Según un mapeo reciente, 51 instituciones que trabajan en el país tienen una cartera activa por $3400 millones prestados a más de 98.000 personas; las limitaciones y los riesgos de este sector
"Nunca dejé de ver mi entorno; me relacioné con
movimientos sociales para traer al barrio un merendero". Alejandra Sánchez
vive en Fontana, una localidad chaqueña que integra el Gran Resistencia.
Es emprendedora desde hace más de una década y unos años atrás
sus vecinas la invitaron a ser parte de un grupo para acceder a un préstamo con
la modalidad de garantía solidaria (sin bienes materiales de por medio).
Tomó en 2016 un primer microcrédito de la Asociación Demos por $2000 y luego otros fondos, hasta llegar a los que le permitieron tener su horno ecológico. Su actividad, de producción de comidas regionales, creció por reinversiones constantes y por pequeños préstamos, según cuenta.
Tomó en 2016 un primer microcrédito de la Asociación Demos por $2000 y luego otros fondos, hasta llegar a los que le permitieron tener su horno ecológico. Su actividad, de producción de comidas regionales, creció por reinversiones constantes y por pequeños préstamos, según cuenta.
Su historia dice mucho de una realidad de fragmentación
social y laboral que lleva décadas en el país. En los inicios, Alejandra vendía
comidas a sus vecinos y, al estar el lugar ubicado en un asentamiento, el fiado
pasó a ser moneda corriente. "Y no siempre mis clientes podían cancelar
sus compromisos", recuerda. Entonces, empezó a ofrecer churros a la salida
de una fábrica. Esa pata de la actividad, con clientes que eran personas con
ocupación laboral fija y un salario mensual, se convirtió en la mayor
generadora de ingresos de Alejandra, que no se olvidó del entorno. Tras un
tiempo de hacer ventas ambulantes y de contactarse con diferentes grupos de
personas, puso en marcha un merendero al que van 60 chicos. Este año recibió el
reconocimiento a la mujer emprendedora con impacto social, en la edición de los
Premios Propulsar, organizados por Citi, la Fundación Avina y la Fundación
LA NACION.
En el mundo de las microfinanzas, del que participan
organizaciones de la sociedad civil y algunos bancos, la empatía suele ser un
factor central. El tema tomó protagonismo en los últimos días, por la idea del
ministro de Desarrollo Social, Daniel Arroyo, de darle mayor alcance a este
tipo de operaciones, vinculadas muchas veces con economías de subsistencia.
Hoy en el país hay al menos 51 instituciones dedicadas a
esta actividad, según el último mapeo, con datos a septiembre pasado, realizado
por la Comisión Nacional de Microcrédito, Conami (dependiente del Ministerio de
Desarrollo Social), el Foncap y la Red Argentina de Instituciones de
Microcrédito (Radim). De esas entidades, 46 son asociaciones sin fines de
lucro, 3 son sociedades anónimas y 2 son empresas de bancos públicos (del
Ciudad y del Provincia).
La cartera de créditos activa involucra $3401 millones,
distribuidos entre 98.274 prestatarios. Este segmento de la economía no escapa
a la realidad de inflación y recesión: desde diciembre de 2018, el valor de los
créditos activos creció 16,7%, mientras que la inflación fue de 37,8%.
El cuentapropismo suele ser una salida para la falta o la
insuficiencia de ingresos y, en un contexto en el que empeora la situación
económica de los hogares, las microfinanzas podrían ampliar su rol. Sin
embargo, las dificultades para el fondeo son un factor limitante: "Hay una
amplia demanda, pero solo la banca pública crece significativamente porque
logra fondearse; el resto de las instituciones tiene dificultad para renovar su
financiación desde fuentes del exterior y el fondeo local es muy escaso",
dice María Silvia Abalo, directora ejecutiva de Radim.
Una alternativa que en los últimos años se mantuvo fue la de
conseguir fondos estatales a través de la Conami, que otorga a las
instituciones recursos no reembolsables para prestar a microempredendores a
tasas de interés topeadas (el máximo vigente hoy es de 30% anual). Según Julián
Costábile, que presidió la comisión entre fines de 2015 y el lunes pasado, la
cartera activa de créditos dados con fondos de esta fuente es de más de $200
milllones, las personas alcanzadas son 31.281 y el saldo promedio de las
operaciones es de $7560. El organismo trabajó con 180 entidades que prestan,
asesoran y dan educación financiera.
"A las organizaciones se las financió en estos años con
$500 millones. Se desarrolló también una línea de mesocrédito para cooperativas
y grupos asociativos y un plan de educación financiera", dice Costábile.
El mapeo general muestra que el saldo promedio de los
microcréditos activos es de $39.925. "Eso muestra que se llega a la
población objetivo y con mucho más que financiación; también con
acompañamiento, educación financiera y empresarial y, en algunos casos, con
servicios de salud", señala Abalo, desde Radim.
"Es cuestión de quererse y de querer", dice
Soledad Yañez, creadora del emprendimiento salteño Alma Libre,
que recibió financiamiento de la ONG Promujer. "Ese nombre representa cómo
me siento hoy", define esta mujer que fue víctima de abusos y violencia,
es madre de cinco hijos y, desde hace una década, artesana. Sus esfuerzos fueron
reconocidos también por un premio de Propulsar, como también lo fue el trabajo
de Gustavo Hidalgo, un herrero de la localidad cordobesa de Cruz del Eje,
financiado en su actividad por la Fundación Banco de Córdoba.
Soledad Yañez con las
artesanías de su emprendimiento, Alma Libre, en Salta. Crédito: Propulsar
Usualmente, las entidades van subiendo el monto prestado a
medida que se cumplen metas. "Nosotros alcanzamos el máximo que otorga la
institución [la asociación civil Ecomanía para su programa Semillas] gracias a
la voluntad, el trabajo y el compromiso", señala Claudia Guaymas, también
premiada, quien junto con su marido lleva adelante el emprendimiento Arco Iris,
de fabricación de juguetes de madera a partir de metodologías pedagógicas, que
pueden encontrarse en el Tigre. Usan sobrantes de aserraderos como insumos y
están empezando a trabajar con tintes naturales para reducir el impacto
ambiental. "El año pasado casi bajamos los brazos, pero es mucho lo
invertido", dice Claudia. La decisión fue no caer. Y seguir.
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