Marrakech, es una de las ciudades más importantes de Marruecos
- al noroeste de África - fundada hace casi 1000 años y alberga a
aproximadamente un millón de habitantes.
Medina -ciudad vieja, amurallada-, declarada por la Unesco
como Patrimonio de la Humanidad es un increíble laberinto de callejuelas,
mercados, plazas y mezquitas.
Vivenciar su dinámica es una experiencia inigualable y un
viaje al pasado que en pocos lugares se puede visualizar de manera más clara.
Las decenas de "riads" -casas convertidas en hoteles-, son auténticos
palacios con unas pocas habitaciones que permiten vivir a sus huéspedes como
verdaderos sultanes por tarifas muy accesibles.
Intentar caminar por sus angostas calles es una odisea que
requiere estar atento para eludir la muchedumbre -la mayoría vestida con sus
tradicionales túnicas- que se entremezcla con las motos que avanzan a una
velocidad impensada, carros y caballos. Cruzar de una vereda a la otra es una
misión arriesgada, ya que el caos es la normalidad.
Recorrer sus mercados tradicionales -suqs- es sumergirse en
la historia del trabajo y el comercio. Por largas cuadras conviven puestos
callejeros - uno pegado al otro - que ofrecen especias, ropas, alfombras,
comidas típicas o vajilla, con artesanos que venden sus propias producciones de
todos los rubros imaginables: desde herreros hasta marroquineros y curtidores,
pasando por orfebres, ceramistas, panaderos, textiles, bordadores, carpinteros
o costureros. Cada uno de ellos en pequeños loles, en los que en el fondo
tienen sus antiguos talleres y en el frente expone su mercadería. Observar con
detenimiento sus mecanismos de producción es retroceder muchísimos años, pues
utilizan precarias herramientas, con tecnologías que podríamos pensar que se
encuentran sólo en los libros de historia. Un ejemplo de los tantos que se
pueden observar es la elaboración manual de aceite de castañas, con un grupo de
mujeres que muelen durante largas horas en sus recipientes girando una
rudimentaria piedra, sentadas en el suelo y obteniendo gota a gota. El regateo
es la única manera de acordar un precio y las discusiones sobre el valor de un
producto pueden durar varios minutos.
La plaza central, corazón de la Medina, es un espectáculo
llamativo donde se pueden ver tanto encantadores de serpientes, músicos,
malabaristas y faquires como vendedores ambulantes de todo tipo - desde
brebajes afrodisíacos a frutos secos-, tatuadoras de henna, feriantes que
ofrecen sus productos de todos los colores, aromas y tamaños y un gigante
restaurant al aire libre.
Cuando se podría pensar que están muy alejados de la globalización,
los teléfonos celulares están omnipresentes, al igual que algunas marcas de
bebidas como así también zapatillas y camisetas de los clubes más importantes
de futbol de dudosa procedencia.
Pero como los extremos siempre tienden a unirse, también la
Medina de Marrakech podría ser un excelente ejemplo del movimiento de
"productos kilómetro 0" o "productos de proximidad". Esta
tendencia -que cada vez tiene más adeptos-, está basada en el cuidado del
medioambiente, el desarrollo sustentable, el comercio justo y el compromiso
ético con los productores locales. Fomenta una nueva manera de comprar y
consumir -como contracara de los alimentos que viajan miles de kilómetros desde
su punto de origen o recolección hasta el supermercado-. Sus impulsores sostienen
que los alimentos deben generarse y consumirse en un radio no mayor a los 100
km., ser de temporada, no se le deben añadir químicos ni tóxicos y se debe
proteger el medioambiente en toda la cadena de suministro.
Es entonces que podemos decir que el pasado, el presente y
el futuro se conectan impensada e increíblemente.
Sin dudas, hay múltiples ejemplos similares a Marrakech
alrededor del mundo -algunos muy cercanos- para entender que aún tenemos un
largo camino por recorrer y que hablar de trabajo del pasado, presente o futuro
es solo una cuestión de contexto y perspectiva.
Alejandro Melamed. Speaker internacional. Co-autor de
"Diseña tu camino", de reciente edición.
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