Todo
había empezado con un twitt de Miquel Lladó (ex presidente de Bimbo y actual
primer ejecutivo de Dale Carnegie en España): “It is no exaggeration to say
that the ability to work with people is the most important ingredient to
success” (John C. Maxwell).
Efectivamente, no es exagerado
decir que la capacidad para trabajar con la gente es el principal ingrediente
del éxito.
Un servidor, convencido de ello,
retwiteó la frase de Maxwell propuesta por Miquel y mi buen amigo el empresario
y directivo Gabriel Masfurroll, una de las grandes figuras del mundo del
deporte (epiloguista de Liderazgo Guardiola y Mourinho
versus Guardiola) nos respondió a los dos lo siguiente: “Agree! But enjoy
good people and forget and waste bad people. We are not living Alice in Wonderland” (De acuerdo!
Pero disfruta de la buena gente y olvídate y no pierdas el tiempo con la mala.
No estamos viviendo en el “país de las maravillas” de Alicia). ¡Qué gran
verdad!
La revista Muy
interesante dedica su portada de septiembre precisamente a la Gente
tóxica. En su reportaje, Fernando Cohnen cita a Lillian Glass (experta
en trastornos de la comunicación de la Universidad de Minnesota, que en 1995
publicó Relaciones tóxicas y en 2012 Hombres tóxicos:
“Algunos tienen tan baja su autoestima y se sienten tan deprimidos que para
subir su estado de ánimo son capaces de absorber la alegría de la gente que lo
rodea”) y al argentino Bernardo Stamateas, autor entre otros del libro Gente
Tóxica.
Precisamente de este psicólogo,
teólogo, terapeuta familiar y sexólogo clínico extrae una tipología de personas
tóxicas:
1. Sociopsicópata.
2. Quejica victimista (“como los
neuróticos, el llorón profesional no hace nada por salir de la miseria”)
3. Agresivo verbal
4. Mediocre
5. Arrogante presuntuoso
6. Jefe autoritario
7. Chismoso metomentodo
8. Descalificador
9. Envidioso
10. Neurótico
Me había resistido hasta ahora,
pero con motivo de este artículo he leído precisamente Gente tóxica de
Stamateas (más de 200.000 ejemplares vendidos en Argentina), 6 ediciones en
España. Precisamente habla de esta tipología.
Es muy importante tener en cuenta
esto de la gente tóxica. Pero cree que debemos ir más allá, porque no es tema
de broma.
Primero, por qué son/somos tóxicos (el
que esté libre de pecado, que tire la primera piedra): “Se ha constatado un
aumento de la presión arterial estadística y clínicamente significativo en
aquellos empleados que tenían que aguantar a un jefe que no les gustaba” (George
Fieldman, psicólogo británico). Esta hipertensión provocada por un jefe puede
elevar el riesgo de enfermedades cardiacas en un 16% y la posibilidad de sufrir
un infarto en un 33%. Las actitudes negativas tienen un coste equivalente al
10% del Producto Interior Bruto (todos estos datos estaban en el magnífico
libro de Tom Rath y Don Clifton, ¿Está lleno tu cubo?, 2005).
Segundo, hay tres vías para ser tóxico:
tu propia naturaleza (las personas impulsivas, éstas que dicen “es que soy muy
sincer@”, tienden a ser más tóxicas; y especialmente los viscerales
extrovertidos), una estrategia de desarrollo de la propia “marca profesional”
que hasta ahora te ha ido bien y el estrés (Fuente: Jefes tiranos y
ejecutivos agresivos, de Shapiro, Jankowski y Dale, 2006).
Particularmente peligrosos,
dentro de la gente tóxica, son los jefes tóxicos, que reducen la
esperanza de vida 10 años (el tabaco: 5 años). Creo que hay dos grandes tipos
de jefes tóxicos, el “Darth Vader” (o jefe autoritario, como lo
llama Bernardo Stamateas) y el “Mr. Bean” (o mediocre, siguiendo la
tipología anterior).
Y finalmente, para adentrarnos en las
personas tóxicas creo que es más útil partir del eneagrama (como primera
lectura, te sugiero Encantado de conocerme de Borja Vilaseca) o de
su variante empresarial que llamamos Diversigrama (utilizamos animales en lugar
de números y verbos, conductas, paquetes de competencias, en lugar de adjetivos
que dan lugar a juicios de valor).
Cada uno de los nueve eneatipos
tiene su lado “lado oscuro”, como diría Claudio Naranjo. Es cuando por estrés,
por ejemplo, la persona da lo peor de sí misma.
