanos tenemos una serie de necesidades
psicológicas y entre las más importantes tenemos la de autonomía (como hemos
comentado antes). Ésta se refiere a la posibilidad de elegir nuestras metas,
actividades y experiencias, así como el sentimiento de que lo que hacemos es un
reflejo fiel de quiénes somos con nuestros valores y preferencias. Cuando
hacemos algo porque lo elegimos estamos motivados intrínsecamente y entonces
disfrutaremos más y mostraremos más interés en hacerlo aunque sea complicado.
Por el contrario si nos sentimos controlados y que no podemos elegir se va a
destruir toda la motivación intrínseca que podamos sentir y procuraremos
terminar cuanto antes y sin mostrar ningún interés.
Por estos motivos si sentimos que tenemos obligación de
ayudar los beneficios de hacerlo desaparecen al sentir que no tenemos control
sobre nuestras decisiones, Para evitarlo se puede comenzar por decir a la
persona si le podemos pedir un favor antes de hacer nuestra petición.
Otro enfoque es a través de la reciprocidad. A través de sus investigaciones
Frank
Flynn ha identificado 3 tipos:
a).- Reciprocidad
personal. Consiste en un intercambio negociado, como por ejemplo cuando dos
profesionales acuerdan intercambiar sus turnos de trabajo. No suele conducir a
ninguna colaboración más allá de la acordada explícitamente, ni gratitud
normalmente y el sentimiento de obligación que se puede percibir se ve
satisfecho por los términos del intercambio de favores.
b).- Reciprocidad
relacional. Es la que solemos mantener con amigos o familiares. Tendemos a
ayudarnos unos a otros asumiendo que en el futuro recibiremos el apoyo que
necesitemos sin registrar si nos deben o no favores. Genera gratitud.
c).- Reciprocidad
colectiva. Consiste en una especie de intercambio generalizado de ayuda a
nivel de un grupo, como por ejemplo cuando prestamos apoyo porque compartimos
la identidad con otro. Ésta puede ser muy amplia, en el caso de ayudar a
alguien de nuestra misma raza, religión o nacionalidad o muy específica cuando
ayudamos a alguien de nuestro departamento.
Esta clase de reciprocidad igual que ocurre con la
relacional se presta sin pensar en un retorno inmediato de nuestra inversión.
No esperamos que la persona a la que hemos ayudado nos apoye en algún momento sino
que creemos que si lo necesitamos cualquier otra persona similar nos ayude.
El problema puede surgir cuando dos personas interpretan el
tipo de reciprocidad de forma distinta y por ejemplo una considerarla personal
y la otra relacional con lo que la relación se puede dañar.
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