Un motín ocurrido a
bordo de un barco inglés en el siglo XVIII muestra que el verdadero capitán es
aquel que conoce a su gente y sabe llevarla, con consenso, a buen puerto.
La noticia es antigua, pero aún hoy tiene vigencia. Sucedió
el 28 de abril de 1789 y dio lugar a libros y películas famosas, en las cuales
actuaron como protagonistas actores de renombre, como Marlon Brando (1962) y
Mel Gibson (1984), y con gran éxito de público. Se trata de El motín del
Bounty. El HMS Bounty era un navío inglés cuya misión era trasplantar el árbol
del pan de la Polinesia al Caribe, ya que se había descubierto que sus frutos
poseían altos niveles nutritivos, aptos para alimentar a los esclavos por un
medio eficaz y barato.
El 23 de diciembre de 1787 partió el barco desde Londres,
con la intención de llegar al Pacífico a través del cabo de Hornos, pero debido
a las dificultades meteorológicas que se presentaron, el capitán, William
Bligh, de 33 años, debió optar por ingresar al océano Índico por el extremo sur
de África. Finalmente llegaron a Tahití luego de diez meses de navegación, sin
más problemas que los habituales de aquella época, con la tripulación completa
de 44 hombres, en un barco que medía poco más de 27 metros de eslora, con tres
mástiles y velas cuadradas. El atraso obligó a permanecer en Tahití cinco
meses, en espera de la estación propicia para el desarrollo del árbol del pan.
La estada forzosa no fue para nada desagradable, sino todo lo contrario. El
recibimiento y las atenciones recibidas de los nativos, en especial de sus
mujeres, hicieron que la estancia en la isla tuviera matices paradisíacos para
toda la tripulación.
Finalmente, el barco debió partir rumbo a su destino asignado,
en el Nuevo Continente. Ya en alta mar empezaron los problemas. El capitán
Bligh se convirtió en un jefe riguroso en extremo, exigiendo una disciplina que
tal vez se había relajado luego de la estada en Tahití, imponiendo castigos,
profiriendo insultos, incluso a su segundo, Fletcher Christian, lo cual
incentivó una creciente irritación de sus subordinados que derivó en un motín,
liderado por éste.
El capitán fue capturado, amenazado de muerte, aunque al fin
los amotinados decidieron abandonarlo en un bote junto a otros 13 marineros que
no se plegaron a la rebelión. Fueron provistos con algunos pocos alimentos y
agua potable, lo que hacía prever un destino poco feliz.
Sin embargo, con algunas bajas, llegaron a recorrer 5800
kilómetros y arribar al puerto holandés de Timor, luego de 41 días. La historia
siguió, persiguiendo a los amotinados. Algunos fueron encontrados y juzgados en
Inglaterra, otros quedaron habitando en distintas islas del Pacífico y no se
supo casi nada más de ellos. Los testimonios del capitán Bligh y otros
tripulantes aportaron todos los detalles de la rebelión.
Por su cargo, el capitán tenía toda la responsabilidad y el
poder sobre el manejo de su tripulación, y por los hechos narrados y
comprobados en el desarrollo del juicio, todo indica que cometió un error no
punible, de hecho fue absuelto de culpa y cargo por la pérdida de la
embarcación. Pero es muy probable que se haya equivocado en su viaje de vuelta
porque la gente que comandaba ya no era la misma después de su estada en
Tahití.
Quiso restablecer las reglas mediante imposiciones
rigurosas, lo que equivale echar gasolina al fuego. Los amotinados fueron el
efecto de una conducta de Bligh que ya no tenía lugar, y la hipótesis que nos
arriesgamos a proponer es que el liderazgo bien entendido no es la severidad en
la imposición de las reglas, sino la flexibilidad como para adaptarse a la
situación de los subordinados, escucharlos, entender y atender sus necesidades.
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