Crédito: Max Aguirre
Todavía con un patrón
de maestros al frente y chicos oyentes, los expertos urgen a que se produzca
una transformación total en las aulas,
Crónica de una muerte anunciada. Este parece ser el destino
de la escuela tradicional de hoy, donde prima la instrucción del docente por
sobre los aprendizajes de sus alumnos, con un sistema uniformado y masivo de
enseñanza, un horario estipulado de 8 a 17 digno de operarios de fábrica de la
época industrial. Lo que en pleno siglo XXI carece de total sentido.
Vivimos inmersos en un tsunami tecnológico que hace que cada
año y medio aproximadamente se duplique el número de transistores por
microprocesador. El crecimiento es exponencial. Para llegar a una audiencia de
50 millones de personas a la radio le llevó 38 años, a la televisión 13, a
Internet 4 y a Facebook solo 2.
El estilo de vida del futuro es incierto. Se espera que
entre los 18 y 42 años un individuo tenga 11 empleos diferentes. Posiblemente
22 en toda su vida. Pero lo que no admite dudas es que este será cada vez más
digital y automatizado. Por ello serán cada vez más requeridas las habilidades
no rutinarias (el desarrollo de complejos procesos mentales) que involucren
relaciones interpersonales complejas (trabajos en consultoría analítica,
programadores en robótica, ingenieros especializados en el desarrollo de
procesos, gerentes de redes sociales). Al tiempo que tenderán a desaparecer los
empleos rutinarios (manuales sobre todo) que pueden ser fácilmente reemplazados
por robots, drones y máquinas inteligentes y que, además, puedan ser
contratados afuera.
Obsoleta, atrasada tecnológicamente, rígida, encerrada en sí
misma, y poco permeable a la era de la inteligencia artificial con sociedades
hiperconectadas, inciertas, vulnerables, volátiles y complejas urge repensar y
rediseñar lo que ocurre cada día dentro de las aulas. Y no resistirse al
debate. Porque de lo contrario, el destino será el fracaso. O la extinción.
Una reciente encuesta de la consultora Mc Kinsey demostró
que existe una desconexión absoluta entre la percepción positiva que tienen los
proveedores de la educación (75% de los maestros se encuentran satisfechos con
su trabajo), y la gran insatisfacción que perciben los jóvenes y corroboran sus
empleadores (34% insatisfechos con lo que reciben en la escuela). Urge cambiar
y eficientizar el trabajo de alumnos y docentes.
Inmersos en una realidad por demás cambiante, no resulta
fácil definir exactamente qué deben aprender los chicos hoy, ya que quienes
ingresaron a 1er. grado en 2018, cuando egresen en 2030, seguramente trabajarán
en empresas que hoy ni siquiera existen. Pero los especialistas se animan a
ofrecer pautas de lo que deberían estar analizando, incorporando, repensando,
aplicando y elaborando en cuanto a conocimientos y aptitudes cognitivas y de
carácter, imprescindibles para trabajar y vivir en el siglo XXI.
El ingeniero norteamericano Charles Fadel, director del Centro de Rediseño Curricular y
reconocido pensador de la educación global (consultor en las mejoras
jurisdicciones educativas del planeta), se pregunta qué competencias son
relevantes hoy. Por ejemplo, no la geometría heredada de los griegos, que
resulta inútil. Y a ese núcleo de materias tradicionales y sus principios
fundamentales complementarlas con contenido contemporáneo. ¿Cuál? Aquel
vinculado con la ciencia, la investigación, la ingeniería, la tecnología, la
matemática y las finanzas, disciplinas que ayuden a resolver problemas y
desafíos actuales como son la degradación del medio ambiente, el cambio
climático, la extinción de recursos básicos; la urbanización creciente, los
problemas vinculados a la superpoblación y el consumo, y el creciente
envejecimiento de la población.
