El caso de Apple sobre la lentificación "a
propósito" del software del iPhone abrió una incógnita sobre el poderío de
las firmas de la nueva economía para el año que comienza.
¿Qué pasaría si de un día para el otro Ford, Toyota o
Renault aceptaran de manera pública que lanzaron al mercado vehículos peores,
más lentos y menos seguros que los que podrían fabricar? ¿O si Unilever o
Procter reconocieran que producen detergentes menos eficientes que los que
pueden hacer, adrede, y sin que esto les implique un ahorro de costos
significativo?
Con esta disyuntiva debió lidiar días atrás la empresa más
grande del mundo, Apple, cuando
emitió un comunicado en el que cual dio por ciertas las versiones que indicaban
que la compañía lentificaba a propósito el software de las versiones viejas del
iPhone cuando está por sacar un
modelo renovado, para incentivar la compra de su nuevo producto y así mejorar
sus ingresos. La admisión llega desde una compañía que hasta no hace mucho
tiempo gozaba de un amor incondicional de sus clientes, gracias a sus procesos
y diseños "con foco en el usuario", con lo cual la
"traición" en redes sociales y sitios especializados se vivió con una
doble desilusión.
La novedad coronó un año de desengaños con el gigante de
Cupertino. En una columna publicada en Inc
la semana pasada, Geoffrey James enumeró las "Siete razones por las cuales
ya no estamos enamorados de Apple", entre las cuales figuran que
"extrañamos demasiado a Steve Jobs" ("Es como ver a Queen sin
Freddie Mercury"), que sus productos ya no tienen un diferencial con el
resto del mercado como hace diez años y que ya no es el "David" que
se enfrenta a los gigantes de la tecnología: con sus US$ 250.000 millones en cash
podría comprar prácticamente cualquier empresa que se le ocurra. Pero más allá
de esta serie de desencantos, el episodio del comunicado de admisión del pecado
con el software deja varias lecciones de cara al panorama de la "nueva
economía" en 2018.
Mares más
transparentes. Aunque varios blogs de tecnología se adjudicaron haber
comprobado la ralentización de Apple, la persona que primero comprobó que esta
situación no era una leyenda urbana fue una economista argentina, Laura Trucco, quien tuvo una idea a
partir de un comentario en clase de su profesor Sendhil Mullainathan. Trucco
estaba cursando su doctorado en Harvard cuando un día Mullainathan comentó un
dilema para el cual no tenía una respuesta que lo conformara: por un lado, como
usuario de la marca de la manzana sentía realmente que su teléfono funcionaba
peor en vísperas de un nuevo lanzamiento, pero, por otro, en términos
estrictamente económicos, le parecía que la situación no tenía sentido:
conllevaba riesgos legales y además un competidor podría ofrecer teléfonos que
aguanten más tiempo con su velocidad original.
En otra época, responder esta pregunta hubiera involucrado
costosas encuestas y estudios de mercado. Pero a Trucco, una ex estudiante de
la Universidad de San Andrés, se le ocurrió una forma más sencilla de
encararla: supuso que buena parte de los usuarios, cuando advertían este
problema, iban a Internet a consultar cómo resolverlo. Así que armó una serie
de tiempo con las búsquedas en Google de "iPhone + low (lento)" y se
topó con que los picos de este tipo de búsquedas coincidían en forma exacta con
la aparición de nuevos modelos del teléfono en el mercado. Luego de su paso por
Harvard, Trucco trabaja actualmente para Amazon.
La dinámica muestra cómo en la nueva economía basta algo de
ingenio para dejar al desnudo cualquier conducta inapropiada por parte de una
compañía. Meses atrás, en la revista Scientific
American, el filósofo Daniel Dennett trazó una analogía entre el momento
que estamos viviendo ahora a nivel social, cultural y económico con la
irrupción de tecnologías exponenciales que le están restando opacidad -cada vez
de manera más acelerada- al océano de interacciones entre los individuos y la
"explosión del cámbrico", una ventana de 20 millones de años en la que
540 millones de años atrás explotó la diversidad de vida sobre la Tierra. Según
el biólogo inglés Andrew Parker, esto ocurrió porque la composición química de
los océanos en ese período los volvió más trasparentes y el sentido de la vista
comenzó a ser un vector evolutivo muy fuerte. Esta explosión de diversidad
biológica de hace más de 500 millones de años se asemeja a la explosión de
diversidad en negocios e interacciones de la actualidad, con un eje en común:
la mayor trasparencia.
