"En una nota publicada por Financial Times, el historiador
israelí asegura que se enfrentan dos opciones sobre cómo combatir la pandemia:
vigilancia totalitaria vs empoderamiento de la ciudadanía, y aislamiento
nacionalista vs solidaridad global"
En un impactante artículo en la publicación británica The
Financial Times, el historiador israelí Yuval Noah Harari reconoce que la
humanidad enfrenta una crisis global de grandes dimensiones y alerta que las
decisiones que se tomen moldearán nuestras vidas durante varios años y el
riesgo de que la adopción de medios de vigilancia biométrica masiva trascienda
la emergencia y habilite a que gobiernos y corporaciones controlen nuestras
vidas. Además, critica severamente al presidente de EEUU, Donald Trump, por
tomar decisiones unilaterales, lo que dificulta una acción global no sólo para
combatir el virus sino también limitar el daño a la economía mundial.
“La humanidad enfrenta una crisis global. Tal vez la más
grande de nuestra generación. Las decisiones que la gente y los gobiernos tomen
en las próximas semanas", dice el artículo, “... no sólo formatearán
nuestro sistema de salud, sino también nuestra economía, nuestra política y
nuestra cultura”.
Por eso, Harari pide “tener en cuenta las consecuencias de
largo plazo de nuestras acciones” y preguntarnos “no sólo como superar la
amenaza inmediata, sino también en qué clase de mundo viviremos cuando pase la
tormenta”, porque “viviremos en un mundo diferente”.
En situaciones de emergencia, alerta el autor de “De
animales a dioses”, “Homo Deus” y “21 lecciones para el siglo 21”, decisiones
que normalmente llevan años de deliberación se toman en cuestión de horas y
tecnologías inmaduras e incluso peligrosas se ponen en servicio porque los
riesgos de no hacerlo son aún mayores. Naciones enteras, explica, hacen
experimentos de gran escala que ni escuelas o universidades aceptarían tomar en
tiempos normales.
Según Harari, las dos opciones más importantes del momento
son entre “vigilancia totalitaria o empoderamiento de los ciudadanos” y
“aislamiento nacionalista o solidaridad global”.
En la extensa nota, el autor explica que las actuales
técnicas de vigilancia permiten a los gobiernos apoyarse en sensores ubicuos y
algoritmos en vez de espías humanos y que en la batalla contra el coronavirus
se han desplegado nuevas herramientas. Al respecto, da el ejemplo de China, que mediante el
monitoreo de smartphones y el uso de millones de cámaras de reconocimiento
facial y obligando a los chinos a chequear y reportar su temperatura corporal y
condiciones médicas logró detectar no sólo a los portadores del virus sino
también trazar sus movimiento e identificar a todos con quienes estuvo en
contacto.
Una de las claves del análisis de Harari es que ahora gobiernos
y corporaciones tienen a su disposición herramientas antes impensadas. "Si
no somos cuidadosos, la epidemia puede marcar un hito en la historia de la
vigilancia -advierte- no tanto porque podría normalizar el despliegue de
herramientas de vigilancia masiva en países que hasta ahora las han rechazado,
sino más bien porque representa una dramática transición de vigilancia ‘sobre
la piel’ a vigilancia ‘bajo la piel’”.
Hasta ahora, explica, cuando el dedo de una persona tocaba
la pantalla de un smartphone o clickeaba un link en una tablet o computadora,
el gobierno podía saber qué estaba tocando. Con el coronavirus, ahora también
quiere saber la temperatura del dedo y la presión sanguínea debajo de de su
piel.
El uso masivo de esas técnicas permitirá en un futuro
cercano que gobiernos y corporaciones sepan si una persona está enferma, antes
que la propia persona, y dónde y con quiénes estuvo. En tiempos de crisis,
reconoce, estas tecnologías acortan drásticamente el tiempo para detectar
cadenas infecciosas e incluso cortarlas de plano. Eso es maravilloso, reconoce,
pero puede legitimar un temible sistema de vigilancia en el que gobiernos y
corporaciones no sólo podrán saber las preferencias políticas de un ciudadano,
sino también sus reacciones emocionales al mirar, por ejemplo, un videoclip, lo
que les permitirá vigilarlo y manipularlo mejor.
En una crisis como la actual, ciertas herramientas
permiten acortar drásticamente la detección de cadenas infecciosas, pero
también pueden legitimar que en el futuro gobiernos y corporaciones vigilen no
sólo las preferencias políticas de los ciudadanos sino que también puedan conocer
y manipular las reacciones emocionales de los ciudadanos.
“El enojo, la alegría, el aburrimiento y el amor son
fenómenos biológicos, como la fiebre y la tos. La misma tecnología que
identifica un estornudo puede identificar una sonrisa. Si los gobiernos y las
corporaciones empiezan a acumular nuestros datos biométricos en masa, llegarán
a conocernos mejor que nosotros mismos y podrán no sólo predecir nuestros
sentimientos, sino también manipularlos y venderlos, lo que quieran: sea un
producto o un político”, dice un pasaje, y sitúa un imaginario 2030 en Corea
del Norte, en el que el gobierno, obligando a los ciudadanos a usar pulseras
biométricas las 24 horas del día, sabe al instante de la furia de alguien ante
una determinada frase o gesto de “el gran líder”.
