Grandes acciones e
inventos nacieron de sentimientos que no fueron reprimidos, sino que sirvieron
de motor para la transformación de una determinada realidad.
Eduardo Galeano
cuenta en su libro Los hijos de los Días
el nacimiento del cine. Como se sabe, Galeano fue tan historiógrafo como poeta,
lo que abre infinidad de perspectivas. Recuerda que la primera exposición de la
novedad en la pantalla fue en 1895, producida por Louis y Auguste Lumière, en el Grand Café de París. Filmaron la
salida de trabajadores de una fábrica de Lyon. Sala llena: 35 espectadores.
Entre estos se encontraba George Méliès,
el gran innovador de la embrionaria cinematografía. "Quiso comprar la
cámara filmadora", relata Galeano.
"Como no se la vendieron, no tuvo más remedio que inventar una".
Se abren así dos
hechos significativos. En primer lugar, preguntarse por qué eligieron los
hermanos Lumière esas escenas para
presentar los resultados de su invento. El film dura menos de un minuto, pero
no cabe duda de que es uno de los momentos de mayor movimiento en la sociedad
humana de la época. Se abre el portón y se distribuyen hombres, mujeres, y
hasta alguna embarazada hacia diferentes rumbos. Por la vestimenta pueden
diferenciarse los operarios de los administrativos y hasta un perro, curioso,
se instala para disfrutar del espectáculo. No hay trucos ni efectos especiales.
Son innecesarios porque esa gente, alguna presurosa, otra más tranquila, lo
dice todo. Es el trabajo como centro de la vida.
Por otro lado, no cabe duda de que Méliès fue un prototipo de emprendedor de fines del siglo XIX.
Aunque no hay épocas predeterminadas para serlo, a principios de nuestro siglo
el oficio tiene buena prensa, por lo que no vale la pena insistir en las
ventajas del entrepreneur, cayendo en
el lugar común y maniqueo de que "serás emprendedor o no serás nada".
Hay quienes tienen capacidad y vocación para iniciar un negocio y otros que no.
Tan simple como esto.
Vale la pena rescatar, sin embargo, el valor motorizador de
la rabieta. De la bronca, como decimos en nuestras tierras. Cualquiera que se
sienta impedido de hacer aquello que lo entusiasma o desea tiene dos caminos:
la resignación o la búsqueda de sendas alternativas. No contamos con
estadísticas, pero es muy probable que la mayoría de los inventos y creaciones
en general tengan su raíz en la furia. Por lo tanto, no deberíamos desperdiciar
aquellos sentimientos, aparentemente negativos porque nacieron fuera del ámbito
de amor y paz.
Quedarían descartados los caprichos, pero también aquí hay
una muy delgada línea que separa los caprichos de las convicciones. Es difícil
identificarlas con claridad e inmediatamente. Podría decirse, con sorna, que
Colón era un caprichoso que, por seguir su intuición, terminó descubriendo un
Nuevo Mundo, aun cuando no llegó a enterarse. ¿Y San Martín? ¿A quién podría ocurrírsele, en esa época, cruzar los
Andes con todo un ejército y sus pertrechos?
La lista podría ser larga, con cientos de ejemplos
parecidos. Entonces, desde el punto de vista del management, no deberían descartarse así nomás aquellas objeciones e
insistencias de las personas a cargo. Y aquí sí podríamos abrir paso a un lugar
común: el valor de escuchar sin prejuicios. Después de todo, el mecanismo es
muy simple y se puede desarmar. Si todo lo que me sugieren, sea que me caigan
simpáticos o no, quienes lo hagan, pasa por el filtro de hierro de las propias
creencias, se corre un riesgo muy alto.
Cualquiera que deba administrar el trabajo de otros es, en
sí mismo, quien puede activar los mayores obstáculos. Así surge el coaching, señalando otros caminos
posibles. Para Méliès, su mejor coach fue la bronca.
Jorge Mosqueira
Jorge Mosqueira
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