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martes, mayo 14, 2019

Cómo ponerte a trabajar cuando no te apetece

Loreta Lion

España está entre los tres países del mundo con los trabajadores más desmotivados. La clave para no sufrir en la oficina: que realizar las tareas sea un incentivo en sí mismo.

Casi todo en el día a día gira en torno a encontrar motivos para hacer lo que hacemos. Algo que sirva como motor para cumplir con las obligaciones. Pero la predisposición a llevar a cabo ciertas tareas no depende solo de nuestra fuerza de voluntad, también del estado de ánimo, de los objetivos y de la relación entre coste y beneficio. Y parece que en España no se nos da muy bien superar estas trabas: solo un 7% de los trabajadores dice estar altamente comprometido y motivado con su trabajo. Esto sitúa al país entre los tres con los trabajadores más desmotivados del mundo, según el estudio Engagement and the Global Workplace de Steelcase.

Aunque parece que esta falta de motivación y desgana son más palpables al volver de vacaciones, una amplia investigación ha documentado que el temor al fracaso y percibir las tareas como aburridas o difíciles son algunos de los obstáculos principales para ponerse manos a la obra. La psicóloga laboral Elisa Sánchez destaca puntos como que la tarea no esté alineada con los objetivos —no sabe muy bien por qué tiene que hacerla— o no percibimos la ventaja de realizarla y por esto nuestra motivación disminuye. Y ni un aumento de sueldo ni más días de vacaciones lo arreglan. La psicología de la motivación ha demostrado que estos incentivos externos, que implican que la persona realiza la tarea esperando una recompensa, son mucho menos efectivos que la motivación interna. Es decir, lo ideal es que realizar la tarea sea un incentivo en sí mismo.

La cuestión es cómo alcanzar ese objetivo. Este es uno de los temas más recurrentes en las investigaciones de psicología de la motivación. La clave para no sufrir cuando no nos apetece trabajar es desarrollar la capacidad de mantenernos motivados sin recompensas externas. Se trata de una de las habilidades más difíciles de aprender. “Parece que tenemos una aversión natural al esfuerzo persistente que ninguna cantidad de cafeína o carteles inspiradores puede arreglar”, contaba Ayelet Fishbach, investigador y profesor de Ciencias del Comportamiento en la Universidad de Chicago, el año pasado a Harvard Business Review.

  • Deje gobernar a la razón

Quizás el problema viene del planteamiento. Se ha extendido la idea de que para que un trabajador esté motivado le tiene que apetecer hacer su tarea. Pero lo cierto es que lo único que necesita es querer alcanzar un resultado: ver un proyecto terminado o acabar pronto para salir antes. Cuando su estado de ánimo es el que determina cuántas ganas tiene de ponerse a trabajar, las emociones están gobernando sobre la razón.

Supone un esfuerzo ímprobo, pero en esta lucha entre emoción y razón hay que apostar por la segunda. Como sucede con los artistas, es mejor que la motivación le pille trabajando. Esta es al menos la teoría que defiende Heidi Grant, psicóloga social experta en motivación, que después de 20 años de investigación sobre el tema ha identificado varias estrategias que parecen funcionar para la mayoría de personas. Y empezar el trabajo cuando aún no le apetece es una de ellas.

De hecho, cuando empieza a trabajar (aunque sea sin ganas) y consigue sumergirse en la tarea, puede actuar sobre usted el efecto Csíkszentmihályi. Se trata de un momento de concentración absoluta, es un estado mental en el que una persona está completamente inmersa en la tarea que está realizando. En ese punto, la productividad está en su pico más alto y los minutos pasan sin darte cuenta. El psicólogo que dio nombre a este efecto en 1975, Mihály Csíkszentmihályi, asegura que para encontrar ese punto de motivación máxima tiene que haber un equilibrio entre la habilidad y el desafío que supone la tarea y que solo sucede si estamos haciendo una sola cosa. La multitarea se convierte entonces en un impedimento para la motivación.

  • El miedo es su enemigo

Los bloqueos emocionales, como el miedo al fracaso, un perfeccionismo excesivo o baja autoconfianza, son otras causas “muy frecuentes, pero no siempre conscientes” de la falta de motivación, explica Sánchez. Si a esto le unimos mecanismos mentales como el efecto Zeigarnik—la tendencia a recordar tareas inacabadas o interrumpidas con mayor facilidad que las que han sido completadas—, no habrá fuerza en este mundo que nos haga ponernos a trabajar.

Para salir de ese punto muerto, Grant recomienda adoptar una estrategia preventiva, basada en la idea de que los humanos nos esforzamos más por evitar lo que tememos que por conseguir lo que queremos. O sea, que cuando el temor a fracasar le bloquea, es mejor no pensar en lo que podría mejorar su situación si cumple con su tarea, sino en lo que podría perder. “Entonces ves claro que la única forma de salir del peligro es hacer algo, tomar una acción inmediata”, explica Grant. Es lo que lo psicólogos llaman aversión a la pérdida.

  • Deje que otros le ayuden

Como criaturas sociales, nos vemos influidos por lo que hacen y sienten los que nos rodean. Sus acciones afectan a las nuestras: sentarse al lado de un empleado de alto rendimiento puede aumentar su productividad. Pero cuando se trata de motivación, esta dinámica es más compleja. Cuando observamos a un colega tomar la delantera en una tarea, respondemos de dos formas: o nos inspira y tratamos de copiar ese comportamiento o perdemos la motivación al asumir que podemos dejar la tarea en manos de nuestros compañeros. La solución en esa situación es, de nuevo, tomar el control de las emociones y evitar que la frustración tome una decisión por usted.

M. Victoria S. Nadal

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