Aunque ha conseguido ser palabro de moda, la resiliencia, la
auténtica, viene exenta de vanidad. Detesta los focos.
No necesita ser exhibida, ni necesita grandes alharacas, lo
suyo es estar ahí en la sombra para cuando se la requiera… y más temprano que
tarde, esto suele suceder.
La vida en general, y más específicamente en el contexto de
este blog, la profesional, no suele ser un camino recto. Hay curvas, hay
cambios (de rasante), y nuestra capacidad de adaptación será la que nos permita
mantener el rumbo para alcanzar nuestras metas.
Adaptarse al cambio siempre es una tarea más compleja de lo
que se presupone inicialmente, en cada transformación por pequeña que sea hay
muchas lecturas y muchas dimensiones, y no es fácil que en todas alcancemos la
satisfacción inmediata por muy predispuestos que afrontemos la tarea.
Porque sí, a veces sopla el viento a favor y basta con
ponerse en la dirección adecuada para dejarse arrastrar por el cambio, surfear
sobre él, hasta llegar a nuestro objetivo y disfrutarlo con el mar en
calma. A todos se nos da fenomenal gestionar un cambio cuando las cosas
nos vienen de cara, no puede ser exhibido como un valor diferencial.
Pero en ocasiones, la mayoría de las veces, el viento cambia
de dirección y sopla a ratos en contra y a ratos a favor, y nos sumerge en mitad
de una ola y nos mete un revolcón. Es entonces donde nuestra actitud es puesta
a prueba, donde nuestra capacidad de adaptación es también resistencia e
incluso supervivencia. En estos casos, aparece al rescate la resiliencia.
Como un árbitro deportivo, mejor será su labor cuanto más
invisible sea, por eso me gusta decir que es la más humilde de las grandes
competencias.
Si la tienes será tu gran aliada aun pasando desapercibida,
si no la tienes, lo que no pasará tan desapercibido serán las consecuencias de
una mala adaptación al cambio: reproches, protestas, enfados, tristeza,
conflicto (externo e interno).
Por eso podemos hablar también de la resiliencia
como la biodramina de los viajes de transformación, actúa por dentro y evita la
aparición de síntomas, cuando no directamente el malestar general.
Resiliencia no es en ningún caso
resignación,
sino más bien afán de superación.
La resiliencia, esa capacidad que tenemos de afrontar la
adversidad de un modo constructivo, implica una conjunción de competencias que
personalmente aprecio: el sentido del humor,
la constancia, la flexibilidad… y, por supuesto, la humildad. La
resiliencia, más que ninguna otra competencia, se hace no se dice. Y sólo se
pone en práctica cuando realmente se necesita.
En un mundo que va a toda marcha donde equivocarse es casi
una premisa para poder seguir el ritmo de los cambios, la capacidad
para levantarte, sacudirte la arena, y seguir avanzando sin perder el ánimo se
antoja como una competencia clave. Échame encima todos los cambios que
quieras si mi equipo es resiliente, porque tendré la seguridad de que pase lo
que pase saldremos adelante.
La resiliencia, por su humildad y su tendencia a pasar
desapercibida, corre el riesgo de no ser apreciada y mucho menos valorada. No
es algo que una persona resiliente vaya a reclamar, pero ojo, porque la falta
de reconocimiento siempre desgasta, y como todo en esta vida la resiliencia no
es infinita.
Sirva este post de homenaje a todos aquellos que exhiben
esta competencia en la sombra, porque sobre ellos se cimentaran los grandes
cambios. Además, sé que si este artículo no les gusta, no se verán afectados,
buscarán en la blogosfera otro que sepa retratar su virtud con más acierto que
yo, y continuarán su caminar como si nada.
cross legged by Kristen Gee from the Noun Project
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