Como ejemplo de la tendencia de los gobierno a extender
emergencias, Harari recuerda que su propio país, Israel, aún no abolió las
leyes de emergencia de 1948, durante la guerra de Independencia. Incluso si
las infecciones de coronavirus se reducen a cero” -señala- algunos gobiernos
“hambrientos de datos” mantendrán la vigilancia biométrica por si surge algún
nuevo virus. La batalla de la privacidad puede perderse, dice, porque cuando
hay que elegir entre privacidad y salud, habitualmente se elige la salud.
Ese planteo, dice, es la raíz del problema, porque es un
falso dilema. Mejor que parar el coronavirus con sistemas de vigilancia
totalitarios, plantea, es hacerlo empoderando a los ciudadanos, como hicieron
Corea del Sur, Taiwán y Singapur, que usaron mecanismos de trazado de
ciudadanos, pero se apoyaron mucho más en el testeo masivo y el reporte
voluntario de una ciudadanía bien informada y dispuesta a cooperar. Según
Harari, cuando a la gente se le dicen los hechos científicos y la gente confía
en las autoridades que se lo dicen, puede hacer lo correcto sin que el “Gran
Hermano” la vigile. “Un pueblo motivado y bien informado es mucho más poderoso
y efectivo que un pueblo vigilado e ignorante”.
Como ejemplo, cita el lavado de manos, “uno de los más grandes
avances en la historia de la higiene”, que salva millones de vidas cada año,
pero cuya importancia fue descubierta recién en el siglo XIX, al punto que
antes ni siquiera médicos y asistentes sanitarios se lavaban las manos incluso
después de una operación. Gente bien informada se lava las manos, dice, porque
entiende porqué debe hacerlo.
Uno de los problemas, añade, es que para lograr esa
cooperación “la gente necesita confiar en la ciencia, confiar en las
autoridades públicas y confiar en los medios”. Pero, se lamenta, “políticos
irresponsables han deliberadamente socavado la confianza en la ciencia, en las
autoridades públicas y en los medios”. Ahora, prosigue, “esos mismos políticos
irresponsables podrían estar tentados de tomar el camino del autoritarismo,
argumentando que no se puede confiar en que la gente haga lo correcto”.
Un plan global
En cuanto a la opción entre aislamiento nacionalista y
solidaridad global, Harari afirma que así como la pandemia y la crisis
económica resultante son “problemas globales”, sólo pueden ser resueltos
mediante la cooperación global. Para ello, sigue, es necesario compartir la
información, que define como “la gran ventaja de los humanos sobre un virus”.
En ese sentido, llama a confiar más en la información que
aporten los científicos y expertos en salud más que en las teorías conspirativas
y políticos autoreferenciales. Como ejemplo de cooperación cita la
distribución, basada en la información sobre las diferentes situaciones de los
países a medida que pasan las semanas, no sólo de información, sino también de
equipamiento médico e incluso de médicos, lo que requiere un acuerdo global
sobre el movimiento de pasajeros, para permitir el desplazamiento de “viajeros
esenciales”, mediante un sistema de monitoreo de los mismos, de modo que
quienes viajen no teman compartir travesía con otros pasajeros.
En cuanto al frente económico, Harari apunta que dado el
carácter global de la economía y las cadenas de aprovisionamiento, si cada
gobierno actúa por las suyas ignorando a los demás, el resultado será el caos y
una crisis económica más profunda. Por eso, dice, se necesita "un plan
global”.
Desafortunadamente, no es lo que está sucediendo, ya que una
“parálisis colectiva” se apoderó de la comunidad internacional. Ejemplo de eso
es que el G7 apenas logró organizar un videoconferencia la semana pasada, de la
que no surgió plan alguno.
Al respecto, Harari critica severamente al actual gobierno
de EEUU. En crisis previas, recuerda, como la financiera de 2008/09 y la
epidemia de Ébola de 2014, EEUU asumió ese rol, que Donald Trump abdicó, dice
porque “le importa más la grandeza de América que el futuro de la humanidad”.
Incluso si EEUU cambia de enfoque, dice Harari, será
difícil coordinar un plan global con un líder “que nunca se hace responsable,
que nunca admite errores y que usualmente se atribuye todos los méritos a sí
mismo y la culpa a los demás”. Si el vacío que dejó EEUU no es llenado por
otros países no sólo será más difícil parar la epidemia, sino que su legado
será envenenar las relaciones internacionales por muchos años, señala.
Cada crisis es también una oportunidad y es posible que la
actual epidemia ayude a la humanidad a entender el agudo peligro de la falta de
unidad global, concluye Harari, quien plantea la opción entre “recorrer la ruta
de la desunión o adoptar el camino de la solidaridad global; si elegimos la
desunión no sólo se prolongará la crisis, sino que habrá otras peores en el
futuro. Si elegimos la solidaridad, no sólo lograremos la victoria contra el
coronavirus, sino contra futuras epidemias y crisis que puedan amenazar a la
humanidad en el siglo XXI".
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