Manfred F.R. Kets deVries en INSEAD Knowledge del pasado 2 de noviembre plantea que debemos estar atentos para evitar que nuestro lugar de trabajo se convierta en una secta.
El autor considera que un culto se puede definir como la
extrema devoción a una persona, objeto, idea, movimiento o trabajo. Por tanto
los grupos políticos, las asociaciones criminales, los grupos que apoyan un estilo
de vida determinado y hasta los regímenes políticos pueden ser considerados
tipos de sectas. Muchas organizaciones tienen estas características, también,
como por ejemplo cuando cuentan con líderes muy influyentes que inspiran
devoción y demandan lealtad o con una cultura llena de normas muy restrictivas
en relación con los comportamientos y con una gran intolerancia ante cualquier
desviación de las reglas establecidas.
Al nivel más elemental los cultos satisfacen la búsqueda
humana de un significado. Ofrecen respuestas claras y absolutas a preguntas
complicadas tales como el significado de la vida, el bien en contraposición al
mal, aspectos religiosos, políticos, etc. También dan respuesta a nuestra
necesidad de orden y estructura o sirven para vencer la soledad y el deseo de
formar parte de algo más grande que nosotros.
Los líderes de las sectas saben apelar a estos deseos
básicos, maestros en el control mental, estos encantadores depredadores son muy
hábiles a la hora de explotar las ansiedades de sus potenciales conversos.
Sobresalen en hacer que los nuevos reclutas se sientan queridos e importantes
diciéndoles exactamente lo que desean oír. Estos “encantadores” logran que sus
seguidores crean en todo tipo de conceptos extravagantes como la seguridad
financiera completa, la paz mental perpetua, la salud perfecta, etc. Su poder
radica en la promoción de ideas sencillas que parece que son sensatas, lo
contrario de la ambigüedad, las contradicciones y la incertidumbre de la vida
cotidiana.
Muchos de estos líderes de sectas irradian carisma,
seduciendo a sus devotos con cantos de sirena, pero detrás de estas fachadas de
encanto muchos de ellos poseen rasgos de personalidad antisociales y hasta
psicopáticos.
Para mantener el control absoluto con frecuencia animan a
sus seguidores a cortar cualquier relación con el mundo exterior ajeno a ellos.
Una técnica eficaz que utilizan consiste en propagar pensamientos paranoides
del tipo “nosotros contra el mundo”, donde los demás son villanos y la secta es
el puerto seguro. Cortada cualquier conexión con sus antiguos contactos los
conversos se vuelven más dependientes de la secta para satisfacer sus
necesidades físicas y emocionales.
Con frecuencia los miembros de los cultos no son conscientes
de su situación y piensan que actúan por su propia iniciativa, aunque todos los
que les rodean ajenos a la secta lo perciben. Los muros de su prisión
autoimpuesta son invisibles para ellos.
Las organizaciones, en ocasiones, tienen muchas de las
características de las sectas cuando esperan que sus profesionales se adhieran
estrictamente a una serie de creencias y si no lo hacen son severamente
castigados.
Algunas tienen líderes carismáticos con los que se
identifican sus profesionales fácilmente, ya que pueden considerarles modelos
de cómo deben actuar, pensar y sentir. Debido a la naturaleza de los procesos
de socialización que se producen pueden ligarse emocionalmente a sus
organizaciones que el trabajo se convierte para ellos en algo más importante
que la familia o la comunidad. En ocasiones se pueden fomentar, también,
pensamientos paranoides y la identidad corporativa se genera en oposición a
fuerzas externas hostiles que convierten el comportamiento nosotros contra
ellos en la norma, no estimulando el pensamiento creativo. Los dogmas y el
control mental coartan el compartir ideas, opiniones y la crítica
constructiva.
Debemos, todos, estar alerta para detectar este tipo de
organizaciones, ya que para resistir a los cantos de sirena debemos mantenernos
vigilantes. Somos responsables individualmente de ser capaces de distinguir la
demagogia de los hechos, de rechazar el planteamiento blanco-negro y buscar
todas las oportunidades posibles para mantener debates saludables.
Por último, el autor recomienda que apreciemos y reconozcamos
a los líderes reflexivos que fomentan el pensamiento crítico, los juicios
fundamentados, que valoran la individualidad y que irradian autenticidad. No
hay que olvidar que una de las mejores muestras de un buen liderazgo es tener
la habilidad de liberar el potencial de los colaboradores para que sean mejores
y no para esclavizarles.
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