Hay cosas que no vale la pena recordar. La ciencia está
trabajando poco a poco en cómo podemos dejar que esa cosa se vaya. (Daniel
Zender/The New York Times).
Cualesquiera que sean sus otras características, la memoria
es confiable como creadora de problemas, especialmente cuando se trata de
navegar su acervo de vergüenzas y tropiezos morales. Diez minutos después de
haber comenzado una importante entrevista de trabajo y llegan recuerdos de un
desastre pasado: el latte derramado, el doloroso intento por hacer uso del
humor. En la segunda cita de una relación que parece volverse más cercana… y
llegan recuerdos de una pareja anterior que fue abusiva.
El mal momento para recordarlos es una cosa, pero ¿por qué
esos sucesos se pueden sumergir dentro de muchos otros malos recuerdos en el
cerebro que comienzan a desvanecerse?
Las emociones desempeñan un papel. Escenas, sonidos y
sensaciones dejan un rastro neuronal más profundo si generan una fuerte
respuesta emocional; esto te ayuda a evitar esas mismas experiencias en el
futuro. La memoria te protege al mantener los focos rojos para que los pueda
encender de nuevo posteriormente, para guiar tu comportamiento futuro.
No obstante, olvidar también sirve como protección. La
mayoría de las personas encuentran una manera de sepultar, o al menos dar nueva
forma, a la vasta mayoría de sus peores momentos. ¿Podría ese proceso ser
aprovechado u optimizado de alguna manera?
Tal vez. Desde la pasada década, los neurólogos comenzaron a
entender cómo se degrada la memoria y cómo ocurre el olvido. Un nuevo estudio,
publicado este mes en Journal of Neuroscience, indica que algunas cosas pueden
ser intencionalmente relegadas al olvido, aunque el método para hacerlo es
ligeramente contraintuitivo.
Desde hace mucho tiempo, olvidar fue visto como un proceso
pasivo de decadencia y enemigo del aprendizaje. Pero resulta que olvidar es una
habilidad dinámica, crucial para la recuperación de la memoria, la estabilidad
mental y el mantener la sensación de identidad del individuo.
Eso es porque recordar es un proceso dinámico. A nivel
bioquímico, las memorias no se extraen de un anaquel como videos archivados,
sino armados —reconstruidos— por el cerebro.
“Cuando recordamos algo, el acto de recordar activa un
proceso bioquímico que puede solidificar y reorganizar la memoria está
almacenada”, dijo André Fenton, un neurólogo de la Universidad
de Nueva York.
Este proceso puede mejorar, a largo plazo, la precisión de
la memoria. Sin embargo, activar una memoria también la vuelve temporalmente
frágil y vulnerable al cambio. Es en este paso en el que puede ocurrir el
olvido intencional. Consiste menos en borrar que en editar: al revisar cada vez
más, volver a enfocar y potencialmente difuminar el incidente central de la
memoria.
Olvidar intencionalmente es recordar de manera diferente, a
propósito. De manera importante, para científicos y terapeutas, olvidar
intencionalmente también puede ser una habilidad que puede ser
practicada y deliberadamente fortalecida.
En el nuevo estudio, un equipo encabezado por Tracy
Wang, una becaria posdoctoral de Psicología en la Universidad de
Texas, campus Austin, sentó a veinticuatro participantes en una máquina de
tomografía mientras realizaban una prueba de memoria. Los coautores de Wang
fueron Jarrod Lewis-Peacock de la Universidad de Texas y
Katerina Placek de la Universidad de Pensilvania.
En el experimento, cada sujeto estudió una serie de
alrededor de doscientas imágenes, una mezcla de rostros y escenas, e identificó
las caras como masculinas o femeninas y las escenas como en interiores o en
exteriores. Cada imagen apareció durante algunos segundos, después desapareció,
momento en el que al participante se le solicitó recordarla u olvidarla;
después de un desfase de unos segundos, la siguiente imagen apareció. El escáner
cerebral se enfocó en la actividad en la corteza ventral medial prefrontal y la
corteza somatosensorial, regiones que están especialmente activas cuando una
persona enfoca su atención mental en imágenes simples como estas.
