Rafael Ricoy
A principios de
septiembre Amazon, el gigante tecnológico estadounidense que acaba de
convertirse en la segunda compañía de la historia valorada en más de un billón
de dólares, abrió su tercer “supermercado inteligente”. Como bien sabemos,
Amazon no entra en un mercado en el que no pueda causar una disrupción. Amazon
Go es la primera tienda sin cajeros ni dependientes. A través de cámaras
infrarrojas, sensores electrónicos y algoritmos de aprendizaje profundo, Amazon
sabe qué artículos se han llevado sus clientes al salir por la puerta y se los
cobra de su cuenta bancaria en el acto.
Más allá de ser
un avance tecnológico extraordinario, hay quienes ven la llegada de la “tienda
inteligente” como una amenaza para nuestras economías. En Estados Unidos, por
ejemplo, los dos empleos más comunes son precisamente los de cajero y
dependiente. ¿Qué pasará con estos trabajos si los supermercados inteligentes
se vuelven la regla y no la excepción?
La lista de
ocupaciones que, según los investigadores, podrían dejar de existir aumenta
diariamente, producto de la Cuarta Revolución Industrial. Se estima que, en el
mundo desarrollado, entre un tercio y la mitad de todos los empleos son
susceptibles de ser automatizados en los próximos 25 años. En América Latina,
donde los trabajos suelen ser más intensivos en mano de obra y, por lo tanto,
más automatizables en principio, esta cifra sería incluso más alta.
Hay quienes
afirman que estos números son demasiado alarmistas: el crecimiento económico
siempre ha sido fruto de la innovación y del reemplazo de trabajos viejos por
nuevos, de aquello que Joseph Schumpeter llamaba la “destrucción creativa”. Sin
embargo, la discusión ahora es sobre si “esta vez es diferente”.
La Cuarta Revolución Industrial nos coloca frente a un mundo cuyo signo
principal es el cambio constante, y las economías que mejor se adapten a esta
realidad rebasarán a las que no. Por eso, Iberoamérica no tiene más opción que
ser parte del cambio y asumir los retos que conlleva: invertir más en
innovación e investigación, tener infraestructuras para el siglo XXI, hacer la
transición a la economía digital, abrir las instituciones a las
transformaciones, y ser creativos y emprendedores.
Quiero detenerme
en tres aspectos esenciales. El primero es entender que la disrupción tendrá
efectos diversos en distintos grupos y generaciones. No será igual para quienes
hoy van a la escuela, han crecido en el mundo digital y están habituados al
cambio, que para aquellos que actualmente se encuentran en riesgo de perder su
empleo poco antes de su edad de retiro. Habrá un período de transición en el
que muchas personas se verán desprotegidas. Debemos afianzar nuestro compromiso
con ellas y diseñar políticas públicas que respondan a la disrupción.
Por otra parte,
tenemos que actualizar nuestras instituciones. Nuestros sistemas de
representación colectiva están anclados en el siglo XIX y mediados del XX, una
época donde la gente no solía cambiar de empresa, donde había grandes
industrias, pocos trabajadores autónomos y ni se sospechaba que algún día
existirían los “nómadas digitales”. Necesitamos modelos de representación que
concilien trabajo y familia, que nos ayuden a combatir la informalidad laboral
e incorporen a jóvenes y mujeres, que son las principales víctimas del
desempleo.
Por último,
debemos invertir más en nuestros trabajadores, abandonando la idea de que solo
se aprende en la escuela y apostando por una educación continua y en los
espacios de trabajo. Una educación que nos enseñe a educarnos, a cambiar con el
cambio y a ser parte de él. Así no perderemos el ritmo, ni seremos
reemplazables. Estoy convencida que, en la economía del futuro, gran parte de
los nuevos empleos vendrán no solo de las “STEM” (siglas en inglés de Ciencia,
Tecnología, Ingenierías y Matemáticas), sino también de los servicios: la
salud, la educación, los cuidados, el entretenimiento y las industrias
creativas. Trabajos insustituibles que darán un salto cualitativo hacia la economía
digital y aumentarán su productividad para que los empleos sean mejores, no
peores. Por eso insisto en que debemos prepararnos. Y hacerlo viendo las
oportunidades, no sólo los riesgos.
Rebeca Grynspan es secretaria general
Iberoamericana.
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