Es prematuro evaluar
ya los costos y beneficios del proceso que se inicia con el triunfo de Trump.
El Presidente tiene mucho poder en
EE.UU, pero el Congreso también y allí son muchos los republicanos que
no tienen las mismas agendas del ganador, por ejemplo en algo clave para
nosotros como el comercio global.
"Las encuestas fallaron de nuevo, como en el Brexit y
tantas otras veces. Ello dificulta apreciar las motivaciones del
electorado", dice Juan Llach en
el periódico informe sobre la economía que difunde el IAE.
La lista de razones
posibles para este resultado es amplia: empleos escasos y malos y bajos
salarios para las clases medias bajas y los obreros industriales, racismo,
anti-inmigración, anti-globalización, retorno al aislacionismo de los EEUU,
polarización política, populismo consumista y grietas, también allá, etcétera.
Hay que distinguir entre efectos de corto y de mayores plazos. En el corto
habrá temblores de mercados, pero quizás también una nueva postergación del
aumento de tasas por parte de la FED en EE.UU.
En mayores plazos, la principal discusión global hoy -y a
ella me limito aquí- es si el mundo continuará con la globalización tal cual
está, si se procurará mejorarla o si se volverá atrás, cerrando las economías
con mayor o menor intensidad -cuya chance ha aumentado-.
Es poco probable, e indeseable, que se siga sin cambiar
nada. Por eso el corazón del debate es entre las otras dos alternativas, dos de
cuyas principales dimensiones no pueden soslayarse. De un lado, la
impresionante caída absoluta y relativa de la pobreza en el último cuarto de
siglo, el más global en mucho tiempo tomado del Banco Mundial, Taking Inequality, 2016).
Esto se explica por lo ocurrido en los países emergentes, grandes
beneficiarios de la globalización.
De otro lado, el crecimiento de los ingresos por tramos en
todo el mundo, entre 1998 y 2008. Los menos beneficiados fueron los percentiles
75 a 90, los de las clases trabajadoras y sectores medios bajos de los países
desarrollados, probables votantes de Trump,
partidarios del Brexit y de los nacionalismos europeos.
Se ve allí también el fuerte aumento de ingresos del 1% de
"súper ricos" (Piketty),
empardado por las clases medias globales. Si a la globalización se la mejora
aumentarán las chances de que continúe bajando la pobreza y también podría
darse una cierta recuperación de los hasta ahora mayores perjudicados. Lo que
no advierten -o no quieren advertir - los críticos sin matices de la actual
globalización, es que azuzan así el florecimiento del nacionalismo y la
xenofobia y que, si los países se encierran, no sólo aumentará la pobreza de
los más pobres sino también los riesgos de guerras, como tantas veces en el
pasado después de "guerras comerciales".
Mejorar la
globalización
La agenda para mejorar la globalización es frondosa. Incluye
cumplir a rajatabla -como mínimo- con los acuerdos ambientales de París,
combatir el narcotráfico y todo tipo de trata de personas, incluyendo el
trabajo forzado o en condiciones infrahumanas. También es necesaria una mayor
coordinación global respecto de los desequilibrios macroeconómicos y
financieros que, si bien no tienen hoy la gravedad que llevó a la crisis del
2008, siguen siendo una amenaza.
Mejorar la globalización implica, por cierto, mantener las
economías razonablemente abiertas pero mejorando los mecanismos antidumping y
los principios del comercio justo. Y también dar respuestas eficaces a las
crisis humanitarias de la emigración, especialmente la de África a Europa, cuya
clave es terminar con las guerras y apostar por el desarrollo integral de los
países azotados por la emigración crónica.
Una tasa global levemente arriba de 3% sería muy buena
noticia, más aun con los países emergentes creciendo más de 4%, algo muy
importante para la Argentina. Los precios de los commodities dependerá algo de
las tasas de interés, pero más de la oferta, la demanda y el clima del
hemisferio Sur en los granos; sólo del mercado en metales -con el oro más firme
por la incertidumbre- y según se
reconstruya o no el cartel de la OPEP en el caso del petróleo.
No sorprenden, lamentablemente, las pobres perspectivas del
FMI para América latina, la región que menos ha crecido en este siglo. Para la
Argentina se agrega la esperanza de una gradual recuperación de Brasil,
probable aun después de las elecciones en EE.UU.
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