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A mediados de los años 70, los físicos Russell Targ y Harold
Puthoff experimentaron con personas que exhibían poderes psíquicos: visión
remota, premoniciones, movimiento de objetos a distancia. La revista Nature aceptó
el artículo donde describían los estudios, que fue reproducido por los diarios
de la época. Pero, con el tiempo, estos resultados fueron desacreditados y lo
que pudo ser un descubrimiento histórico para la ciencia quedó en una anécdota
menor. ¿Qué ocurrió?
La explicación más cómoda es el fraude. Targ y Puthoff,
hambrientos de notoriedad, habrían engañado a la academia con experimentos
falsos. Pero estos dos físicos de Stanford ya contaban con buena reputación
antes de dedicarse a buscar gente que doblara cucharitas con la mente. Una
segunda posibilidad era una interpretación errónea de las estadísticas
obtenidas, tomando como real un resultado azaroso. Pero, de nuevo, ¿cómo es
posible que tantos referís lo pasaran por alto? Quien finalmente dio con la
solución al enigma fue el científico menos pensado o, más precisamente, un no
científico. El mago mundialmente famoso James "el maravilloso" Randi
afirmó que los científicos estaban siendo engañados por técnicas de
ilusionismo. Los científicos no están entrenados para detectarlas no solo
porque ignoran la técnica, sino por el sesgo de sobreconfianza de su formación
como científicos. Por eso, los trabajos de Targ y Puthoff habían sido aceptados
por la academia.
Randi no fue solo mago (él prefiere el título de
"prestidigitador"); su gran pasión fue la de deschavar a quienes
afirmaban tener poderes que desafiaran las leyes de la física. Fundador del
escepticismo en Estados Unidos, reveló todo tipo de fraudes, práctica que
adoptó por estas tierras Raúl Portal en los años 90, desenmascarando a los
"manochantas" de la época.
En Flim-Flam! Randi dedica un capítulo al
caso Targ-Puthoff, donde los llama "los Laurel y Hardy del psiquismo"
y luego, un libro exponiendo nada menos que a la estrella internacional israelí
Uri Geller, famoso en los 70 por retorcer metales con solo mirarlos. Pero la
teoría de Randi para denunciar fraudes tiene una limitación. ¡Un mago no
debería revelar en público el truco de otro mago! Los vivos usaban esta
coartada para que no se metieran en su negocio, pero Randi resolvió esta
disyuntiva presentándose en la TV junto al impostor de turno, prometiendo
lograr el mismo efecto y aclarando que se trataba de una ilusión. En algún caso
de ingenuidad máxima, el conductor se negaba a reconocer el truco y afirmaba
que Randi también exhibía poderes.
Si bien ciertas ilusiones usan tecnología, la mayoría de los
actos requieren de engaños sutiles. Para doblar una cuchara basta con tomarla
por el medio con pulgar e índice y sacudirla suavemente... nuestra mente hará
el resto. Los magos usaron las fallas psicológicas cientos de años antes de que
los científicos las descubrieran, y si bien desconocen la teoría, su éxito
estimuló a los científicos a consultarlos para conocer mejor la mente y la
conducta humanas. La investigadora más activa es Susana Martínez-Conde, que
trabajó con la colaboración de magos destacados, entre ellos el propio Randi y
también Teller, el silente compañero de Penn Jillette, del dúo Penn y Teller.
Una limitación humana bien aprovechada es la imposibilidad
de prestar atención al entorno. El mago distrae en el momento justo y realiza
su "pase mágico", indetectable aun a plena vista. Uno de los actos
más sorprendentes de un show es el robo al espectador. Celulares, billeteras y relojes
son sustraídos sin la menor sospecha y devueltos al final. ¡Ah! Una
recomendación: jamás apueste contra un mago a la mosqueta, ese juego donde se
debe adivinar bajo cuál de tres cubiletes habita una bolita.
Andrés Rieznik está al tanto de la relación entre magia,
ciencia y sesgos. En su maravilloso libro Neuromagia analiza
la actividad cerebral del público que asiste a trucos que violan las leyes
físicas.
Respecto de los sesgos, Rieznik señala que el pensamiento
esotérico de cierto público resulta ideal para crear atmósferas de intriga y
sensibilidad durante el acto mágico, aunque también permite aprovecharse de los
crédulos. "La magia es un arte milenario que evolucionó a partir de las
técnicas de tahúres, estafadores y charlatanes. Por suerte, los artistas modernos
lo usan para entretener", explica el físico y mago. Para Rieznik la magia
no es solo asombro, sino arte vivo. "El público disfruta aprendiendo ideas
novedosas. Y también hay lugar para la emoción, como en esos juegos en los que
las coincidencias improbables asemejan el encuentro entre almas gemelas".
Otro mago argentino que coquetea con la ciencia es
Maximiliano Giaconia, ilusionista y mentalista profesional, que investigó en el
Laboratorio de Neurociencia de la Universidad Di Tella la relación entre magia
y mente. Para él, experimentar a fondo el arte del asombro requiere de un
público adulto y educado.
"Para que el espectador pueda asombrarse con la magia,
en primera instancia tiene que hacer un proceso intelectual. Recién después de
eso viene el impacto emocional -aclara-. Los ilusionistas explotamos sesgos
cognitivos, manipulamos la memoria y la atención y prevemos la conducta en
ciertas situaciones. También inducimos a tomar ciertas decisiones". Estos
procedimientos no siempre son lineales: "muchos juegos exigen al
ilusionista elegir caminos y decidir en el momento las mejores alternativas.
Ahí surgen milagros inesperados, que luego la gente interpreta como planeados.
Es una especie de sesgo de resultado, el espectador juzga las decisiones del
artista basándose en el resultado final".
Los magos también explotan el sesgo de confirmación. Varios
hombres asisten al show decididos a "descubrir los trucos".
Paradójicamente, con ellos los ilusionistas se lucen, dando pistas falsas para
confirmar prejuicios y sumando fallos a propósito para entusiasmar a los que
esperan un fracaso. Tras varios amagos, se multiplica la sorpresa y los
escépticos quedan boquiabiertos. También hay un rol para los agujeros de la
memoria, que nos asegura haber visto milagros que jamás sucedieron. Y están los
que asignan milagros a la virtud: el mago señala una única carta dada vuelta en
el mazo, y cuando se revela el tres de corazones elegido por la dama, ella no
dejará de pensar que el mago captó su psicología personal.
La relación entre magia y economía es empática. Tras tantos
años asumiendo racionalidad, los espectadores economistas pueden convencerse de
su inmunidad a los trucos. Su presencia en el público se nota cuando piden al
mago "producir dólares" para un país que tanto los necesita.
Preparado para la ocasión, el artista suele conceder el deseo haciendo aparecer
y desaparecer billetes como si de un día tenso en la city se tratara.
Las ilusiones tienen su apogeo en las finanzas, donde los
gurúes se consideran magos. En este ámbito abundan las promesas de ganancias
rápidas que aprovechan los sesgos de los inversores ingenuos, que compran una y
otra vez los mismos buzones. El más famoso de los años 30 fue Carlo Ponzi,
mientras que 70 años después, Bernard Madoff se hizo rico con un esquema casi
idéntico. Pero los mejores ilusionistas son los ciudadanos exitosos, que la
sociedad califica como iluminados cuando buena parte de su brillo se debe a la
mera suerte. James Randi, con 91 años a cuestas, quizás esté viejo para desenmascarar
a esos ídolos y ponerlos en su lugar.
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