La próxima vez que en una entrevista de trabajo le pregunten
cuál es su mayor debilidad, piénselo dos veces antes de contestar que es
“demasiado perfeccionista”. Se ha extendido la idea errónea de que querer
hacerlo todo perfecto es una cualidad deseable. Pero, a pesar de que es uno de
los defectos mejor aceptados socialmente, también es uno de los más dañinos en
el día a día del trabajo. Un lobo con piel de cordero. Al mirar de cerca, sus
escasas ventajas se quedan en nada a la sombra de los inconvenientes que trae
de la mano. Es necesario decirlo alto y claro: perfeccionismo no es, ni de
lejos, sinónimo de un resultado óptimo.
Es cierto que algunos aspectos de esta característica pueden
ser beneficiosos. La psicología de la personalidad señala que las personas
perfeccionistas se esfuerzan por producir un trabajo impecable (que casi nunca
consiguen) y tienen niveles más altos de motivación y de conciencia sobre la
necesidad de terminar sus labores. El problema es que los resultados que
obtienen nunca son lo suficientemente buenos para ellos y acabar sus tareas
diarias se convierte en un suplicio interminable. Los plazos de entrega son sus
enemigos: poco les produce más ansiedad que tener que presentar un proyecto que
nunca consideran terminado.
Un metanálisis de 95 estudios realizados entre la década de
1980 y la actualidad deja claro que el perfeccionismo no es una
característica deseable para un trabajador: es una debilidad mayor de lo que
imaginan los responsables de recursos humanos. La investigación ha examinado la
relación entre la minuciosidad y la productividad de los empleados. Analizando
los datos de los cerca de 25.000 participantes, ha encontrado que los
perfeccionistas establecen estándares inflexibles y excesivamente altos,
evalúan su comportamiento de forma demasiado crítica y tienen una mentalidad de
todo o nada sobre su desempeño. O está perfecto o está impresentable.
Esto se convierte en un problema especialmente grave porque
su autoestima suele depender de alcanzar la excelencia en sus resultados, un
objetivo totalmente irreal. Su nivel de exigencia les produce una frustración
difícil de gestionar. Creen que perderán el respeto de los demás si no logran
sus objetivos y también buscan el perfeccionismo en los compañeros que les
rodean. Toda esta trama de pensamientos deteriora su salud mental y emocional.
El metanálisis, realizado por investigadores de distintas universidades de
Estados Unidos, también ha encontrado que los perfeccionistas tienen niveles
más altos de estrés, agotamiento y ansiedad.
¿Querer mejorar constantemente su trabajo les ayuda a ser
más eficientes en la empresa? La respuesta es no. “Es posible que los empleados
especialmente minuciosos pasen demasiado tiempo limando ciertos proyectos
mientras descuidan otros”, explica el equipo de investigación responsable del
metanálisis. “Cabría esperar que el perfeccionismo mejorara el desempeño por su
compromiso y motivación. Pero ese posible impacto positivo se compensa con una
mayor probabilidad de depresión y ansiedad. Tiene un efecto perjudicial general
para los empleados y las organizaciones”.
Terminado es mejor
que perfecto
Uno de los motivos para esta falta de productividad es que insistir en mejorar algo puede llevar a los trabajadores a estancarse. De hecho, la procrastinación es otro de los daños colaterales que puede traer el perfeccionismo. Los empleados minuciosos suelen tender a posponer las cosas. Según la psicóloga laboral Elisa Sánchez, “la parálisis es habitual cuando las metas propuestas no son razonables”.
Por eso, es más recomendable dejar varias tareas al 80% que
centrarse en terminar una al 100%. La percepción de los trabajadores es muy
distinta cuando sienten que tienen tres tareas bien hechas que cuando tienen
una perfecta y dos sin empezar. En ese caso, aumenta su nivel de estrés y
tienen la sensación de estar más al límite.
Uno de los problemas que señalan los expertos es que estas
personas han asociado la falta de perfección con el fracaso. “Buena parte de la
energía que mueve el perfeccionismo viene del deseo de evitar fallar”, explica
Andrew Hill, profesor asociado de la York St. John University (Reino Unido) y
coautor de la investigación. “Un perfeccionista ve cada reto como una
oportunidad para fracasar”. Su temor es que si no alcanza la excelencia, expondrá
alguna debilidad o fragilidad interna. De ahí el estrés. Una de las soluciones
es promover la perseverancia, la flexibilidad y la diligencia. Estas sí son
cualidades deseables, resumen la parte positiva del perfeccionismo y no vienen
de la mano de los miedos que siguen la búsqueda de la excelencia.
Va en aumento
Un dato preocupante es que esta necesidad de conseguir resultados óptimos está de moda. Cada vez más jóvenes incorporan ese objetivo a su vida: un estudio con datos de casi 42.000 jóvenes de todo el mundo encontró que el perfeccionismo ha aumentado en los últimos 27 años. Los resultados, publicados en la revista Psychological Bulletin, señalan que las generaciones recientes son más exigentes consigo mismas y con los demás.
Los investigadores concluyeron que el perfeccionismo está en
alza y que, más concretamente, los jóvenes sienten que los demás son muy
exigentes con ellos y que tienen que estar a la altura. Este tipo de
perfeccionismo se incrementó el doble de rápido con el paso de los años.
También es el que está más asociado a una serie de problemas de salud mental
que incluyen ansiedad, depresión y fobia social.
El
perfeccionismo nos detiene. Aquí está el porqué. Nuestra cultura está
obsesionada con el perfeccionismo, hasta el punto de que incluso lo vemos como
algo probable y alcanzable. Pero solo es una ilusión. Charly Haversat, exatleta
profesional y perfeccionista reformada —como ella misma se define—, explica en
esta charla TED la necesidad de crear culturas en las que los ciudadanos no
tengan miedo a fracasar.
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