Crédito: Luis Agote
El científico de datos y tecnólogo Marcelo Rinesi inventó
una regla que sirve para una multiplicidad de dimensiones: desde el cambio
climático hasta hacer ejercicio, pasando por el gradualismo en las políticas
públicas, las dietas o la discusión por las "micro-intervenciones" en
materia de pobreza, tema que estuvo en el eje del último premio Nobel de
Economía y que se analizó en esta columna la semana pasada.
Rinesi cree que dar "pequeños pasos" en la
dirección correcta es peor que no dar ningún paso en absoluto. ¿Cuál es la
lógica de este razonamiento? Que tenemos (a nivel individual y social) un
presupuesto muy limitado (en plata, en tiempo, en energía, en fuerza de
voluntad) para "gastar" en intentos de cambio. Entonces, mejor elegir
los tiros que valen la pena para un cambio sistémico. Todo lo demás implica
seguir corriendo a los problemas desde atrás.
Rinesi es un especialista en detectar
"meta-tendencias" en la discusión sobre el futuro. El concepto del
primer párrafo se relaciona con otro fenómeno que está observando: "Que
problemas que anticipábamos para un futuro relativamente lejano ya están
empezando a afectarnos (y se están anticipando, respecto de lo pensado, los
impactos más fuertes), mientras que las herramientas con las que suponíamos
poder enfrentarlos todavía no están", explica a LA NACION.
El caso paradigmático en urgencia y escala es el cambio
climático: ya estamos empezando a lidiar con los primeros efectos directos
(huracanes más frecuentes y dañinos, extremos de frío y calor peores y más
frecuentes, más y peores incendios), mientras que la escala y la velocidad de
la de-carbonificación de la economía mundial van tan por detrás de lo mínimo
necesario para prevenir problemas enormes en las próximas décadas, que es el
equivalente a seguir fumando dos paquetes al día pero empezar a comer ensalada
los lunes".
Rinesi habla del drama de los cambios que son "lentos y
rápidos al mismo tiempo", como la crisis climática o la transformación de
la pirámide demográfica (envejecimiento de la población): son demasiado lentos
como para generar incentivos políticos para un ataque a fondo, pero demasiado
rápidos como para poder resolverlos si se sigue con esta inercia. "El
problema no es tecnológico en el sentido de que nos falta la tecnología
necesaria; de hecho, la tecnología en paneles solares, baterías, etcétera, ha
avanzado mucho más rápido de lo esperado. El problema pasa por la escala
necesaria y la rapidez de su aplicación y, en última instancia, por la falta de
consenso político. La transición a una economía neutral en carbono no es algo
que pueda hacerse con una suma de pequeños cambios de comportamiento de
consumo. No estamos diezmando la habitabilidad humana del planeta con el uso de
bolsas no reciclables, sino con la infraestructura completa de generación de
energía, transporte, industria, y agricultura. Estamos hablando de décadas de
inversiones masivas. No 'masivas' al estilo 'últimos meses antes de una
elección'. Masivas al estilo Segunda Guerra Mundial", explica.
Esta dinámica de futuro excede al cambio climático: el mismo
patrón se advierte en cuestiones como la inteligencia artificial, la medicina
avanzada o los métodos eficientes de gerenciamiento privado y público. Muchas
cosas ocurren antes de lo que se esperaba. "Lo que parece que falta es el
contexto social, político, institucional, y hasta cultural para su aplicación
intensiva para objetivos sociales positivos. En general, estamos muy por detrás
de lo que podríamos y el cuello de botella no es el capital financiero o
tecnológico, sino el institucional", agrega Rinesi.
Días atrás se realizó en Tecnópolis la versión 2019 de
TEDxRiodelaPlata, que convocó a unas 20.000 personas. El líder del equipo
organizador, Gerry Garbulsky, vio en los últimos meses decenas de charlas TED
de todo el mundo, como parte del armado del evento local. El principal punto en
común de este tipo de conversaciones para 2019 es lo que Garbulsky bautizó como
un "pesimismo fractal" (un tono que lo cubre todo y a diferentes
escalas). "Aparecen en las charlas algunas soluciones interesantes, pero
parecen ser gotas de agua en el océano de problemas que se describen",
dice Garbulsky.
En el mismo ámbito donde expuso su visión Rinesi (el
Instituto Baikal), habló dos meses atrás el fundador y dueño de Satellogic,
Emiliano Kargieman. Él llamó la atención sobre dos fenómenos recientes que
alientan la visión del pesimismo fractal. Uno es la proliferación de decisiones
de líderes globales y multimillonarios que hablan de escenarios en los que no
llegan a salvarse todos: refugios de magnates en zonas menos expuestas al cambio
climático; el intento de Donald Trump de comprar Groenlandia, etcétera. El otro
es su convicción de que la inteligencia artificial no va a hacer que el consumo
sea más eficiente (y sustentable, como los tecno-utópicos sueñan), sino todo lo
contrario: va a intensificar la tendencia natural al consumo. Para Kargieman el
cambio climático no es el problema de raíz, sino un síntoma de algo más
profundo de nuestra condición humana.
En Esto va a cambiarlo todo, una compilación de
más de 125 ensayos que publicó el editor de Edge John Brockman en 2012 (y que
tiene una increíble actualidad), pensadores como Richard Dawkins, Freeman Dyson
o Steven Pinker especulan sobre un único evento con el potencial de cambiar por
completo la historia de la humanidad en el corto o mediano plazo.
Entre los ensayistas invitados a aportar al libro estaba el
artista, músico y compositor Brian Eno, quien produjo además discos de U2,
Talking Heads y Coldplay. La respuesta de Eno a "¿qué lo cambiará
todo?" fue "la sensación de que las cosas empeorarán". "Lo
que lo cambiará todo no es un pensamiento, sino un sentimiento", arriesgó
el músico y productor.
Para Eno, "el desarrollo de la humanidad hasta ahora
fue motorizado por la idea de que las cosas, con una probabilidad alta, serán
mejores en el futuro. En un momento el mundo era rico en relación a su cantidad
de población, había nuevas tierras por conquistar, nuevos pensamientos para
descubrir y nuevos recursos para aprovechar. Las grandes migraciones de la
historia se concretaron a partir de la proyección de que existía un mejor
lugar. ¿Pero qué pasaría si este sentimiento cambia?".
¿Qué pasaría -se pregunta Eno-, si comenzáramos a vivir como
si no hubiera un "largo plazo", como si en lugar de sentirnos parados
en el borde de un continente nuevo e inexplorado nos sintiéramos, en cambio, en
un bote con gente de más, en aguas hostiles, con pasajeros peleando por
mantenerse a bordo y dispuestos a matarse por el agua y la comida que queda?
¿Hay alguna parte del vaso medio llena en toda esta historia?
Una podría ser el sesgo de occidente que hay en esta conversación: el
pensamiento que consumimos es de Estados Unidos, Europa, América Latina, con
economías estancadas o serios problemas de desigualdad. China, Asia en general,
la India o África, con economías más dinámicas, tienen otro sentimiento
prevalente. El otro indicador que podría considerarse como alentador es que
finalmente hay conciencia generalizada sobre la gravedad de los problemas que
se enfrentan (primera condición para tener chances de resolverlos). Como
sostiene un estudio de matemática y teoría de los juegos comentado tiempo atrás
en esta columna, tal vez algunas cosas deban tocar fondo para empezar a mejorar
y romper con la inconsistencia intertemporal (los problemas lentos y rápidos a
la vez) sobre la que advierte Rinesi.
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