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La vida está
interconectada como si estuviera atravesada por una miríada de agujeros de
gusano. Noticias que parecen vivir distanciadas son la misma cara de universos
paralelos. Debido al uso excesivo de la tecnología, los chicos tienen dificultades para sujetar un lápiz o un bolígrafo.
Sally Payne, pediatra en la fundación Corazón de Inglaterra, lanza la
sorprendente advertencia. No saben de qué forma sostenerlo. Porque los dedos
los utilizan para teclear en cualquier dispositivo electrónico y se pierde la
destreza.
Mientras, en silencio, la soledad entre los adolescentes se ha convertido
en una de las grandes epidemias de nuestro tiempo. Un trabajo de 2016 del
King’s College de Londres descubría esa materia oscura. Seis de cada 10
chavales de entre 12 y 17 años aseguraban sentirse solos, 9 sobre 10 decían
soportar nervios a la hora de relacionarse con gente de procedencias distintas,
y un 36% afirmó que le era “difícil hacer amigos”. Los jóvenes se están
encerrando en la oquedad que habita entre sí mismos y la tecnología.
A medio camino
entre la tecnología y la soledad residen las
habilidades sociales. Esas que transmite la empatía, el talento para
comunicarse, para liderar o gestionar equipos, para, con una mirada fugaz a los
ojos de tu jefe, entenderle; esas que permiten al hombre ponerse en la vida de
los otros. Pero, a pesar de su importancia, se están perdiendo. Un camino
equivocado.
Otras
perspectivas
David Deming, profesor
de educación y economía en Harvard, ha descubierto que los trabajadores que
combinan habilidades sociales y técnicas vieron cómo su salario crecía un 26%
entre 1980 y 2012. “Las destrezas sociales son importantes porque ayudan a
entender las perspectivas de los demás”, observa el docente. “El trabajo en la
economía moderna se vive cada vez más en
equipo y, si se quiere tener éxito, los empleados necesitan esa capacidad
de adaptación. O sea, desempeñar diferentes papeles en equipos distintos de una
forma flexible. Cada vez hay menos empleos que no precisen una interacción
social”.
Además, es un espacio protegido frente a los robots. Porque todavía
replican mal el comportamiento humano. Es un lugar, revela Deming, que relanza
profesiones que exigen esa interacción con el otro: pensemos en médicos,
terapeutas, profesores o abogados.
Este mundo que no
se parece en nada al que hace un segundo dejamos atrás reclama sensibilidad,
pero pocos la encuentran. Se impone la
dictadura de la ciencia, la tecnología, la ingeniería, las matemáticas (el
omnipresente acrónimo inglés STEM).
¿Qué fue de Sócrates y su Academia? Cuando
un joven accede al mercado de trabajo le exigen habilidades técnicas. Eso que
se denomina hard skills. “Pero cuando tiene que dar un salto al management,
el factor diferencial son las habilidades personales”, comenta Alberto Andreu,
profesor del Máster en Dirección de Personas en las Organizaciones de la
Universidad de Navarra, quien destaca dos destrezas. “La habilidad para generar
confianza (con tus superiores, colegas, socios…) y el talento para “mirar en
horizontal”, trabajar en transversal, romper sitios, gestionar “la política”;
lo que Ortega y Gasset definió como “la capacidad de conciliar lo
irreconciliable”. Al fin y al cabo, “las relaciones sociales son básicas si
queremos crear un entorno de trabajo motivador y de bienestar en el que las
personas desarrollen una actividad que las haga felices”, defiende Cristina
Hebrero, directora de consultoría en el área de People & Change de KPMG.
Un directivo no
puede ser un tirano. O escucha, o sucumbe. O es empático, o pierde. Un
directivo tiene que ser un Aleph borgiano de habilidades. “Debe aprender
muy bien las técnicas de gestión de reuniones, networking, creatividad,
innovación”, desgrana Aurelio García del Barrio, director del MBA del Instituto
de Estudios Bursátiles (IEB). Es un ejercicio de tensión. Desde gestionar una
crisis hasta liderar el cambio. Un infinitivo que rima con unir. Un verbo que
se conjuga en presente. “La necesidad de estar actualizados, de adquirir los
conocimientos técnicos que nos permitan competir en el mercado laboral nos
lleva a descuidar el desarrollo de otras fortalezas que no son ni los
conocimientos técnicos ni la adaptación a las nuevas tecnologías”, advierte
José Miguel Moscardó González de Aledo, profesor de la EOI. Son las habilidades
sociales. Un término que, al igual que el Aleph, concentra todo un
universo.
Pero ¿quién se acuerda estos días de los
filósofos? ¿Quién extrae poemas de las noticias? Solo queda afrontar las
consecuencias. “La falta de esa formación social conlleva un impacto directo en
la persona y la empresa. Provoca una alta desmotivación, que se traduce en una
productividad más baja, y esto termina afectando a la compañía”, sintetiza
Mónica Guardado, directora de Afi Escuela de Finanzas. Poco importa navegar a
contracorriente. Un ensayo reciente de David Deming, The Growing Importance
of Social Skills in the Labor Market (La importancia creciente de las habilidades
sociales en el mercado laboral), encuentra inesperadas respuestas a esas
cuestiones. “Casi todos los trabajos que se han creado en Estados Unidos desde
1980 han sido ocupaciones que son relativamente intensivas en habilidades
sociales. Por el contrario, les ha ido comparativamente peor a los empleos que
resultan fáciles de automatizar”, asevera.
Sin embargo, pese
a la evidencia, estos conocimientos acaban demasiadas veces en el desván de la
memoria. Hay algo o mucho de atávico en esta pérdida. “Nos da vértigo
enfrentarnos a determinadas situaciones en las que tenemos que exponer nuestros
conocimientos y aportar nuestra experiencia a los demás. Y en el caso de
hacerlo, no manejamos un lenguaje fluido, conciso y ordenado”, critica José
Miguel Moscardó González de Aledo, profesor de la EOI. Ni la voz consigue ser
escuchada ni leídas las palabras.
Inteligencia y
colaboración
Otro trabajo, Future
Work Skills, 2020 (Habilidades laborales del futuro, 2020), este con la
rúbrica del Institute for the Future (Universidad de Phoenix), describe las 10
habilidades esenciales para un futuro ya cercano. Tres encajan en este mundo
que reivindica la obligación de habitar la piel de existencias distintas. “La
inteligencia social (la habilidad para conectar con los demás de una manera
directa y profunda), la destreza para trabajar en diferentes contextos
culturales y la colaboración virtual (operar sin presencia física)”, resume
Ricard Serlavós, profesor de Esade.
Todo esto tiene
mucha lógica, pero no cala en todos los sectores. ¿Por qué? “Es un tema
cultural”, apunta Mauro Guillen, director del Lauder Institute en la Wharton
School. “No es un problema solo de España, sucede lo mismo en la Europa
continental. Por el contrario, esos saberes sí forman parte del mundo anglosajón”.
Y aporta un ejemplo: en la formación de MBA y de Administración de Empresas en
EE UU resulta obligatorio estudiar Comunicación y Dinámicas Interculturales. La
lección es clara. Si perdemos esas habilidades, la caverna de Platón se
quedará, de verdad, a oscuras y muchos jóvenes, obligados a retrasar su
desarrollo personal, “terminarán aprendiendo a golpes”, vaticina Alberto
Andreu.
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