Fuente: LA NACION
Ante la pregunta sobre
el tiempo que llevará que determinadas innovaciones lleguen a la vida
cotidiana, no hay todavía una visión clara; qué desarrollos tienen un horizonte
más cercano.
Mientras los economistas discuten el próximo corte de tasa
de las Lebac o cuál será el dato mensual de déficit comercial, un grupo de
físicos especulan con cuestiones a plazo un poco más largo. Escenarios a siglos
de distancia, o milenios, para ser más precisos.
Según el físico estadounidense Michio Kaku, especialista en
teoría de cuerdas, en los próximos 100 años las decisiones que tome la sociedad
definirán si la civilización terrestre tenderá a desaparecer o trascenderá a
otros planetas y galaxias. El marco de la discusión es lo que se conoce como la
"escala de Kardashev", creada en 1964 por el astrofísico ruso Nikolai
Kardashev, quien mientras buscaba signos de inteligencia extraterrestre definió
tipos de civilización sobre la base de la energía disponible. Hay cinco tipos
identificados y hoy el planeta ni siquiera está en el primer estadio, que
implicaría aprovechar la energía de la estrella más cercana (el Sol)
multiplicando por más de 100.000 la producción actual de energía. Kaku estima
que esto se podría lograr de aquí a entre 100 y 200 años. Hay múltiples
alternativas propuestas para conseguirlo en este futurismo de larguísimo plazo.
La más conocida es la "esfera de Dyson", propuesta en 1960 por el
físico Freeman Dyson: una especie de envoltura para el Sol y otras estrellas,
que aproveche el 100% de la energía emitida.
Otras predicciones tienen horizontes más cercanos. Quienes
especulan con la singularidad (una explosión de inteligencia artificial con
máquinas que se irán automejorando) fechan este momento hipotético de aquí a
entre 13 y 28 años, aproximadamente. Para Ray Kurzweil llegará en 2045; Louis
Rosenberg (de Stanford) la pronostica para 2030, y Patrick Winston, del MIT,
para 2040.
Una de las avenidas más interesantes de la conversación
sobre innovación este año tiene que ver justamente con cálculos más precisos
sobre el cronograma de la disrupción. Como algunas tecnologías exponenciales ya
empiezan a tener un recorrido temporal significativo, sumado al aumento de
datos y a la capacidad para procesarlos, la pregunta de "¿cuánto tiempo
más llevará?", como dice la canción de Seru Giran, puede ser atacada con
análisis algo más sólidos que los que había hasta hace poco.
El campo temático de los vehículos autónomos es un ejemplo
de efervescencia de este debate. Hay inversiones y estudios con peso específico
(de automotrices y tecnológicas), novedades regulatorias frecuentes (esta
semana se habilitó esta tecnología en California y en abril podrían circular
vehículos de este tipo por el estado) y parámetros de uso conocidos que
permiten hacer extrapolaciones.
En su ensayo titulado Mis
predicciones fechadas, publicado en enero, el tecnólogo Rodney Brooks hace
una proyección cronológica de la masificación de distintas tecnologías,
especialmente de vehículos autónomos.
Brooks recuerda que ya en 1987 Ernst Dickmanns y su equipo
construyeron en la Universidad de Bundeswehr, en Munich, un auto sin conductor
que circuló a 90 kilómetros por hora durante 20 kilómetros en una autopista
pública. Desde entonces hubo muchas predicciones que aseguraban que un futuro
de vehículos autónomos estaba cerca, pero eso no ocurrió. Para Brooks, un mito
o sesgo común en el imaginario es creer que estas máquinas serán iguales o muy
parecidas a las de ahora, solo que sin conductor. "Serán ?animales' muy
distintos de los que conocemos hoy, con diseño y modelos de negocios y de uso
por detrás diferentes, y su propia forma de encajar en el mundo", explica.
