Las personas que
procrastinan reconocen tener un menor rendimiento en el trabajo, más
sentimientos negativos e incluso más problemas de salud.
Quizás hiciste clic para leer este artículo porque el tema
te interesa y querés dejar de procrastinar. O quizás lo hiciste justamente
para postergar y distraerte de esa tarea ‒la que vos sabés‒, que te espera
desde hace tiempo y que, por razones más o menos misteriosas, no dejás de
posponer para mañana. Solo que ese "mañana" al final no llega
nunca.
Sea cual sea tu caso deberías saber que procrastinar, esto
es, demorar voluntariamente algo que íbamos a hacer a sabiendas de que esa
dilación es perjudicial, no solo tiene consecuencias negativas en el
ámbito profesional, sino también en la salud y en nuestro bienestar. Y no es un
problema menor: se calcula que este problema de autorregulación, en su forma
crónica, afecta aproximadamente al 20% de la población, según un estudio
de la Universidad Depaul (Chicago, Estados Unidos).
Thimoty A. Pychyl, doctor en Psicología y autor de La
solución a la procrastinación, explica que las personas que procrastinan
reconocen tener un menor rendimiento en el trabajo, más sentimientos
negativos e incluso más problemas de salud. Explicar dicha falta de
rendimiento parece fácil, aunque al hacerlo muchos echarán mano de aquella
experiencia del pasado en que procrastinaron y les fue bien, para así quizá
justificarse y seguir… procrastinando. Pero lo cierto es que procrastinar
significa dedicar menos tiempo efectivo a realizar el trabajo, y esto casi
siempre tiene un efecto en su calidad final.
Más desconcertante puede parecer que este hábito se asocie a
emociones negativas, porque en principio deberíamos sentirnos mejor por dejar
de realizar tareas que nos resultan arduas o desagradables. Un estudio de la
Universidad de Calgary (Alberta, Canadá) demuestra que la gente que procrastina no vive más feliz, sobre
todo a largo plazo.
El primer consejo
para dejar de procastinar es hacer una lista de tareas.
Otras investigaciones exponen además que procrastinar puede
perjudicar a nuestra salud en dos sentidos: primero, porque genera estrés, un
factor que es sabido que afecta a nuestro sistema inmunitario y pone en riesgo
nuestro bienestar. Y segundo, porque los procrastinadores crónicos suelen
aplazar también ciertos hábitos saludables, como comer vegetales o hacer
ejercicio. Dejar de ir al gimnasio un día en principio no
parece grave, pero si posponemos nuestra cita con la cinta una y otra vez
terminaremos convirtiéndonos en personas sedentarias, con los peligros que ello
conlleva para nuestra salud. "Somos lo que hacemos repetidamente",
afirmaba Aristóteles.
"Cuando procrastinamos sobre nuestros objetivos estamos
posponiendo, básicamente, nuestra vida", afirma Pychyl, uno de los mayores
expertos del mundo en este ámbito. Y es que nuestros objetivos, nuestras
tareas, son aquello que acaba por conformar gran parte de la sustancia de
nuestra existencia. Filósofos y psicólogos han explicado de distintas formas
que la felicidad se encuentra en la consecución de ciertas metas.
Ello no significa que debamos vivir para conseguir algo en particular, pero sí
estar enfocados en perseguir aquello que creemos que es importante para
nosotros.
¿Cómo abandonamos este hábito?
¿Y cómo podemos dejar de sabotearnos y abandonar este nocivo
patrón de conducta? Los expertos recomiendan realizar, en primer lugar,
una lista de las tareas que solemos procrastinar con más
frecuencia. Junto a cada una de ellas debemos anotar qué efectos ha tenido esa
dilación en nuestra salud, felicidad, estrés, relaciones.
Tras esa primera toma de conciencia, Pychyl propone establecer con firmeza la intención de cambiar. Para
ello, resultará de utilidad prever el futuro y tomar de antemano una serie de
decisiones.
Por ejemplo, si sabemos que el teléfono suele ser una fuente
de distracción y una excusa que utilizamos para dejar de escribir un informe
pendiente, antes de sentarnos a redactarlo podemos tomar la decisión de ponerlo
en modo avión hasta que terminemos de escribir.
O si sabemos que la
interrupción de un colega va a darnos alas para dejar de lado la tarea en
cuestión y en lugar de eso aprovecharemos para irnos a tomar un café,
estableceremos firmemente la intención de actuar de otro modo, formulándola de
una forma parecida a esta: «SI cuando estoy escribiendo el informe, Juan viene
a decirme que salgamos a tomar un café ENTONCES yo le diré: no, gracias,
primero tengo que teminar de escribir este informe». La fórmula
SI-ENTONCES, según este psicólogo canadiense, es una de las más poderosas
ayudas para prever posibles obstáculos en el camino para dejar de procrastinar.
Otro paso muy eficaz es simplemente ponerse en marcha.
Cuando una tarea nos abruma o nos parece demasiado grande/pesada/ambiciosa, y
sentimos la imperiosa necesidad de posponerla, los expertos recomiendan actuar
de modo opuesto a esa tendencia, es decir, empezar. Dar el primer paso, comenzar
por un segmento pequeño de la tarea, será muy útil para darnos cuenta
de que quizá no era para tanto y que el problema estaba más bien en nuestra
percepción del asunto.
Empezar, al menos
por una parte, es una forma de ponerse en marcha.
El siguiente paso del proceso pasa por dejar de
engañarnos. Somos expertos en crearnos falsas expectativas y a menudo
pecamos de exceso de optimismo respecto a nuestra capacidad organizativa. Es
entonces cuando nos mentimos a nosotros mismos diciéndonos que «mañana» o «más
tarde» estaremos mejor dispuestos para la tarea en cuestión. Y la experiencia
‒y los expertos‒ nos dice que eso no es así. Lo que estamos haciendo con este
comportamiento es aliviar la inquietud que produce la procrastinación,
inventando excusas y argumentos para sentirnos más tranquilos. La recomendación
es que cuando aparezcan en la mente pensamientos del tipo: "Mañana voy a
estar más descansado y podré hacerlo", "Yo funciono mejor bajo
presión", "En realidad a mí me gusta más hacer ejercicio por la tarde,
lo hago después" debemos estar preparados para interpretarlos como
una señal de alarma de que estamos a punto de demorar una
actividad necesaria o importante para nosotros. Y a la vez, ver a estas excusas
como la bandera roja que nos indica que es el momento de ponernos en marcha y
empezar.
Por último, es importante dedicar un espacio a perdonarnos
por nuestras procastinaciones pasadas. Esta idea, que de entrada quizá
pueda resultar extraña, es una condición básica si tenemos la intención de no
volver a postergar nunca más. Del mismo modo que cuando discutimos con un amigo
y no aclaramos el malentendido este sigue latente, generándonos sentimientos
negativos y motivando que quizá tratemos de evitar al máximo a esa persona,
ocurre algo parecido cuando procrastinamos. Si no nos perdonamos por hacerlo es
probable que sigamos asociando sentimientos negativos al tipo de tarea que
solemos procrastinar, por lo que lo más seguro es que sigamos evitándola.
Sorprendentemente, se ha demostrado que las personas que se perdonan por este
tipo de comportamientos en el pasado tienen muchas más posibilidades de dejar
de repetirlo en el futuro.
© ROCÍO CARMONA. La Vanguardia.
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