Experiencias

Rodolfo Salas: Facilitador y potenciador sobre conocimientos de liderazgo, estrategia, marketing y gestión de los negocios.

Fortalezas: Dirigir, inspirar e integrar a otros con una gran energía, Aceptar cambios de forma positiva, Desarrollar relaciones con otros, Ser más visible y Tener un alto grado de compromiso.

jueves, mayo 23, 2019

Cómo Conseguir que los Demás nos Ayuden

Heidi Grant en “Reinforcements.How to get people to help you” plantea que aunque la idea de pedir cualquier tipo de ayuda nos incomoda, la realidad del entorno laboral actual nos obliga a depender, más que nunca, de la cooperación y el apoyo de los demás. Nadie tiene éxito manteniéndose en una burbuja, independientemente de su nivel jerárquico. Ésta resistencia a pedir ayuda con frecuencia tiene como consecuencia que no obtengamos el apoyo y los recursos que necesitamos y cuando lo hacemos, en muchas ocasiones, nos equivocamos en la forma de hacerlo porque odiamos pensar que estamos, de alguna manera, tratando de imponer nuestros deseos a los demás y éstos consecuentemente van a sentirse forzados a prestarnos su ayuda. 

Existe una paradoja al pedir a alguien su apoyo: mientras la ayuda que se da libremente hace que el que ayuda se sienta bien diversas investigaciones sobre el tema muestran que los beneficios emocionales de prestar ayuda a una persona desaparecen cuando nos sentimos controlados y pensamos que tenemos la obligación de hacerlo y no tenemos más remedio que ofrecer nuestro apoyo. Por tanto, la sensación de que estamos ayudando porque queremos es esencial para obtener los beneficios psicológicos de prestar ayuda.  

La dura realidad es que si no estamos recibiendo el apoyo que necesitamos de las personas que nos rodean con frecuencia es culpa nuestra ya que asumimos que nuestras necesidades y motivaciones son más obvias de lo que son y que las expresamos claramente. Los psicólogos llaman a este efecto la “ilusión de transparencia”.    

Uno de los hallazgos más interesantes que han surgido de los nuevos estudios sobre el funcionamiento del cerebro es la comprobación de que éste procesa el “dolor social” o incomodidad que sentimos en nuestras interacciones con los demás, de forma muy similar a cómo procesa el dolor físico, por ejemplo de un calambre muscular. Los estudios de Naomí Eisenberger han mostrado que en la experiencia tanto del dolor físico como del social interviene un área del cerebro (corteza singular dorsal anterior) que es la que tiene la mayor densidad de receptores de opioides, por lo que, por ejemplo, si nos tratan injustamente o nos sentimos rechazados va a activar esta región del cerebro de forma similar a como lo haría un dolor de cabeza. La investigadora, junto a su colaborador Nathan De Wall ha podido demostrar como los participantes en su estudio que tomaban 1000 mlgr de Tylenol diariamente durante tres semanas disminuían la sensación de dolor social en comparación de los de un grupo

La razón por la que el cerebro humano procesa una ruptura sentimental como un brazo roto parece ser que es porque el dolor, físico y social, es una señal importante en nuestra lucha por la supervivencia. Nos alerta de que algo va mal, de que hemos dañado nuestros cuerpos o nuestras relaciones con otros, lo cual es esencial para mantenernos vivos. 

David Rock, director del Intituto de Neuroliderazgo, ha dedicado años a investigar sobre los distintos tipos de amenazas sociales que pueden originar una respuesta de dolor y sobre todas las consecuencias negativas que le acompañan, tales como disminución de la memoria y pérdida de la atención, en nuestras relaciones cotidianas con los demás. Ha identificado 5 categorías:

