Marcelo Aguilar
Si le decían a alguien antes del 11 de septiembre de 2001 que los aeropuertos (especialmente los de Estados Unidos) se iban a transformar en lugares hostiles, con controles estrictos, guardias severos y obligación de quitarse hasta los zapatos, tal vez esa persona hubiera pensado que se trataba de un pronóstico alocado. Sin embargo, luego del ataque terrorista no quedó otra que habituarse a esa realidad: pagar un precio en libertades individuales a cambio de poder seguir volando.
Según un reporte del MIT, se trata de un ejemplo de cambio abrupto en la vida cotidiana comparable a los que se multiplicarán tras la pandemia, esta vez en una escala mucho mayor. El informe se tituló Aceptémoslo: el estilo de vida que conocíamos no va a volver nunca. "Para detener la pandemia de coronavirus debemos cambiar drásticamente nuestra forma de hacer todo lo que hacemos: cómo trabajamos, cómo hacemos deporte, cómo salimos, cómo compramos, cómo controlamos nuestra salud, cómo educamos a nuestros hijos y cómo cuidamos a los miembros de la familia", agrega.
Los contextos de "terremotos de hábitos", como el
que implica la expansión del Covid-19, fueron analizados para otras circunstancias
por la literatura de ciencias del comportamiento. Hay tres libros de
divulgación sobre "la ciencia de los hábitos", que dan pistas sobre
lecciones para estas convulsiones extremas:
Hábitos atómicos (2018), de James Clear; Indistractable (2019),
de Nir Eyal, y El poder de los hábitos (2012), de Charles
Duhigg. Los tres autores sostienen que una forma de definir a los seres humanos
es la de un "conjunto de hábitos" que determinan más de la mitad de
las decisiones que tomamos todos los días. Lo que sigue son diez enseñanzas de
estos libros, aplicables a la nueva realidad:
Mar embravecido. Duhigg cuenta que ya desde la
década del 60 las empresas de consumo masivo saben que en los momentos de
cambios abruptos en la vida de las personas (la llegada de un hijo, la muerte
de un familiar cercano, una mudanza, un divorcio), uno es más propenso a
modificar también los pequeños hábitos. Cuando las marcas de pasta de dientes
detectan alguna de estas situaciones en un consumidor (por su patrón de
compras), lo bombardean a promociones para "conseguir el pase" hacia
su producto. El autor narra la historia de una joven estadounidense que se
enteró de que estaba embarazada cuando la cadena de tiendas Target le empezó a
sugerir que llevara pañales y leche de fórmula, inducida por el nuevo patrón de
adquisiciones de la clienta. Con la cuarentena se producirán muchos cambios de
hábitos que quedarán por años después de la pandemia.
Interés compuesto. Para Clear, una trayectoria
exitosa no se define tanto por una "gran transformación", sino por la
suma de pequeños nuevos hábitos, día tras día, que en el agregado configuran
una dinámica similar a la del "interés compuesto" en las inversiones.
"Uno debería estar más preocupado por la trayectoria que por los
resultados actuales. Tus resultados son una medida rezagada de tu conjunto de
hábitos. Tu activo es una medida rezagada de tus hábitos financieros. Tu
conocimiento es una medida rezagada de tus hábitos de aprendizaje. Tu peso es
una medida rezagada de tus hábitos alimenticios. Obtienes lo que repites",
sostiene el autor. Hacer algo un 1% mejor cada día equivale a mucho en el largo
plazo.
No todo a la vez. La mayor parte de los procesos
de cambios de hábitos fallan porque tendemos a hacer todo al mismo tiempo:
"A partir de la semana que viene empezamos a comer más sano, a hacer
deporte y a ver menos pantallas". Eso tiene 99% de chance de fracaso,
según Clear. Conviene dar paso por paso y obtener pequeñas victorias que
construyan autoconfianza.