Pensemos por ejemplo en un
quejica victimista. En otro tiempo pudo ser un gran profesional, una persona
con chispa, muy simpática, que se movía con alegría y hacía felices a los
demás. Con el paso de los años, se ha convertido en un agorero, que dedica sus
días a quejarse y a transmitir malas noticias a los otros, lo que perjudica el
ánimo y la salud. No quiere cambiar, se encuentra bien así (seguramente, está
sano como un roble).
¿Qué podemos hacer?
“La queja es un lamento, una
demanda, un reproche, un disgusto, un reclamo permanente que lo único que logra
es alejarte de la mejor gente. ¿A quién le gusta estar cerca de personas que
siempre están dispuestas a encontrarle los tres pies al gato?”, escribe
Stamateas. Conductas más comunes: viven enojados, perciben todo negativamente,
se andan con rodeos, pierden el tiempo en el pasado, no tienen sueños ni
propósitos… Una mente productiva no tiene tiempo para quejarse.
Frente a los quejicas, Stamateas
nos da cuatro consejos:
“- No necesitamos ponernos de
acuerdo ni darle la razón a las personas que manifiesten su queja. Lo único que
lograremos es que sigan quejándose, alimentando así su hambre emocional.
- No los contrariemos, dejémoslos
expresarse.
- No intentemos solucionar sus
problemas (si es que existe alguno o también si sólo se quejan por el hecho de
hacerlo).
- No nos empecinemos en que
entren en razones o indicándoles que les conviene tal o cual cosa. El quejoso
no podrá entender, a menos que decida transformar su actitud”.
Cuando el quejica es además un “meteculpas”
(te culpabiliza de lo malo), tres apuntes de este experto: “Si te has
equivocado, pide perdón” (y a otra cosa, mariposa, me permito añadir yo),
“Mereces ser feliz” (Deshazte de las culpas falsas) y “No quieras cambiar a
nadie: sólo cambia quien decide cambiar”. “La culpa no está en el sentimiento,
sino en el consentimiento” (San Bernardo de Claraval). Me gusta decir que la
culpa es un concepto jurídico (el dolo, la mala voluntad) y religioso (el
pecado), pero no empresarial. Existe la responsabilidad (la capacidad de
respuesta), la acción, el ponerse manos a la obra... y ninguna otra cosa.
Ejemplo de tóxico: el admirado Steve Jobs, que en
paz descanse. Portada de la revista Wired: ¿De verdad te gustaría ser
como Steve Jobs? Sí, era budista… y un tirano; era un genio… y un
cretino; su historia vital ha servido de inspiración para algunos… y un cuento
de precaución para otros. Para Ben Austen, es una historia con dos caras: en la
A, el valor de perseverar en una visión de futuro; en la B, un gran caso de
crueldad y alienación. Y relata cuatro situaciones de su biografía:
1. En 1975, Atari pagó a Jobs y
Steve Wozniak por crear el juegoBreakout. Woz se quedó cuatro
noches en vela para conseguirlo y Jobs se quedó el bono que les pagaron (¿ se
trata de empujar a tus colegas al límite de tu excelencia o de jugársela a tus
amigos?).
2. En 1981, Jobs se negó a dar
acciones al empleado nº 12 de Apple, Dan Kottke. Cuando le preguntaron cuántas
acciones le iba a dar, dijo: “Le doy cero” (¿el buen liderazgo carece de
sentimientos o para que tus empleados sean leales debe ser leal con ellos?).
3. En 1994, Jobs anunció que
despedía a la cuarta parte del equipo de Lisa y les dijo: “Chavales,
fallasteis. Demasiados aquí sois de 2ª o de 3ª división” (¿tolerar sólo a los
de 1ª o los empleados con miedo no asumen riesgos?).
4. En 2005, Jobs pidió un batido
en Whole Foods. Como el camarero, de cierta edad, no lo trajo de su gusto, le
llamó incompetente (¿fuerza a todo el mundo a que siga tu visión o no
comprender los límites de tu poder?).
Los que estamos más cerca de la
segunda opción tenemos claro que Steve Jobs, este gran innovador, tenía mucho
de tóxico.
Mi gratitud y admiración a
quienes sufrís de cerca la toxicidad. Lo importante es la respuesta que le
dais, desde vuestra dignidad, vuestra libertad, vuestra felicidad. Evitad que
os impacte en exceso, que os haga sufrir. La vida es demasiado corta como para
que me contagien de mal rollo los quejicas, los meteculpas, los agresivos, los
arrogantes, los autoritarios, los chismosos, los envidiosos, los
descalificadores, los neuróticos, los psicópatas, los mediocres.
Sí, me apunto a lo que dice Gabriel
Masfurroll: con la buena gente a todas partes; estar con los tóxicos es una
pérdida de tiempo y de energía.
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