Cuando hablo con trabajadores que pertenecen a la generación millennial y Z, me cuentan que las pymes les resultan muy atractivas como primera opción cuando tienen que buscar un nuevo empleo. Las posibilidades que ofrece una compañía pequeña, con una gestión cercana y con un equipo directivo que, a priori, les permite aprender y relacionarse con todas las áreas de negocio, les parece clave para desarrollarse personal y profesionalmente.
Sin embargo, desde hace unos años, parece que la huida
de talento de esta generación está resultando inevitable. Los jóvenes,
que se consideran nómadas profesionales, dejan de interesarse por un proyecto
profesional y deciden cambiar el rumbo y abandonar a la empresa. Esto deja a
los equipos directivos perplejos, desconcertados, sin saber exactamente cuáles
han sido los fallos o si deben tomarse esa huida de talento como un problema
estructural que existe dentro de la organización. Esto sucede, sobre
todo, cuando la huida no parece frenar durante una larga temporada.
Hasta hace poco, se creía que la solución consistía en la
subida de salarios y el aumento de los bonus. Ofrecer un extra al
empleado podía calmar sus ansias de abandono y esto lograría retener al equipo
con medidas materiales. No obstante, el riesgo que esta propuesta llevaba
consigo, además de la falta de visión estratégica a largo plazo dentro de una
empresa pequeña, era la ausencia de un análisis claro de la situación y una
falta de imaginación y creatividad en los equipos de RRHH, pieza clave a la
hora de investigar cuáles son las causas de la marcha del trabajador.
La buena noticia que me gusta dar es que las pymes cuentan
con una ventaja clave: son capaces de dar la vuelta a esta situación de la
huida de empleo de una manera más rápida y eficaz que las empresas grandes sin
necesidad de invertir en medidas costosas. Una de las soluciones más sencillas
es ofrecer al equipo formación basada en coaching emocional.
En qué consiste la
formación emocional
El interés de la generación más “huidiza” que hemos
conocido, millennials y Z, reside en la humanización del
empleado y la empresa. Además de preocuparse por las prácticas de
responsabilidad social corporativa, por temas más globales y por su capacidad
de desarrollo interno, su principal foco de interés es la formación
constante. De hecho, el informe de junio de 2019 de Hays, llamado “What Workers Want” ya
señalaba que los profesionales valoraban la formación en primer lugar (65%)
como política empresarial.
Las compañías que valoran a su talento joven ya empiezan a
apostar por una formación que no es, necesariamente, costosa ni requiere de una
infraestructura de empresa grande. Las formaciones de coaching emocional, que
suelen prepararse para un máximo de ocho personas, pueden girar en torno
a cómo mejorar la inteligencia emocional, el liderazgo, cómo gestionar
equipos productivos, cómo hablar bien en público, cómo mejorar tus
conversaciones con los clientes, o cómo potenciar la salud mental en el
trabajo, etc. Son grupos pequeños que crean unas sinergias muy
inteligentes y dan espacio para el networking y la reflexión. En ocasiones,
también se trabaja la resolución de conflictos entre ellos.
Los empleados que reciben este tipo de formaciones tienen la
sensación de formar parte de una compañía que se preocupa por su bienestar y
desarrollo, tanto personal como profesional. Las empresas que quieren contar
con un equipo que permanezca en el tiempo para que su eficacia mejore y aligere
los procesos de ejecución van a tener cada vez más difícil la tarea de
retención. Si las pymes no confían en fórmulas adaptadas a sus
presupuestos y eficaces en la misma medida, no podrá aportar un valor
diferencial. La personalización y la creatividad de sus formaciones puede ser
la respuesta a la aparentemente inevitable huida de talento.
Ana Sánchez-Anegón, CEO y Fundadora de El Animal Emocional.
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