El tecnólogo cree que el nivel de impacto y de cambio que
promoverá la masificación de esta tecnología será similar o mayor al del pasaje
de carruajes tirados por caballos a autos a motor, y que por lo tanto requerirá
un modelo mental, regulaciones, modelos de propiedad, etcétera, muy distintos,
que llevarán en última instancia a ciudades con un diseño muy diferente del que
conocemos hoy.
A la hora de poner "fechas precisas", Brooks mapea
un territorio de "próximos adyacentes", donde los primeros vehículos
sin conductor serán coches de pasajeros en calles especiales y camiones de
transporte de mercancía. Los taxis self driving se masificarán en grandes
ciudades de Estados Unidos en 2022. Para vehículos particulares imagina un
horizonte más lejano, pasado ya 2030.
El ensayo de Brooks repasa algunos sesgos comunes a la hora
de entusiasmarse con predicciones sobre el futuro. Uno de ellos es que la tasa
de adaptación de la sociedad a una determinada tecnología suele ser más lenta
de lo que los tecnólogos suponen. El riesgo es creer que porque una tecnología
existe será adoptada automáticamente, sin fricciones.
Otro sesgo es más narrativo: hay determinadas historias
sobre el futuro que son muy atractivas, se llevan mucha exposición mediática y
el entusiasmo tiende a subestimar la cantidad de obstáculos previos que hay que
superar para llegar a ese punto. Para Brooks, un ejemplo prototípico es el
Hyperloop, el medio de transporte ultrarrápido que promueve Elon Musk (que
además es un maestro sin paralelos en lo que hace a relaciones públicas y storytelling). Pero el Hyperloop no
están en un próximo adyacente: harán falta nuevos materiales, regulaciones,
esquemas de seguro, etcétera, que hacen que Brooks crea que no conocerá este
tipo de aparatos en su vida (es decir, que no estarán antes de 2050).
El economista Noah Smith publicó a principios de febrero
varios comentarios sobre lo primitiva, violenta y cruel que era -a ojos
actuales- la sociedad preindustrial de algo más de dos siglos atrás. En su blog
sobre temas de frontera, Meteuphoric, Katja Grace se preguntó a fines de 2017:
"¿Por qué todo tardó tanto tiempo?". Esto es, ¿por qué el 99% de las
disrupciones relevantes se concentran en un período tan corto de la evolución
humana (en los últimos 200 años)?
Grace obtuvo decenas de respuestas, una más interesante que
la otra, pero la mayor parte de las explicaciones vino por el carácter
combinatorio de la innovación, que promueve estas trayectorias exponenciales.
Propias de los sistemas complejos, en los que durante varios períodos hay
avances lentos -lo que lleva a una decepción, a sentir que lo que se proyectaba
es un fiasco y se promueve la inacción-, para luego dispararse en un lapso muy
corto. Es la base de la famosa frase de Bill Gates, el fundador de Microsoft:
"Tendemos a sobrestimar el nivel de cambio en uno o dos años y a subestimar
el cambio a diez años".
Pero el hecho de que haya más datos, series temporales,
capacidad de procesamiento y relatos más solidificados (que derivan en
profecías autocumplidas) no garantiza predicciones más "limpias" en
todos los campos. Una de las novedades más interesantes en la discusión sobre
innovación en los últimos meses es la aparición de diversos "meta análisis"
sobre proyecciones y futurismo. En un estudio publicado a fines de enero por
Erin Winick, titulado Hay tantas
opiniones como expertos, se mostró la enorme divergencia que hay entre
economistas, consultoras y think tanks
a la hora de pronosticar el impacto de la automatización del empleo. Las
previsiones varían entre 2000 millones de puestos de trabajo destruidos para
2030 (Thomas Frey) hasta solo 1,8 millones (Gartner).
Considerando estas fenomenales divergencias, tal vez la
respuesta más honesta a la pregunta de "¿cuánto tiempo más llevará (la
disrupción)?", y en homenaje a la empresa insignia de Elon Musk, sea la
que sugirió en Twitter semanas atrás el creativo Roberto Patxot: "Tesla
debo".
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