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Hay muchos libros
sobre liderazgo, equipos o toma de decisiones. Pero apenas existen manuales del
buen subordinado y qué esperan nuestros jefes.
En la redacción de Financial Times, hay pilas de libros de
gestión que lo invaden todo. Libros sobre cómo mejorar la gestión y crear
equipos de trabajo comprometidos. Sobre cómo tomar decisiones en el momento
oportuno y con el menor esfuerzo. Con más eficacia y con pasión. El número de
estilos de liderazgo que hay en el mercado es interminable. Tengo en mente la idea
de dirigir un equipo porque hace relativamente poco pasé a ser jefe, después de
muchos años trabajando en equipo.
He estado consultando todos estos libros en busca de
asesoramiento, y lo que más me ha sorprendido es que ninguno de los expertos
ofrece consejos sobre cómo ser el mejor subordinado. Muchos de nosotros -yo
incluido- somos a la vez directivos y subordinados, por lo que esta omisión me
llama la atención. Si vale la pena definir lo que esperamos de los superiores,
¿por qué no escribir sobre el papel de los demás?
Un poco de autorreflexión nunca está de más, con
independencia de dónde nos situemos en la pirámide corporativa. A falta de guía
profesional, y tras décadas recopilando pruebas sobre el papel de los
subordinados, he podido extraer dos
conclusiones.
La primera y más
importante es que los subordinados que no tienen responsabilidades tienen el
privilegio de no tener que pensar en los demás, y deberían utilizarlo de
forma consciente. Mientras un directivo se siente responsable por el equipo, y
a menudo le abruma el estrés de tener que gestionar personas, los subordinados
no necesitan pensar en todo eso. Es una sensación liberadora.
Para muchas personas, desempeñar
un trabajo que les gusta
es mejor que conseguir un ascenso
Algunos de mis compañeros más competentes son personas que
mantienen una parte de sí mismos alejada del trabajo. Los hay que escriben
libros y que hacen voluntariado en organizaciones benéficas. Durante algunos
años trabajé tres días a la semana, lo que me permitió dedicarme más a mis
hijos y a mis asuntos personales.
Para muchas personas, desempeñar el trabajo que les gusta es
más reconfortante que conseguir un ascenso, que además les puede sacar de su
zona de confort. Un buen subordinado sabrá mejor a lo que me refiero que sus
superiores. Aunque el entorno corporativo suele estar caracterizado por la
competitividad y la posibilidad de escalar posiciones, a todo el mundo no le
interesa ni necesita formar parte de esta dinámica.
Hay muchos tipos de trabajadores. Todos hemos coincidido con
el típico compañero que siempre se pone malo antes o después de un puente.
Estos empleados nunca cambiarán. Pero la mayoría de nosotros intentamos
alcanzar un equilibrio entre hasta qué punto nos sentimos responsables de
nuestro equipo y hasta dónde debemos centrarnos en nuestras necesidades. Es
normal que en algunos casos queramos ayudar a nuestros compañeros si tienen una
gran carga de trabajo o cubrir a alguno que esté enfermo. Lo malo es si ese
tipo de situaciones se dan por una gestión deficiente, ya que puede ser muy
desagradable encontrarse en esas situaciones.
La segunda conclusión
es que para ser un subordinado eficiente
es necesario tener una buena relación con los superiores. ¿Es nuestra
responsabilidad que esa relación sea fluida? Cuando les pregunto a los
subordinados, todos creen que la responsabilidad viene de arriba, ya que es de
donde llegan las órdenes. En su opinión, nuestra productividad es
responsabilidad de ellos. No estoy de acuerdo. Los subordinados desempeñan una
función a la hora de hacer que una relación funcione. Los superiores necesitan
personas honestas a su alrededor. Un buen subordinado se implica en su trabajo,
con el equipo y con los objetivos de la empresa, pero no tiene miedo de decirle
a su superior si algo va mal. Es cierto que es más fácil en la teoría que en la
práctica, pero así debería ser porque lo cierto es que para los directivos los
problemas suelen ser una verdadera pesadilla. En mi caso, espero que mi carrera
como jefe vaya mejor que en mi primer intento, hace veinte años. En aquel
entonces, era un joven periodista con un ascenso quizás algo prematuro. El
primer día, el redactor a mi cargo con más experiencia lanzó una declaración de
intenciones. "No te ofendas, pero no voy a hacer caso de lo que digas. No
recibo órdenes de alguien más joven que yo".
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