Una joven se mostró
angustiada por un test en el que tuvo que escribir una narración sobre sus
manos; al igual que en el caso de la medicina, saber el porqué de algo aporta tranquilidad.
Uno de los pasatiempos más divertidos, intelectualmente
hablando, es pensar al revés. Es como cruzar de dimensión. Este pasaje puede
estar causado por una realidad impactante o apenas por una chispita. En ambos
casos son realidades, y una no desmerece a la otra. Por el contrario, son los
microcasos los que revelan los mayores descubrimientos, como el de un post
encontrado en una de las redes sociales que empieza así: “¡chicos! El otro día
fui a una entrevista donde me hicieron escribir una narración sobre «mis
manos»”.
El tono anuncia asombro y angustia de una joven que está en
la búsqueda de empleo. Cuenta que tuvo que narrar una historia sobre sus manos,
pero apenas llegó a escribir un par de párrafos. “Seguro que fallé. ¿O no? ¿Lo
habré desaprobado?”
A estas alturas, la parte de la angustia la desbordaba y
entonces le preguntaba a su grupo si sabía algo de dicho test. Quien más, quien
menos, trató de darle una explicación, pero el mal trago hubo que pasarlo. Y
aquí surge la pregunta: ¿es verdaderamente necesario que cualquier postulante a
un puesto en una empresa pase por un padecimiento de esta naturaleza? no es por
el test en sí, que puede ser válido y no estamos en condiciones de juzgarlo,
sino por la inquietud que genera el no obtener una explicación anexa.
Los médicos han adquirido la muy buena costumbre de advertir
al paciente cuál será el proceso de una operación o un tratamiento. Saber
tranquiliza, aunque las noticias no sean buenas. El saber por qué y para qué
hay que someterse a cualquier procedimiento invasivo –en este caso, de su
psiquis– lo reconoce como ser humano. De lo contrario, es una cosa.
En docencia, hay un principio que no todos aplican. Esto es,
nunca hacer una pregunta, en un examen oral, que el profesor no pueda responder.
Porque si el alumno se equivoca, es cuando el docente tiene la obligación de
poner en claro qué esperaba escuchar. Los exámenes son una instancia más de
aprendizaje, no debe agregarse la incertidumbre que la joven del post expresa:
“¿Habré respondido bien? ¿Qué debí haber dicho?”
He aquí la chispita que abre otras puertas. ¿Qué relación
tan asimétrica puede existir entre quien entrevista y la entrevistada? Es de
esperar que quien conduce el test tenga la profesión de psicólogo, por lo que
el postulante tendría derecho a pedirle que le muestre su matrícula
profesional. Pero tal vez eso no baste y podríamos avanzar más allá, poniendo
en duda su capacidad de evaluar correctamente los resultados.
Hay un film excelente de Brian de Palma, rodado en 1980, que
se llama “Vestida para Matar”. Sintéticamente, el personaje principal,
interpretado por Michael Caine, es un psiquiatra con doble personalidad.
Desarrolla su profesión en un consultorio como cualquiera de sus colegas, pero
sufre un conflicto interno que finalmente lo convierte en asesino.
Entonces, un postulante podría desconfiar del psicólogo que
lo va a aceptar o rechazar para un puesto de trabajo, y pedirle los resultados
de su último test, para confirmar que tiene el equilibrio necesario para juzgarlo.
Es decir, debieran cruzarse las evaluaciones.
Nada de todo esto es posible porque los procedimientos de
selección actuales no lo calificarían como “normal”. Es curioso. En tiempos en
los que crece la tendencia a aceptar la diversidad y la innovación, surge a la
par el embeleso por la normalización, sabiendo que “lo normal” no existe, a
menos que la tecnología habilite a que las personalidades tengan formas
cúbicas, como los tomates, para que entren mejor en una caja. Mientras tanto,
busquemos medios para hacer sufrir menos a los postulantes.
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