"El orgullo precede a la destrucción y la soberbia es
el prólogo de la caída". Se diría que el proverbio bíblico también vale
para el mundo empresarial. De hecho, el profesor emérito del IESE Antonio Argandoña sitúa el orgullo, la
arrogancia y la soberbia entre las causas de la crisis financiera global de
2008 en su ensayo para el libro The
Global Financial Crisis and Its Aftermath. Ahora Argandoña sugiere la
humildad como el mejor antídoto en un artículo publicado en Journal of Business
Ethics.
El concepto de humildad, tan apreciado por los filósofos
clásicos y premodernos, desde Aristóteles hasta Tomás de Aquino, "perdió
lustre en la era moderna, probablemente porque se confundió con una actitud
indigna de la valía y la autosuficiencia del individuo", escribe
Argandoña. "La humildad es una actitud poco valorada en las sociedades
occidentales avanzadas".
¿Tiene cabida en el ámbito de la dirección empresarial,
donde la toma de decisiones audaces es fundamental? ¿Cuadra con la "visión
del líder como un ser heroico y carismático con cualidades
extraordinarias" que actúa de forma autónoma y decisiva para alcanzar
resultados excepcionales? Por ejemplo,
Donald Trump, recién elegido presidente de Estados Unidos, es de todo menos
humilde.
Sin embargo, Argandoña asegura que "el líder humilde es
precisamente la persona más capacitada para transformar su empresa en una
organización rentable, respetada y de éxito". Los ejecutivos humildes
presentan cuatro cualidades sin duda valiosas para el ejercicio de la
dirección:
1. Conocen bien su empresa y a sí
mismos. Las decisiones de un directivo empiezan con el conocimiento del
entorno interno y externo, incluidas las fortalezas y debilidades de la
organización y de sus miembros. Los directivos humildes y conscientes de sí
mismos cometen menos errores y son más dados a aceptarlos y aprender de ellos.
O, lo que es lo mismo, están en mejores condiciones de tomar decisiones.
2. Son estables y confiables. Se
caracterizan por una mayor templanza. Confían en su capacidad, pero no en
demasía, y no irán más allá de sus posibilidades ni serán excesivamente cautos
en sus decisiones. No son implacables pero tampoco indecisos, más bien
ecuánimes y coherentes.
3. Nunca dejan de mejorar. Armados
con ese conocimiento de sí mismos y la disposición a pedir ayuda y aceptar las
críticas, pueden corregir mejor su rumbo y compensar sus carencias. Conocer los
defectos propios no les desmotiva, sino que lo encuentran estimulante. Así, en
lugar de rebajar sus ambiciones y conformarse con lo logrado, lo aprovechan
para mejorar.
4. Ayudan a su equipo y a toda la
organización a mejorar. Esa voluntad de mejorar impulsa a los demás a hacer
otro tanto. La humildad elimina barreras y genera confianza, lo cual permite
que los miembros del equipo se sientan a gusto y se expresen libremente. Saben
que su líder les escuchará y tendrá en cuenta su opinión, por muy dispar que
sea. (Más información sobre el valor de escuchar a los empleados en "Dé voz
a sus empleados, el mundo se lo agradecerá").
Ver que son escuchados lleva a los empleados a dar lo mejor
de sí mismos. Saben que se les reconocerá su esfuerzo como es debido, ya que
los líderes humildes comparten sus éxitos y no culpan a los demás de sus
fracasos.
La humildad de los directivos incide positivamente en el
trabajo en equipo. Al reconocer la experiencia y los méritos de los miembros de
su equipo, y otorgarles la responsabilidad y autonomía correspondientes, les
ayudan a desarrollarse. También une a los empleados en la consecución de los
objetivos de la organización, metas que anteponen a las suyas propias. Confían
decisiones a quienes están capacitados para ello, lo cual potencia la
creatividad, la colaboración y, en definitiva, la adaptabilidad necesaria para
sobrevivir en una era de cambios tan vertiginosos.
Una modesta
proposición
Posiblemente piense que todo esto está muy bien sobre el
papel, pero ¿qué pasa con los líderes que no son humildes? ¿Se puede aprender a
ser humilde, sobre todo en una empresa y una sociedad jerárquicas que premian
los logros individuales?
Es cierto que la humildad suele ser una enseñanza intuitiva
y no formalizada, admite Argandoña. Pero se puede aprender a ser humilde
siguiendo el ejemplo de otros. También por iniciativa propia: una vez
asimilados el valor y los principios de la humildad (por ejemplo, "no
hagas a los demás lo que no quieres que te hagan a ti" y el respeto a la
dignidad de las personas), los directivos pueden decidir el curso de acción que
la humildad dicta en cada situación.
Actos como asumir la responsabilidad y pedir ayuda deben ser
deliberados, voluntarios y sinceros y, lo más importante, hay que ser
consecuentes con ellos. La clave es practicar y no cejar en el empeño: aunque
la humildad absoluta es inalcanzable, el aprendizaje se vuelve más fácil con el
tiempo.
En otras palabras, si quiere superarse como directivo, puede
que haya llegado el momento de detenerse, tragarse su orgullo y hacer una cura
de humildad.
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