La Generación X creció bajo el paradigma de la jerarquía y
la competencia en el ambiente laboral. El éxito, tanto para ellos como para los
Baby Boomers, se traduce en el crecimiento económico conseguido a través del
sudor y el compromiso con su trabajo por sobre todas las cosas. No obstante,
hoy el panorama ha cambiado, y numerosas empresas dicen estar frente a un
problema en común: la joven fuerza de trabajo de la Generación Y, nacida entre 1981
y 1999, no se compromete.
El problema no está en la Generación Y, sino en el enfoque
con que se la juzga. Es el concepto mismo de compromiso lo que ha cambiado. La
realidad ineludible es que la Generación Y ha crecido viendo cómo sus padres
sacrificaron su vida personal trabajando al servicio de un modelo de éxito que
ha caducado, en consecuencia, los jóvenes ya no consideran el trabajo como algo
primordial, sino como un área más de la vida: no están dispuestos a poner en
juego su vida personal ni su tiempo libre por obtener más dinero o un empleo de
mayor jerarquía.
A la vez, tampoco buscan quedarse en una misma empresa para
siempre: su objetivo es manejar su propia carrera y sus propios tiempos. Para
la Generación Y el éxito no está en el dinero ni en la estabilidad, sino en la
autorrealización. Además de un buen salario, buscan desafíos, objetivos claros,
jefes transparentes, y un buen balance entre trabajo y vida personal. El
compromiso no es con una empresa, sino con ellos mismos, con lo que anhelan.
El diagnóstico del problema es fundamental para encontrar
soluciones. La primera de estas soluciones es entender que se trata de una
cuestión de paradigma generacional y no de un problema moral de falta de
compromiso. Lejos de no tenerlos, la Generación Y posee otro concepto de lo que
son los valores y el compromiso. Chocar con estos valores desde la mentalidad
de generaciones anteriores significa ignorar el proceso de recambio inevitable
de toda organización.
En segunda instancia, es necesario que las empresas ajusten
su propuesta de valor, interpelando a los nuevos talentos, ofreciéndoles
objetivos y motivación, y comprendiendo que no permanecerán por siempre en la
empresa, por eso mismo, las organizaciones deben aprovechar su talento y
energía al máximo. Para hacerlo, lo mejor es no juzgar sus valores ni
imponerles los propios, sino adaptar las propuestas para que encuentren la
autorrealización que buscan en su trabajo.
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