Habilidades para el
siglo XXI
Para ello considera clave ayudar a los jóvenes a desarrollar
tres tipos de habilidades básicas. Las
primeras: aquellas relacionadas con
la innovación y la capacidad continua de seguir aprendiendo (el pensamiento
crítico, el aprendizaje basado en la interrogación y el planteo de hipótesis,
la resolución de problemas, la comunicación, el trabajo en equipo y la
creatividad). "Aprendemos creando, aplicando, recordando, entendiendo,
analizando y evaluando en una secuencia que no sigue el mismo orden cada
vez", señala.
¿Las segundas? El
alfabetismo digital para lidiar con un estilo de vida que ya es absolutamente
tecnológico e interactivo, veloz y de consumo personalizado. "Una
escuela rezagada tecnológicamente no prepara chicos calificados para los
empleos del siglo XXI", afirma.
Para ello, los jóvenes deben contar con habilidades
tecnológicas innovadoras como para plantear preguntas y soluciones a problemas
acuciantes de la actualidad. No desconectados de ella.
En su libro Habilidades
para el siglo 21, cuenta el caso de un proyecto poderoso que alumnos de 6°
grado desarrollaron en 2003 para encontrar soluciones al problema acuciante del
virus SARS. Un equipo internacional de seis chicos (de Malasia, Singapur,
Egipto, EE.UU y mellizos de Holanda) se unieron para crear un atractivo website
sobre la enfermedad. Investigaron, entrevistaron a los especialistas más
reconocidos del mundo, escribieron los textos, armaron los videos, subieron
fotos y animaciones y se ocuparon de la programación de interfaces (navegación,
juegos interactivos y pruebas). Los seis alumnos debieron planificar además
cómo organizarse para concretar el trabajo ya que manejaban husos horarios
diferentes al vivir en diversos continentes. El website resultó de gran
impacto, originalidad e interés y ganó un reconocido premio internacional. Hoy
sigue vigente y actualizado.
Por último, Fadel menciona las aptitudes de carácter
necesarias para el largo plazo: la metacognición (la capacidad de reflexionar
sobre el propio trabajo y sus errores con el fin de aprender), la flexibilidad,
la adaptación al cambio; la iniciativa, la curiosidad, el liderazgo personal y
ético, y la capacidad de trabajar en equipos interdisciplinarios y
multiculturales. "Los alumnos que egresarán de aquí a 12 años
probablemente trabajarán de manera independiente en proyectos creados en la
Argentina, manufacturados en China, ensamblados en Europa y vendidos en cadenas
globales de todo el planeta", especifica. Para que todo esto sea posible cree
que hay que balancear la teoría con la práctica. Entender cómo se construye
mentalmente el conocimiento relevante y aplicarlo en la realidad. Para que se
comprenda lo aprendido, el conocimiento debe ser aplicado (designed and
applied knowledge).
"Hay que salir de las aulas y encontrar auténticos
contextos de aprendizaje y aprender creando, diseñando, aplicando e inventando.
Buscando soluciones a problemas cercanos a los alumnos. Los jóvenes además
deben poder conectarse emocionalmente con lo que están aprendiendo",
señala.
Fadel cuenta el caso de un alumno de 11 años que, a raíz de
un accidente automovilístico que sufrió en una esquina de su barrio, decidió
junto con un grupo de compañeros diseñar la creación de un semáforo en la
intersección de calles (filmaron la circulación de autos durante diferentes
momentos del día, y diseñaron la señal de tránsito con los minutos precisos de
stop y avance de acuerdo con el tráfico). Presentaron su proyecto al intendente
de su jurisdicción, quien aprobó la creación de la luz.
"La creatividad no tiene límites", agrega el
especialista. Y las vías y los estilos de aprendizaje son innumerables. Por eso
hace hincapié en personalizar lo más posible las prácticas educativas. Y que
estas se enfoquen en el aprendizaje y no en la instrucción.
Su lema reza: Enseñá
menos; aprendé más. Un simple cambio de palabras; una revolución en los
conceptos.
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