¿A qué se han cerrado las empresas como
para que ahora sea preciso abrirlas? Reflexionando sobre esta cuestión, he
recordado que una empresa es una estructura creada por el ser humano para
organizar (o intentarlo) su actividad con la intención de alcanzar un fin, un
objetivo, un propósito o una misión.
En este sentido, la estructura surge
tras el propósito. Necesitamos de estructuras para poder expresar nuestra
creatividad y materializar aquello que previamente hemos imaginado o soñado.
Sin estructuras no es posible la manifestación del sueño o visión. La
estructura nace así de la libre elección, desde la libertad individual y
colectiva.
Sin embargo, en la actualidad, parece
como si una empresa sea un fin en si mismo. El foco mayoritario está en
conservarla, en mantenerla, en evitar su desaparición. De ahí, tal vez, surgen
todas esas estrategias de “recortes” y “ajustes”, pues “hay que salvar la
empresa”.
En un gran número de empresas, ya no
cuenta la misión, ni la visión, ni el sueño inicial, ni los valores. Nada de
aquello que consiguió en algún momento movilizar a las personas para hacerlo
realidad. En esas empresas, tan solo cuenta “llegar a fin de mes”.
Derivado de estas estrategias, nace un
sentimiento de frustración generalizado, tanto en quien las “dirige” como en
quien es “dirigido”. De alguna manera, se ha roto el “sueño” y se gestiona
desde la “pesadilla” de la potencial “muerte” de la empresa.
Cuando la estructura es un fin en si
misma, nos olvidamos de que se trata de una creación humana, al servicio de
fines humanos. Las estructuras son por definición caducas, pues existen tan
solo para responder a un fin. En el momento en que se considera a la propia
estructura como un fin, en ese mismo instante está probablemente comenzando a
destruirse la estructura.
Es como si un edificio, construido para
albergar personas, sus sueños, sus vidas, sus esperanzas, sus proyectos, etc.
se convirtiese en una prisión, donde lo que cuenta es el tiempo que te queda
para salir de nuevo a la calle”.
Son muchos los imperios (estructuras en
definitiva) que han desaparecido porque en algún momento de su evolución se
convirtieron en finalidad. Cuando las decisiones se comenzaron a tomar en
función del mantenimiento de la estructura (del imperio), entonces comenzó a vaciarse
la estructura de “sentido” y expulsar con la fuerza centrífuga de aquello que
no tiene sentido, a las personas y su esencia. Necesitamos recordar que lo
importante no es la estructura, que lo importante son las personas y como desde
nuestra acción nos alineamos con la vida.
Por ello, además del “qué” y el
“cómo”, es
preciso introducir de nuevo la pregunta más poderosa de todas, ¿para qué
hacemos lo que hacemos? Solamente cuando la respuesta a esta pregunta
transcienda las barreras personales y los muros corporativos, se podrá volver a
tocar los corazones de las personas, y conseguir despertar su pasión y poner su
iniciativa y su creatividad al servicio del “para qué”. Mientras tanto, se
seguirá perdiendo oportunidades y rechazando inconscientemente las
posibilidades que ofrece la inteligencia colectiva.
A eso precisamente es a lo que se han
cerrado las empresas, a través de la acción de las personas que las lideran. A
acceder a la inteligencia colectiva, pues la estructura fundamental que se ha
adoptado es la jerárquica, en la cual unos mandan y otros ejecutan. Necesitábamos,
no obstante, explorar todos los “rincones” de la estructura
“empresa-jerarquía”, antes de aprender y reconocer el precio que se tendría que
pagar.
La jerarquía crea separación, pues en
ella se tiende a etiquetar a unos y a otros, con todo tipo de “adjetivos” y
“nominaciones”. Hace creer que “1+1=2”, lo que desemboca en dualidad de
objetivos, de fines, de misiones, por tanto rompiendo el alineamiento de
intenciones y acciones. Lleva a la negociación, y aleja de la co-creación. En
realidad, “1+1=3”. Existes “tu (1) como lector, existo “yo” como escritor, y
existe la relación “lector-escritor”. La relación es ciertamente invisible,
pero precisamente por ello indestructible. La relación es la razón, consciente
o no, de co-crear algo. No puedo adivinar, aunque si intuir que nos une algo
más que la lectura de este artículo. Nos une, probablemente, un “sueño” o
visión. Tal vez una aspiración compartida de desencadenar, provocar o
participar en el cambio necesario en la forma en que se organiza nuestra acción
humana, con empresas o sin.
Ese “3” es lo que aúna voluntades,
esfuerzos, pasiones, dedicación y contribución. Abrir la empresa, implica enfocar ese “3” con
determinación a través de co-escribir la misión, la visión y los valores. En
definitiva, co-crear el “para qué”, como vía para dar “sentido” a lo que
“hacemos”. Sin sentido, no hay compromiso, hay sumisión.
El compromiso visto desde la
perspectiva del “1+1=3” implica Relación (CON), Disposición (PRO) y Misión
(MISO). Una misión compartida que queremos co-crear y alcanzar juntos.
Las personas, en roles de liderazgo
funcional, que permiten que las empresas se abran, están en el fondo abrazando
este nuevo paradigma, en realidad muy
antiguo, del “1+1=3”.
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