1.- Dolor ocasionado por amenazas al estatus. Entendido éste como nuestra sensación de valía en relación con los demás. Cuando pensamos que nuestros amigos o compañeros no nos han tratado con el suficiente respeto, nos han contradicho o ignorado se origina una sensación de fuerte amenaza al estatus.
2.- Dolor derivado de las amenazas contra la certidumbre. Los seres humanos tenemos un fuerte deseo innato de predictibilidad. Queremos saber qué es lo que está pasando a nuestro alrededor y especialmente lo que va a pasar para estar preparados para afrontarlo. Algunas de las mayores fuentes de estrés que percibimos las personas tanto a nivel personal como profesional giran alrededor de la incertidumbre, por ejemplo de si se va a mantener una relación o si mantendremos nuestro trabajo tras una fusión. 
3.- Dolor ocasionado por amenazas a la autonomía. Junto al deseo de conocer el futuro viene el deseo de control No es suficiente con saber qué va a pasar sin sentir que podemos gestionarlo de forma eficaz. Los psicólogos vienen defendiendo desde hace mucho tiempo que la necesidad de autonomía es una de las necesidades básicas de los seres humanos. Cuando las personas sienten que no tienen control no sólo pueden experimentar episodios de dolor sino que si el sentimiento se mantiene pueden caer en episodios depresivos. 
4.- Dolor derivado de amenazas a las relaciones. La sensación de pertenencia y de conexión con los demás constituye una de las fuentes más poderosas de recompensa y amenaza en el cerebro. Situaciones aparentemente triviales de rechazo se ha comprobado que pueden tener profundos efectos negativos en la persona. 
5.- Dolor procedente de amenazas a la justicia. Las personas somos muy sensibles a la percepción de ser tratados con equidad, llegando a aceptar resultados que pueden no ser tan positivos o hasta negativos en interés de la justicia. 

Considerando estas amenazas sociales nos podemos explicar por qué con frecuencia evitamos pedir ayuda. Cuando solicitamos el apoyo de alguien se abre la posibilidad de que experimentemos estas 5 clases de dolor social al tiempo. Al hacer una petición a una persona muchos de nosotros, al menos inconscientemente, podemos sentir que hemos rebajado nuestro estatus y que podemos estar expuestos al ridículo o mofa porque la solicitud de ayuda puede revelar una falta de conocimiento o habilidad. Como no conocemos cuál va a ser la respuesta del otro ha descendido nuestro nivel de seguridad y certidumbre y cómo no tenemos más remedio que aceptar su respuesta, sea ésta la que sea, hemos perdido cierto grado de autonomía, también. Si es negativa podemos sufrir un sentimiento de rechazo personal y evidentemente ese “no” casi siempre vamos a pensar que es injusto. 

Otras razones que buscamos para no tener que pedir ayuda son:

a).- Asumimos que la respuesta va a ser negativa. Las personas tenemos tendencia a subestimar las oportunidades de recibir la ayuda solicitada, pero la realidad muestra que los demás si lo van a hacer si lo requerimos, ya que suele resultar más   complicado decir no y si lo hacemos con frecuencia ante una segunda petición vamos a contestar afirmativamente porque es muy difícil decir dos veces que no ante una petición de ayuda porque, en este caso, tenemos que encontrar muy buenas razones para justificar nuestra negativa. 
También, tenemos que tener en cuenta que si hemos dicho que si nos va a costar decir que no debido a la disonancia cognitiva: “Soy una persona maja y que ayuda” nos decimos y queremos seguir pensando esto de nosotros mismos. Además si hemos dicho que sí a alguien en el pasado y luego le decimos que no puede parecer estamos cayendo en una contradicción o inconsistencia que va a hacer que aflore la desagradable tensión de la disonancia cognitiva. Esta realidad ha inspirado, por ejemplo, una técnica de ventas que se llama “el pie en la puerta”: primero pedimos un favor relativamente pequeño y que no cueste mucho esfuerzo que sabemos que van a aceptar y una vez que nos hayamos asegurado el sí formular una petición de mayor envergadura. 
b).- Asumimos que pedir ayuda nos va a convertir en personas menos atractivas y competentes. La mayor parte de las personas creen, erróneamente, que prestar ayuda deja una mejor impresión que pedirla. Diversas investigaciones muestran que a  los que ayudan les gustan más las personas a las que ayudan una vez les han prestado su colaboración ( aunque no nos guste mucho una persona si le ayudamos nuestros sentimientos hacia ellos serán más positivos).
Ayudar tiene una serie de efectos beneficiosos sobre el que ayuda: le eleva el ánimo, le hace sentir bien y siente que está colaborando para que el mundo sea un poco mejor.  

