Las empresas que hoy
marcan el rumbo en la economía global no sólo dan permiso para equivocarse,
sino que toman las fallas como oportunidades de crecimiento.
Cada tiempo tiene su modelo de empresa propio, que reina en
los cielos del éxito, al que todos quieren imitar. Responde a la pregunta
"¿Cómo hicieron?" y una vez obtenida la respuesta, van corriendo a
hacer lo mismo, sin tener en cuenta la población, el lugar, la economía, las
motivaciones y otros detalles importantes. Más bien, decisivos. En su momento
fue Ford, más tarde Toyota, para nombrar un par de ejemplos, y sus sistemas de
producción fabril. Hoy le toca asumir el papel de exitoso a Google,
contemporáneo de Apple y Microsoft.
No hay que descartar las nuevas propuestas porque, en
principio, siempre hay alguna cuestión que estimula a pensar en otras formas de
gestión. Para ser más precisos, imitar, pero no calcar, ésta es la cuestión.
Entonces, merece la pena dar paso a una frase de un director del gran buscador
de hoy, Jorge Giraldo: "En
Google premiamos a los que fallan".
En una sociedad donde las acciones punitivas tienen mucho más
rating que las formativas, estas siete palabras pueden resultar escandalosas.
Por supuesto, es por todos conocidos que castigar es mucho más fácil que
formar. Más rápido, aunque menos eficaz y de mucho menor espesor intelectual y
emocional. Esta tendencia duplica la atención sobre aquella frase, que tiene
sus fundamentos.
"Porque el que falla, está pensando en grande. El que
no falla está pensando en hacer siempre lo mismo, en mantener el statu quo, en
jugar seguro y ahí no va a haber innovación ni disrupción", detalla
Giraldo. Ambas cualidades, innovación y disrupción, no sólo son vitales en el
siglo XXI. En realidad, lo fue desde el principio de la humanidad y permitió
que llegáramos adonde llegamos, tecnológicamente hablando, pero en nuestros días
la necesidad se hace más acuciante. Aquel jefe que la única idea que se le
ocurre es castigar al que se equivoca no solamente pone al descubierto sus
profundas limitaciones, sino que es un escollo para cualquier avance en
ciernes.
Vale recordar cómo se producen los procesos de aprendizaje, cualesquiera que sean éstos: equivocándose. Puede aplicarse tanto a
una compleja experimentación de laboratorio como patear un penal. Y hasta
pueden servir errores groseros, como el famoso descubrimiento de la penicilina,
realizado por Alexander Fleming.
Surge del error de tirar a la basura unos cultivos sobre los que estaba
trabajando. A la vuelta de un mes de vacaciones, se encuentra con unas
reacciones que dieron lugar a su hallazgo, gracias al cual muchos de nosotros
estamos vivos.
De haber tenido un jefe suficientemente necio, lo hubiera
reprendido por ser tan descuidado, pero el caso es que Fleming estaba
experimentando y, por lo tanto, observando atentamente todo lo que sucedía,
aunque fuera casual u observado por un amigo. Era un explorador. Sabía que aún
detrás de los errores podía encontrar sorpresas. Esto es lo que llamaríamos hoy
una mente abierta, una virtud escasa que, de acuerdo con las leyes del mercado,
se convierte en muy valiosa.
En Google, explica Giraldo,
no hay una estructura jerárquica sino más bien plana. "Contratamos gente
independiente, innovadora con visión de emprendimiento. Cada uno dispone de sus
horarios de trabajo. Claro que hay funciones que exigen determinada presencia
física, pero la mayoría de la gente maneja el tiempo que necesita para hacer su
tarea."
No es un tema menor preguntarse cómo maneja cada uno los
errores de los supervisados. Si es motivo de horror o una oportunidad de
aprendizaje.
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