El control de los
subordinados en exceso y la pérdida de tiempo en detalles nimios lastran la
eficacia de los directivos.
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Rodéese de las mejores personas que encuentre, delegue
autoridad y no interfiera”. Esto lo dijo Ronald Reagan, y no en una de sus
películas, sino durante sus años como protagonista en el ala oeste de la Casa
Blanca. Reagan, en su faceta
presidencial, dio no pocos motivos a la historia para afearle su gestión. Pero
si esta frase la dijo en serio y fue coherente en su aplicación, todo parece
indicar que practicar la microgestión no fue uno de ellos.
El diccionario Merriam-Webster define microgestión como “dirigir controlando en exceso o poniendo
demasiada atención en los detalles”. Para Yolanda
Díaz Villarrubia, especialista en recursos humanos y transformación digital
de recursos humanos, es “centrarse en la ejecución de la tarea, pero sin tener
una perspectiva ni una visión estratégica de la empresa”. Un mal extendido y
propio de aquellas organizaciones en las que “se refuerza la cultura de la
mediocridad”, prosigue.
Antonio Núñez,
socio de Parangon Partners, cita como ejemplos de microgestión “preocuparse por
la forma y no por el fondo o meterse en temas técnicos cuando lo que toca es
ocuparse de la estrategia”. Errores ambos de bulto porque, destaca, “el jefe
tiene que centrarse en las cosas que más valor aportan”. Aunque eso no quiere
decir que los detalles no sean importantes. “Todo buen jefe debe enseñar a su
equipo a cuidar los detalles, pero sin estar permanentemente pendiente de
ellos”.
Seguir y fiscalizar
Parte de las responsabilidades de un mando consisten en
supervisar el trabajo de sus colaboradores. Si bien, puntualiza Paz Garde, consultora en efectividad
centrada en las personas, “hacer seguimiento y fiscalizar son cosas muy
distintas”. Virginio Gallardo, socio
fundador de Humannova, desconfía de los mandos que “no delegan y se dedican a
husmear”. Su falta de confianza les convertirá, además, en un peligro para sus
colaboradores. ¡Ay de aquel al que se le ocurra mostrarse demasiado eficiente!
“Porque este tipo de jefes no quieren que sus subordinados destaquen”, advierte
Gallardo.
Esa inseguridad ayuda a explicar otro de los rasgos
característicos del microjefe: su afán controlador. Una obsesión que, opina Díaz Villarrubia, impide el crecimiento
del equipo. “El buen líder orienta, informa y gestiona. Y sus colaboradores
entienden, proponen y actúan. No es necesario controlar ni perseguir”. Según Antonio Núñez, la capacidad de delegar
es un rasgo irrenunciable en el liderazgo actual por puro sentido común. “La
cantidad de información que hay que procesar y la complejidad de los problemas
hace imposible que un el jefe llegue a todos los temas”, argumenta. “Nadie es
Superman”.
Paz Garde apunta
otra razón de peso para no cercenar la autonomía de los colaboradores: ”Es
letal para la motivación”. Núñez
coincide y subraya que el líder debe ser generoso y ayudar a su equipo a
desarrollarse. “Y una excelente manera de hacerlo es dándoles la
responsabilidad, confiar en ellos. Hay que perder el miedo a que cometan
errores. Porque el que nunca hace nada, nunca se equivoca, pero tampoco
acertará”.
“Si quieres algo bien hecho, hazlo tu mismo”, reza el dicho.
Virginio Gallardo, sin embargo, propone una formulación más en sintonía con la
actual realidad empresarial: “Si quieres algo bien hecho, elige la persona o
personas que lo harán mejor en cada caso. Y si esa persona siempre eres tú,
cambia de equipo o analiza por qué no tienes colaboradores desarrollados en el
tuyo”. En las organizaciones del siglo XXI, añade, “se impone un tipo de
liderazgo donde el responsable da el poder a sus colaboradores. Un responsable
que no delega es un antilíder”.
Uno de los efectos más perniciosos de la microgestión es que
hace que los mandos empleen su tiempo en realizar tareas que deberían estar
haciendo otras personas. Como consecuencia, desatienden sus propias
responsabilidades. “A veces los jefes no cuentan con las personas adecuadas
para asumir esas tareas, o estas no han invertido el tiempo necesario para que
aprendan a hacerlas”, afirma Paz Garde.
“Pero también puede suceder que no confíen en que nadie más, aparte de ellos mismos,
sepa realizar bien ese trabajo”.
Delegar no es fácil, sobre todo si el jefe ocupó antes la
posición del subordinado. La nostalgia del antiguo puesto es, a veces,
demasiado honda. “Aprender a ser jefe es todo un arte”, recuerda Antonio Núñez. “Es lógico que alguien
que ha sido experto en una tarea la eche de menos. Pero cuando te ascienden
tienes que asumir que tus prioridades han cambiado, tener la suficiente
humildad para saber apartarse y dejar que la persona que ocupa ahora tu antiguo
puesto haga el trabajo a su manera, aunque sea muy distinta a la tuya”.
UN PEQUEÑO GRAN
PROBLEMA
Fernando Guijarro,
director general de Gestión de Talento de Hudson, identifica cuatro razones
fundamentales que explican el fenómeno de la microgestión en las empresas.
- Cultura organizacional. Hay compañías de la vieja escuela que, por varias razones, tienen una cultura basada en la vigilancia y el control, hasta el punto de que la presidencia mete la mano prácticamente en todo.
- Contagio. El jefe es un controlador nato y quiere clones de sí mismo que perpetúen ese estilo de dirección.
- Falta de preparación. Es la causa más común y también la más fácil de corregir. Se neutraliza con planificación y formación.
- Personalidad. Hay personas más controladoras que otras. Les gusta tenerlo todo atado y bien atado. Son muy pragmáticas y con un punto de impaciencia. Gestionan más en lo micro que en lo macro.
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