Alguien dijo que frases como “más vale lo malo conocido”
eran sabiduría popular, y ahí la empezamos a cagar.
El miedo al cambio tiene una pandilla de aliados cobardes y
mentirosos: la autocomplacencia, la resignación, el beneplácito social, el
hábito y su abuela… la tradición. Los puedes reconocer porque suelen viajar
montados en inercias. Alternas con ellos de manera inconsciente al igual
que gestionas la respiración. Solo que si dejas de respirar,
mueres, pero si rompes una inercia puedes vivir… una nueva vida.
Aclaro, por aquello de las expectativas, nueva vida, que no
necesariamente mejor. El cambio, cuando es voluntario, lleva implícita
una intención de progresar, pero el resultado que buscas nadie te lo puede
garantizar al inicio del camino. De esa verdad irrefutable se vale el miedo
para reclutar acólitos.
Sin embargo hay otra verdad igualmente irrebatible. El
cambio siempre llega. Si has sido capaz de mirar a la esfera de un reloj
durante más de un segundo habrás percibido que el tiempo no se para, y que por
tanto es imposible permanecer igual. Así que la cuestión de fondo que
resume este debate es: ¿Quieres ser parte activa del cambio o quieres dejarte
llevar por los cambios que tarde o temprano aparecerán?
Hoy en día hablar del cambio no es filosofía, ni una
metáfora, ni siquiera
poesía, es pura cotidianidad. El mundo en el que vivimos
ha entrado
en constante estado de transformación exponencial.
Sí, como te susurra el miedo, nadie te puede garantizar el
resultado del cambio, pero tampoco nadie puede impedir tu implicación en él, tu
influencia en su gestión, o la satisfacción que produce actuar alineado con tus
valores personales.
Si ya estás casi convencido de tomar las riendas cuando
sientas que se necesita (o se necesitará) un cambio o simplemente te huelas que
el rumbo que está tomando tu vida (o tu empresa) tiene pinta de conducirte a un
lugar no deseado, entonces llega siempre la misma cuestión. ¿Por dónde
empiezo?
Pues elige la inercia a eliminar. A veces es obvio, es algo
que no te gusta. Otras simplemente es una intuición. El mero hecho de
cuestionarte lo que sea lo pone en el disparador. Como escribí hace
tiempo, para transformar antes
hay que eliminar, así que no tengas reparos.
Las inercias son cosas que haces sin pensar normalmente
amparado por la comodidad. Las inercias siempre te conducen al mismo destino.
Puedes vivir con ellas, pero, si a poco que las examinas detenidamente,
llegas a la conclusión de que nunca te han deparado lo que estabas buscando (o
hace tiempo que dejaron de hacerlo), hazte entonces un examen
autocrítico, ¿me he esforzado lo suficiente? ¿He hecho todo lo que he podido?
Si la respuesta se aproxima mucho al “sí”, deja de actuar igual.
Rompe la inercia. Abandona el hábito que va montado en ella,
desmonta tu autocomplacencia. Prueba a hacer las cosas de otra manera, la
manera que tú sientas que es la adecuada. Si rompes la inercia,
el cambio llega, y podrás entonces comprobar si también te acerca al resultado
que buscas. Y después adaptarlo hasta tocar la tecla adecuada (si esto
te suena, es porque empiezas a estar familiarizado con la metodología agile)
La gestión del cambio la puedes comenzar identificando las
inercias negativas o (las más complicadas) las neutras, y luego tratar de
erradicarlas. Deshacerse de las negativas debería ser fácil
(sorprendentemente nunca es fácil cambiar un hábito), las neutras sin embargo
son las más peligrosas. Porque en esa zona de ni frío ni de calor nos
cuesta más pasar a la acción, es donde el conformismo nos mira con deseo. Sin
embargo lo que vive en esa zona neutra en el mejor de los casos nos está
robando el tiempo… así que tampoco debemos andarnos con remilgos.
Vigila siempre las inercias, cuestiona donde te conducen, sé
parte activa de ese cambio inminente.
Change Management by Anna Sophie from the Noun Project
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