Después de que los participantes terminaron, les dieron un
breve descanso y después una prueba. Observaron una serie de imágenes —unas que
habían visto previamente y unas que no— y calificaron qué tan seguros estaban
de haber visto cada una. Obtuvieron buenos puntajes: recordaron entre el 50 y
el 60 por ciento de las imágenes que les pidieron recordar y habían olvidado
exitosamente alrededor del 40 por ciento de las imágenes que intentaron borrar
de la memoria.
Olvidar intencionalmente es recordar de manera diferente,
a propósito.
La recompensa llegó con los resultados del escaneo. Cuando
la actividad cerebral de un sujeto —una medida de atención mental interna— era
especialmente alta o especialmente baja, típicamente correspondía a un intento
fallido de olvidar una imagen.
Un esfuerzo concentrado para olvidar una memoria no deseada
no ayudó a difuminarla ni el ignorarla mentalmente. En cambio, parece que hubo
una combinación ideal —ni muy poca atención mental ni mucha— que permitió que
una memoria llegara a la mente y después se desvaneciera, al menos
parcialmente, por su propia cuenta. Tienes que recordar, tan solo un poco, para
olvidar.
“Esto indica una nueva ruta para olvidar de manera exitosa”,
concluyeron los autores. “Para olvidar una memoria, su representación
mental debe ser aumentada para detonar el debilitamiento de la memoria”.
“Cuando las personas tuvieron éxito al hacer esto, hubo una
caída significativa en la confianza de su capacidad para reconocer imágenes”,
dijo Lewis-Peacock. “Ya sea que la intención de una persona sea debilitar
memorias como parte de una terapia, o para cambiarlas o vincularlas con otras
cosas como parte de la vida cotidiana, este hallazgo habla directamente sobre
eso”.
Lili Sahakyan, profesora asociada de Psicología en la Universidad
de Illinois, que no estuvo involucrada en la investigación: dijo: “Esta
idea de que las memorias tienen que ser fortalecidas antes de que puedan ser
debilitadas es sorprendente porque no es la manera en la que suponemos que
funciona la memoria. Pero es un hallazgo muy sólido, y le daremos seguimiento”.
La revelación se incorpora a un creciente cuerpo de
investigación que arroja dudas a un modelo puramente lineal de olvido, el cual
asegura que menos atención mental significa menos recuerdo. Ese modelo parece
mantenerse para algunos tipos de memorias; ignorar de manera deliberada
es crucial para la estrategia de olvido conocida como supresión.
Otras estrategias no son estrictamente lineales, porque
requieren alguna interacción con la memoria. Una es la sustitución: vincular
de manera deliberada una memoria no deseada con otros pensamientos, que ayudan
a alterar el contenido no deseado cuando es posteriormente recuperado. Por
ejemplo, un recuerdo humillante podría ser desvanecido al enfocarse menos en la
sensación de vergüenza y más en los amigos que ofrecieron apoyo posteriormente.
Los científicos todavía no han descifrado qué estrategias
son las mejores para tipos particulares de memorias no deseadas. Pero cualquier
entendimiento más claro sería un regalo para los terapeutas que trabajan con
personas con memorias incapacitantes de trauma, de vergüenza o de
abandono. Dichas memorias no se desvanecen; permanecen, ya sea
como recuerdos vívidos o como fuentes subconscientes o parcialmente conscientes
de miedo y desesperación. La labor de un terapeuta es guiar al paciente de
regreso a través de estas memorias de una manera que le reste poder a su
efecto, en vez de reforzarlo —un proceso arriesgado y a menudo doloroso—.
Lewis-Peacock dijo que su laboratorio está buscando usar
retroalimentación neuronal en tiempo real para conducir a las personas que
intentan desvanecer una memoria a un estado mental sugerido por el nuevo
estudio: moderar la interacción con la memoria, ni demasiada ni muy poca.
“Tenemos la esperanza de que puedan usar eso para decir:
‘Piensa más’ o ‘Piensa menos’, para ponerse a sí mismos en ese estado mental
ideal”, dijo.
c.2019 New York Times News Service
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