En Recursos Inhumanos,
el nuevo libro de Pierre Lemaitre, el autor explora la psicología de los
asalariados y el paradigma de la vida digna a través del empleo.
56 años, casado, dos hijas grandes. Trabajaba en Mensajerías
Farmacéuticas, seleccionando las cajas de medicinas para distribuir en
farmacias. Antes, fue director de Recursos Humanos en una empresa de casi
doscientas personas. Ahora está desempleado, intentando volver. "Buscar trabajo es como trabajar, lo
que he hecho toda mi vida; está incrustado en mi sistema neurovegetativo,
hay algo que me empuja a ello por necesidad, pero sin motivación. Busco trabajo
como un perro olisquea una farola. No tengo ilusión, pero es más fuerte que
yo", confiesa.
Su nombre es Alain
Delambre y es el protagonista de la nueva novela de Pierre Lemaitre,
Recursos Inhumanos. Aquella confesión coincide deliberadamente con una cita
preliminar de Tomasi di Lampedusa,
del célebre libro Il Gatopardo que trascurre entre 1860 y 1910, y que reza:
"Pertenezco a una generación infeliz, a caballo entre los viejos tiempos y
los nuevos, que no se encuentran a gusto en estos ni en aquellos. Además, como
ya lo habrá advertido a usted, no tengo ilusiones".
La transición de una época a otra totalmente distinta no es
una novedad en el trascurso de la historia. En la novela de Lampedusa, un aristócrata debe adaptarse a una sociedad
donde los títulos nobiliarios dejaron de tener valor. Para Delambre, ha descendido al mundo de los desocupados y le resulta
muy difícil acostumbrarse, hasta llegar a extremos impensados para él
mismo, lo cual es la trama de la novela.
Curiosamente, un aristócrata no tenía que trabajar, pero no
es el caso de Delambre, quien tiene
depositada su razón de ser, incluso su dignidad, ligada a una ocupación
honesta, con horario, lugar y nivel en una estructura organizacional. En ambos
casos interviene un pasado que desaparece y que los deja en suspenso, una
especie de limbo que no es ni cielo ni infierno. Tal vez sea mejor pertenecer a
cualquiera de los dos extremos, infierno incluido.
Hoy la desocupación
crece, no solo en nuestro país, sino en todo el planeta. Algo habrá que
hacer, seguramente, y hay algún afán por encontrar responsables. Renace la
xenofobia. Los mexicanos le roban el trabajo a los norteamericanos, los turcos
a los alemanes, los árabes a los franceses, etcétera. Son temas macroeconómicos
y sociales, que exceden las decisiones minimalistas, pero están insertas en el
sistema global. Son emergentes. Son señales. Si se las ignora tiene el mismo
efecto que el calentamiento global.
Hay ejemplos sencillos, domésticos. Un papelito en el suelo,
una miga de pan, dos, tres, muchas, terminan siendo un desastre si la suma no
se detiene. Entonces, hay que pensar y medir mucho antes de decidir que se
multipliquen los casos de Delambre,
quien reflexiona: "En el fondo, tengo mentalidad de asalariado. Soy el
prototipo del mando intermedio".
Y agrega, basado en su experiencia: "Las modas cambian
endiabladamente. Hace cinco años reinaba el análisis transaccional, ahora suena
antediluviano. Hoy en día lo que prima es la «dirección de transición», la
«reactividad sectorial», la «identidad corporativa», el desarrollo de «redes
interpersonales», el «benchmarking», el «social networking». Ya no basta con
trabajar, hay que «comprometerse». Antes había que estar de acuerdo con la
empresa, ahora hay que fusionarse con ella".
Reconozcamos: una
verdadera calesita, donde es muy difícil subir, pero es mucho más duro bajar.
Todo ello porque hace bastante más de un siglo el trabajo es un valor, que no
solo permite comer, sino que otorga entidad. Como diría Delambre, está
incrustado en el sistema neurovegetativo.
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