Del mismo modo, potenciado por la irrupción de las
tecnologías exponenciales, la mayoría de las organizaciones, ya sean grandes,
pequeñas o medianas, públicas o privadas, locales o internacionales, quieren
encarar un proceso de transformación digital para poder capitalizar las oportunidades
que se presentan y no desaparecer rápidamente del mercado. La solicitud
generalizada es: ¡se requiere un cambio! La gran incógnita es si están
dispuestas a cambiar.
En ambos casos hay un factor común, se piensa en el qué, el
por qué y en el cómo, pero poco se focaliza en el para qué. Ese para qué es el
sentido de ese cambio, tanto a nivel individual como colectivo; es el
propósito. El propósito es la razón de ser, es el auténtico motor cotidiano, lo
que permite sentirnos orgullosos, lo que nos da identidad -más allá de las
circunstancias-, lo trascendente, la esencia misma. Es el sello distintivo que
permite conectarnos con lo más profundo.
Del mismo modo, es la aspiración, es oportunidades, es
proyección, es diferenciación. Pero no es un concepto vacío ni tampoco es una
mera enunciación de un deseo incumplible. Es la posibilidad de conectar el
futuro en el presente, visualizando lo que aspiramos desde donde nos
encontramos.
Es la pregunta provocativa que nos invita a enlazar el deseo
-palabra tan poco referida en el contexto laboral actual- con las posibilidades
de materialización. Es poder imaginarnos, a partir de las creencias más
profundas, recorriendo ese camino con la dirección apropiada, más allá de las
dificultades.
Muchas veces estamos en piloto automático, sin encontrar ni
el tiempo ni el espacio para poder indagar sobre este aspecto. Estamos tan
focalizados en el qué, el cómo y el por qué que ni siquiera podemos plantearnos
el interrogante más desafiante.
El contexto actual, tanto global como local, se torna cada
vez más turbulento, ambiguo y paradójico. El propósito es un dispositivo que
nos brinda una luz en el camino, es el Waze que nos marca el destino y nos
ayuda a encontrar cuáles son las mejores maneras de llegar en función de las
propias capacidades y aspiraciones. Y además, otorga la convicción, la energía
y la determinación para ir alcanzando cada una de las estaciones intermedias. A
mayor complejidad, mayor necesidad de agilidad para reconfigurarse rápidamente.
Pero si esa agilidad está al servicio de un propósito, la misma tiene
dirección, sentido, lógica.
Es pensar no solo desde la cabeza, sino fundamentalmente
desde el corazón. En épocas de la irrupción de la inteligencia artificial, es
poder idearlo desde la inteligencia emocional, que implica empatía con nosotros
mismos y con los demás. Porque cuando pensamos en trascendencia, las emociones
también son parte de la experiencia.Es la fuente de inspiración para la
innovación y la amalgama que nos permite ser coherentes y consistentes a lo
largo del tiempo.
El propósito es el gran paraguas sobre el que se enmarcan
cada una de las estrategias e iniciativas que desarrollamos y es por ello que
nos ayuda focalizar nuestros esfuerzos, priorizar, decidir qué estamos
dispuestos a hacer y qué decidimos no hacer, qué es de valor y qué marginal. Es
el espejo en el que se proyecta "nuestra mejor versión". Cada
persona, cada empresa, cada organización tiene, explícita o implícitamente un
propósito, una razón de existir. Si encontramos el contexto adecuado y el
momento oportuno para poder identificarlo, muy posiblemente empecemos a dar ese
primer paso del proceso de cambio tan esperado.
Alejandro Melamed. Speaker internacional. Co-autor de "Diseña tu cambio"
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