Cada época trae sus propias neurosis y esta es una época de neurosis de
índole espiritual. La sociedad de consumo, la violencia, las guerras, la
situación de crisis económica, el exceso de información, hacen que el ser
humano pierda el sentido de su existencia y vivencie el vacío espiritual.
Ante esos hechos que se nos presentan como amenazas, vivir nuestra vida
con un sentido es una alternativa. La mejor alternativa. Podemos escoger ver la
vida con el propósito de encontrar un motivo y seguirlo. Más allá de la
mera diversión. En contra de huir de los problemas, o de magnificarlos
viéndonos atrapados por ellos, se trata más bien, de encontrar un por qué me
pasa esto, y para qué me debe estar pasando. Como motor de cambio y mejora. Es
como si tuviéramos goteras en la casa. Una alternativa es lamentarnos, o
echarle la culpa a la lluvia, o repararlo sin pensar. Pero cuando se repite el
problema, o bien, tenemos crisis diferentes, una tras otra, "cuando no me
pasa esto, me pasa lo otro...", entonces podemos plantearnos que por algo
será, que tenemos goteras. Y podemos meditar sobre ello, encontrar distintas
soluciones, llevar a cabo reparaciones más profundas en nuestro Ser, y de esta
manera, mejorar notablemente. Posteriormente las crisis cobrarán un sentido de
oportunidad de mejora, y para eso nos pasan. Esta elección de ver la vida, es
lo que aboga la Psicología positiva, la Logoterapia, y también -como cada vez
mas- desde los aportes de la neurociencia, lo que nos hace felices, es el
camino a través del cual perseguimos un objetivo, encontrarle un
propósito a lo que estamos haciendo, no ya de conseguirlo.
Francesc Torralba en su libro sobre el sentido de la vida nos dice:
«para dotarla de sentido, no hace falta tener muchas interacciones, ni conocer
muchas personas, ni disfrutar de una gran vida social. Lo único que hace falta
es profundizar en los vínculos, ir al fondo y darse cuenta de los misterios que
esconde el otro y que, solamente, si se exploran con delicadeza, querrá
mostrarlos. No es la cantidad de relaciones lo que da sentido a la vida, sino
la calidad de vínculos, la exquisitez del trato que somos capaces de
dispensar.» Para poder tener vínculos de calidad, para poder ayudar a una
persona que esté viviendo un momento agonizante y traumático, es necesario
hacerlo resurgir al mundo de los seres vivos. Y esto no es posible si no hay un
proceso de construcción de sentido. Entonces sí que hay porqués.
Cuando hay la capacidad de traducir en palabras, en representaciones
verbales susceptibles de ser compartidas, las imágenes y emociones
experimentadas; cuando posibilitamos otorgar sentido a todo, las volvemos a
integrar a nuestra comunidad de vida, las conferimos humanidad. Esta
construcción de sentido permite recuperar el sentimiento de pertenencia a un grupo
que ampara las mismas palabras, las mismas imágenes y las mismas explicaciones.
¿Podré algún día ser feliz a pesar de todo lo que me ha pasado? Sí, por
supuesto.
La resiliencia se edifica sobre este otorgamiento de sentido. Dar un
sentido a la vida constituye un elemento esencial que permite a la persona que
ha padecido una agresión sobreponerse a sus dificultades.
Cuando la búsqueda de sentido tiene un desenlace favorable, entonces, la
persona herida puede avanzar en su proceso de transformación. Al contrario, si
esta búsqueda continúa indefinidamente sin respuesta, sólo encontraremos una
herida que nunca cicatrizará: la sensación de desasosiego y el dolor persistirá
por mucho tiempo.
Hay una historia muy conocida pero no por ello menos clarificadora sobre
la importancia de poseer un sentido que se atribuye al escritor y poeta francés
Charles Péguy: «Charles iba en peregrinación a la catedral de Chartres. En el
camino se encontró un hombre picando piedras, malhumorado y furioso. ¿Y usted
que está haciendo?, pregunta el escritor. Ya lo ve, pico piedras. Tengo sed, me
duele la columna, lo perdí todo, soy una subespecie humana que hace este
trabajo miserable. Siguió caminando y se encontró con otro hombre picando
piedras. Repite la misma pregunta y éste le contesta: Yo me gano la vida con
este trabajo, estoy relativamente satisfecho. Se encuentra con una tercera
persona contenta que ante la misma pregunta, le contesta sonriendo y ufano:
Aquí estoy, construyendo una catedral. Esa misma piedra desprovista de sentido
acaba teniendo todo el sentido del mundo si le sabemos otorgar.»
Víktor Frankl es un claro ejemplo de persona resiliente. Frankl decía
que cada época trae sus propias neurosis y que ésta es una época de neurosis de
índole espiritual, la sociedad de consumo, la violencia, las guerras, la
situación de crisis económica, la tecnología hacen que el ser humano pierda el
sentido de su existencia y vivencie el vacío espiritual.
Víktor Frankl nacido en Viena en el marco de una familia judía, fue
hecho prisionero por el régimen nazi juntamente con su esposa y sus padres en
el otoño de 1942 y fue deportado al campo de concentración de Theresienstdten.
En 1944 fue trasladado a Auschwitz y Dachau. Sobrevivió a ese horror al ser
liberado el 27 de abril de 1945 por el ejército norteamericano. Su esposa y sus
padres murieron en los campos de concentración.
Después de su liberación vuelve a Viena y escribe su libro “El hombre en
búsqueda de sentido” donde describe su vida como prisionero. En esta obra
reconoce que, incluso, en las condiciones más extremas de deshumanización y
sufrimiento, el ser humano puede encontrar un sentido a su existencia. Más aún,
en los campos de concentración, quien perdía el sentido de la vida tenía pocas
posibilidades de sobrevivir. “Una persona que se proyecta hacia un sentido, que
ha adoptado un compromiso por él, que lo percibe desde una posición de
responsabilidad, tendrá una posibilidad de supervivencia incomparablemente
mayor en situaciones límite que la del resto de la gente normal”.
Si conocemos el porqué de nuestra vida, podremos soportar todos los
«cómos» a los cuales estamos sometidos. El sentido devuelve a la persona
inmersa en situaciones trágicas a abrirse a los aspectos positivos de la
existencia.
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