El juego del tiempo. Como ocurre con el interés
compuesto, el tiempo es un aliado cuando se trata de acumular hábitos
saludables, y un enemigo cuando lo que se suman son malos hábitos.
El contexto es todo. La semana pasada, el BID
distribuyó recomendaciones para armar espacios de juego para los chicos en la
cuarentena. Los tres autores mencionados (especialmente Eyal en Indistractable )
hacen énfasis en que el contexto es más importante que la motivación como
"motor de arranque" de un buen hábito (tener un espacio de juego
agradable, para ejercitar, para trabajar, para cocinar comida saludable,
etcétera). Lo fundamental es tomar notas de las "fricciones" que hay
con un nuevo hábito que se quiere incorporar, para removerlas en lo posible. Y,
de manera inversa, agregar fricciones para evitar una costumbre que queremos ir
eliminando.
Subestimamos el "empezar". Cuando
imaginamos algo nuevo que nos gustaría hacer (escribir un libro, por ejemplo)
tendemos a gastar mucha energía mental y tiempo imaginándonos el resultado
final y muy poco en la línea de partida (cómo arrancamos), remarca Clear. Cita
a un psicólogo de Harvard, Gerome Bruner, quien sostiene que es más fácil
accionar para sentir la motivación que esperar a que la motivación o
inspiración nos lleve a accionar.
Las cuatro claves. Para que una costumbre entre
en nuestro "piloto automático" (y, así, la practiquemos con el menor
gasto de energía cerebral) debe ser obvia, satisfactoria, fácil y atractiva. Es
más fácil decirlo que hacerlo, pero hay unos trucos para que la rueda gire de
manera más aceitada.
Juntos a la par. Una recomendación de esta
literatura para que los hábitos entren en el círculo del piloto automático es
agrupar una costumbre satisfactoria que ya tenemos con una que queremos
incorporar. Por ejemplo, ver un capítulo de una serie mientras corremos en una
cinta o saltamos una soga.
Invertir la recompensa. Uno de los sesgos más
estudiados por la economía del comportamiento es el de la "aversión a la
pérdida". A nivel emocional, un fracaso o una pérdida nos produce un
impacto en promedio tres veces mayor que el efecto positivo de una ganancia o
éxito (multiplicado por -1, hablamos de intensidad). Por eso mismo sirve
invertir la carga de premio-castigo de un hábito deseable: hacer ejercicio
tendrá la recompensa de un cuerpo más saludable, pero el hábito estará más
apalancado si hay un castigo asociado por no hacerlo (por ejemplo, si la
actividad se hace en grupo y no queremos que el resto se entere de que no
cumplimos con nuestra rutina).
No cortar la cadena. Si por alguna razón nos
salteamos una repetición de un nuevo buen hábito que se quiere formar, bajo
ninguna circunstancia deberíamos permitir que eso se repita y se pierdan dos
eslabones de la cadena. Años atrás, el economista y profesor de la Di Tella
Sebastián Ludmer desarrolló en Princeton, donde investigaba, un modelo que
mostraba que cuando hacemos tareas que requieren fuerza de voluntad "en
serie" (ir al gimnasio varias veces por semana, por ejemplo), tendemos a
una dinámica de "rachas": tantos meses sin faltar, o varios meses sin
pisarlo siquiera. El modelo de Ludmer planteaba que hay algo así como una
"auto-reputación" que defendemos y que tiene un costo marginal
decreciente la segunda o tercera vez que faltamos al gimnasio. Por eso, es
importante ser conscientes de este esquema y no cortar la racha.
Martin Wolf, el principal columnista económico del Financial
Times , sostuvo la semana pasada que la crisis del Covid-19, al igual
que otros períodos de turbulencia extrema, funciona como un "acelerador de
la historia": tendencias que estaban en curso a su propio ritmo
(teletrabajo, empleo por plataformas, educación online y
otras) se aceleran y llegan antes de lo pensado. ¿Ocurrirá lo mismo con algunos
cambios masivos de hábitos?
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