El compromiso de los empleados es uno de los temas que más
preocupan a las empresas. Con razón. Dicen que los millennials son unos descastados, que los baby boomers ya sólo piensan en la jubilación, y los de la generación X… en la prejubilación. Esto
es un sin vivir para Recursos Humanos, una ecuación matemática de difícil
resolución.
Cogemos el año de nacimiento, le añadimos la variable de
antigüedad, dividimos por el sueldo, multiplicamos por la ganas de madrugar y
nos sale… Otro número con el que jugar.
Yo creo que la cosa es más simple, y no depende ni de la
edad ni de ningún algoritmo difícil de calcular. Si hay motivación, hay compromiso. Así de sencillo.
No conozco a nadie
que acuda con motivación a la oficina que no esté comprometido con lo que hace.
Es imposible. No habría coherencia en un discurso que dijera: “Me encanta lo
que hago, se me pasa el tiempo volando, soy feliz en el trabajo… pero me
importa un bledo si mañana me marcho”. “Me voy, dejo mi trabajo, es que estoy
demasiado motivado”. “Tanta motivación, me está matando”. ¿Suena ridículo,
verdad?
Pues, con esta simple demostración por reducción al absurdo,
opino que la mejor forma de trabajar el compromiso es hacerlo desde la
motivación. Y en este tema yo me guío por uno de los que más han estudiado la
materia (ligada al mundo de los negocios) en los últimos tiempos: Daniel Pink. Su libro Drive (La sorprendente verdad sobre lo
que nos motiva) es otra de mis guías de cabecera.
Allí defiende que los
tres pilares sobre los que construir la motivación de las personas son:
Autonomía, Maestría y Propósito. Yo, por mi cuenta, suelo añadir un cuarto
basado en mi propia experiencia con el coaching: los valores.
Si bien el cuarto pilar tiene mayor peso cuando trabajamos
la motivación de manera individual, resulta más complicado de aplicar cuando
estamos tratando de manera general un problema de engagement en una
organización. De hacerlo, recomendaría esta opción, los haría en una segunda
fase cuando hubiera que aterrizar la estrategia general en determinadas
personas.
Así que a la hora de trabajar el compromiso en una
organización, antes que sacar el libro de “Algebra para dummies”, y ponerme a
construir distintos planes en función de la edad, la posición o la retribución
salarial, deberíamos poner en marcha un plan que abarque a todos los empleados
y que trabaje los pilares antes citados.
De estas tres áreas
hay una en la que en nuestro país tenemos que trabajar muchísimo más y en la
que hoy me voy a entretener: el propósito. Aquí normalmente preguntas a
cualquier persona que trabaje en una multinacional qué es lo que hace y en el
95% de las ocasiones te contará específicamente en lo que consiste su puesto, y
raramente te hablará de la finalidad de su empresa. Durante mucho tiempo
trabajé en una farmacéutica. Un sector siempre en el centro de la polémica
cuando hablamos de ética pero que, más allá de ese debate con diferentes
posturas, se dedica (o al menos se debería dedicar) a una sola cosa: salvar
vidas. A nivel nacional nunca vi a ninguno de mis compañeros presentarse a
nadie diciendo que se dedicara a salvar vidas, pero, por ejemplo, con los
americanos era alucinante: un montón de compañeros allí tenían una historia
detrás de su trabajo. Ya podía ser el que sustituía piezas de ordenadores que
si preguntabas “¿A qué te dedicas?” te podía responder algo del tipo “Mi tía
murió de cáncer y yo estoy en esta empresa porque quiero erradicar ese
sufrimiento en otras familias”.
Supongo que puede haber un punto medio más asimilable en
nuestra cultura, pero desde luego lo que tengo claro es que en la medida que una persona hace suyo el
propósito de su empresa, está más motivada y por tanto más comprometida.
Por tanto esa parte hay que trabajarla. Toda empresa existe porque ofrece algún
servicio que la sociedad demanda sino no sería rentable a largo plazo, así que
quedarse con un “es que lo que nosotros hacemos no tiene tanta importancia”
significa simplemente que no hemos querido o sabido trabajar la visión de la empresa…
y claro, así no hay quién se lo trasmita a los empleados. A la hora de narrar el propósito de la empresa, más storytelling y
menos victimismo.
Una vez tengamos un propósito que enganche, lo siguiente que
deberemos trabajar es cómo dar a los empleados mayor autonomía y como permitir
que crezcan profesionalmente. Pero para no extenderme mucho esta semana, lo
dejo para futuros posts.
El mensaje que debe quedar claro es que el compromiso no se
trabaja desde fuera del empleado, con acciones de motivación extrínseca tipo
salario u otros beneficios sociales. Eso puede dar resultados a corto
plazo. Si de verdad, queremos empleados
comprometidos, trabajemos los resortes de su motivación intrínseca: autonomía,
maestría, y, por supuesto, propósito.
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