Si funciona, es obsoleto. A menudo los economistas suelen
sorprenderse con fenómenos que los estudiosos del mundo de los negocios vienen
advirtiendo desde décadas antes. En rigor, la conducta de Apple no es una
"inconsistencia de mercado" como suponía Mullainathan, sino un
fenómeno con una tradición de décadas en el mercado de la tecnología (y en
otros también), y que se conoce como "obsolescencia programada".
El término fue acuñado en 1954 por el diseñador industrial
estadounidense Brooks Stevens en una conferencia que dio en una convención
publicitaria de Minneapolis. El concepto, que a partir de allí se popularizó,
alude a la determinación a priori, por parte de una empresa, de un tiempo de
vida útil para un producto o servicio, a partir del cual ya no servirá más e
inducirá a los consumidores a comprar una nueva versión. Hay autores como Philip Kotler que ven a la
obsolescencia programada como un engranaje inherente al capitalismo.
"Mucho de lo que se denomina 'obsolescencia programada' no es otra cosa
que la dinámica competitiva de distintas fuerzas en una sociedad libre, que
llevan a mejoras continuas en bienes y servicios", sostuvo Kotler en un artículo académico.
¿Peak Apple? Durante 2017 uno de los debates más
interesantes en torno a la "nueva economía" planteó si los gigantes tecnológicos
continuarán despegándose (en tamaño y poderío) del pelotón que le sigue. Aquí
las posturas están divididas, pero circulan centenares de análisis y
especulaciones sobre un mundo "post-Famga"
(el acrónimo que refiere al grupo dominante de Facebook, Apple, Microsoft,
Google y Amazon). El científico de datos y tecnólogo argentino Marcelo Rinesi
cree que el caso de Apple es uno de los más vulnerables: "Si bien su
tecnología está a la par de la mejor o es ligeramente superior, en la práctica
su valor viene de la lealtad de marca, lo que es un valor enteramente
sociológico y psicológico", sostiene. Y por eso la admisión del último
miércoles de 2017 puede resultar tan costosa. En su genial libro Colapso, el
geógrafo Jared Diamond describe por qué algunas sociedades dominantes en su
momento (como los mayas, los cretenses o los habitantes de la Isla de Pascua)
colapsaron en muy poco tiempo. Meses antes de la caída a nadie se le hubiera
ocurrido vaticinar el suceso. Hay toda una matemática de sistemas complejos por
detrás de este fenómeno que se puede aplicar a sociedades, empresas o personas.
La nueva economía trae algunos fenómenos inéditos, pero
también involucra fallas de mercado, vicios y procesos de concentración del
capitalismo tradicional. No por nada, en su último análisis de Exponencial View, Azeem Azhar, entre sus proyecciones para 2018, anuncia un regreso
de "Marx, Hayek, Aristóteles y Buda". Marx, por las tensiones de la desigualdad y porque "el
consenso de los últimos 50 años entre empresas, trabajadores y capital
financiero" está crujiendo. Hayek,
por el surgimiento de blockchain y una revalorización de la dinámica de
mercados como mecanismo eficiente para transmitir información. Aristóteles, porque, a nivel
agregado, nunca fuimos tan ricos y allí resuena el llamado del sabio griego al
florecimiento humano en el marco de la "Eudaimonia"
(término que remite a la prosperidad, buena fortuna y felicidad). Y Buda, porque en una era de atención
fragmentada y la aceleración de estos
tiempos turbulentos subirá el valor de su contrapeso escaso: la calma y la
contemplación. Om y feliz año.
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