Ante una petición de ayuda Grant plantea que existen cuatro posibles respuestas: 

1.- NO. Un explícito: “No lo siento no puedo ayudarte” es la respuesta que solemos esperar recibir, pero no suele ser, como hemos comentado, la más frecuente ya que nos resulta complicado dar una negativa clara y firme ante una petición de ayuda. 
2.- SILENCIO. La alternativa más popular suele ser ignorar directamente la solicitud y así poder pretender ante nosotros mismos que hemos olvidado contestar o que no nos ha llegado. El beneficio de esta respuesta es que no experimentamos la incomodidad de decir que no. El aspecto más negativo es que deja al que ha hecho el requerimiento esperando una respuesta y el resultado final es el mismo que en el caso anterior: no hay ayuda.
Ambas respuestas pueden a la larga generar al menos algún grado de incomodidad al que no accede a la petición y le puede dejar con la sensación de que es mala persona. 
3.- SI RETICENTE. “Oh, de acuerdo, supongo que tendré que hacerlo en algún momento” es una reacción muy popular especialmente cuando no se puede evitar a la persona que formula la petición de ayuda. Al elegir esta respuesta evitamos el sentimiento de culpa que ocasiona rechazar ayudar mientras minimizamos las molestias e intentamos dedicar el menor esfuerzo posible.
4.- SI ENTUSIASTA. Es la mejor reacción para las partes implicadas ya que el que va a ayudar no sólo va a dar lo mejor de sí mismo sino que se va a sentir muy bien al hacerlo, no sólo se va a sentir más feliz y contento con él mismo sino que va a fortalecer sus relaciones con aquellos a los que presta ayuda. 

Los psicólogos que estudian los comportamientos prosociales han observado desde hace mucho tiempo que existe más de una fuente potencial de motivación cuando una persona ayuda a otra. Han identificado dos causas principales:

a).- Ayudamos porque tenemos que hacerlo.
b).- Ayudamos porque queremos hacerlo.

Los seres humanos tenemos una serie de necesidades psicológicas y entre las más importantes tenemos la de autonomía (como hemos comentado antes). Ésta se refiere a la posibilidad de elegir nuestras metas, actividades y experiencias, así como el sentimiento de que lo que hacemos es un reflejo fiel de quiénes somos con nuestros valores y preferencias. Cuando hacemos algo porque lo elegimos estamos motivados intrínsecamente y entonces disfrutaremos más y mostraremos más interés en hacerlo aunque sea complicado. Por el contrario si nos sentimos controlados y que no podemos elegir se va a destruir toda la motivación intrínseca que podamos sentir y procuraremos terminar cuanto antes y sin mostrar ningún interés.

Por estos motivos si sentimos que tenemos obligación de ayudar los beneficios de hacerlo desaparecen al sentir que no tenemos control sobre nuestras decisiones, Para evitarlo se puede comenzar por decir a la persona si le podemos pedir un favor antes de hacer nuestra petición. 

Otro enfoque es a través de la reciprocidad. A través de sus investigaciones Frank Flynn ha identificado 3 tipos:

a).- Reciprocidad personal. Consiste en un intercambio negociado, como por ejemplo cuando dos profesionales acuerdan intercambiar sus turnos de trabajo. No suele conducir a ninguna colaboración más allá de la acordada explícitamente, ni gratitud normalmente y el sentimiento de obligación que se puede percibir se ve satisfecho por los términos del intercambio de favores. 
b).- Reciprocidad relacional. Es la que solemos mantener con amigos o familiares. Tendemos a ayudarnos unos a otros asumiendo que en el futuro recibiremos el apoyo que necesitemos sin registrar si nos deben o no favores. Genera gratitud.
c).- Reciprocidad colectiva. Consiste en una especie de intercambio generalizado de ayuda a nivel de un grupo, como por ejemplo cuando prestamos apoyo porque compartimos la identidad con otro. Ésta puede ser muy amplia, en el caso de ayudar a alguien de nuestra misma raza, religión o nacionalidad o muy específica cuando ayudamos a alguien de nuestro departamento. 
Esta clase de reciprocidad igual que ocurre con la relacional se presta sin pensar en un retorno inmediato de nuestra inversión. No esperamos que la persona a la que hemos ayudado nos apoye en algún momento sino que creemos que si lo necesitamos cualquier otra persona similar nos ayude.
El problema puede surgir cuando dos personas interpretan el tipo de reciprocidad de forma distinta y por ejemplo una considerarla personal y la otra relacional con lo que la relación se puede dañar.


No hay comentarios: