Si las personas no
están contentas y no pueden encontrar la felicidad en las tareas que realizan,
entonces la compañía no hace su aporte a la sociedad en la forma correcta.
Se advierte una tendencia creciente a cosificar la
felicidad. Se va convirtiendo en un artículo que puede adquirirse en el quiosco
de la esquina, en "el chino" de enfrente o, como mucho, en la
farmacia y sin receta. Es un fenómeno social que actúa como las mareas: va
creciendo hasta mojarnos los pies, luego los tobillos y al poco tiempo estamos
chapotendo felices, sin pensar que todo puede continuar hasta ahogarnos en
nuestra convicción rigurosa, ausente de pensamiento crítico.
Como no podía ser de otra manera, por ser un fenómeno
social, se introduce en las organizaciones laborales y (¡cuándo no!) se inician
los primeros intentos de relacionar los índices de felicidad de los empleados
con la productividad. Parte de la clásica idea de que a mayor cantidad de
empleados felices, la productividad crece en algún porcentaje. Por ejemplo:
contar con una dotación del 80% de empleados felices, hará que el conjunto sea
un 40% más productivo. Se trata de la piedra
filosofal empresarial cuya búsqueda lleva siglos. Responde a la pregunta de
cómo hacer que "mi" gente sea más productiva de lo que es. De hecho,
hay cientos, si no miles, de publicaciones que apelan a estos títulos para
atraer lectores, tal como lo hacen los libros de autoayuda o los pastores en
boga.
Antes de que la marea avance, tal vez sea necesario izar la
bandera roja y ordenar la alacena mental. Desde Aristóteles hasta hoy se han producido muchos abordajes sobre el
tema, pasando por la psicología, entre otras ciencias. Imposible revisarlas aquí,
por lo que ajustémonos a aquello que comprende las acciones posibles en las
empresas.
Acordemos, en primer lugar, que la felicidad es un estado anímico individual, en que no se puede
intervenir desde las organizaciones. Depende de vocaciones frustradas,
tribulaciones sentimentales, duelos, y los casi infinitos caminos que componen
el laberinto de la psiquis humana.
Asumir la potestad de otorgar felicidad a toda la dotación
que trabaja en una empresa -sean dos o miles- en homenaje a la productividad es,
por lo menos, una exageración, muy cercana a la omnipotencia. Muy a menudo
también sucede que los problemas personales, ajenos a la organización, se
vuelcan sobre ésta sin justificación real alguna, de modo que el objetivo de
felicidad se encuentra atacado por varios frentes cruzados.
Hay algo que se puede hacer, pero en otros casos, como los
duelos por fallecimiento o separaciones matrimoniales: solamente acompañar, si
es que ésta fuera la intención viable y loable de la organización. Entonces,
sería momento de no proponerse hacer feliz a la gente, sino algo más modesto
pero accesible, que es no hacerla infeliz en su lugar de trabajo. Acá
intervienen todos los recursos de
motivación, condiciones y medio ambiente, relaciones interpersonales, etcétera,
que el muy sagaz Frederick Irving
Herzberg (1923-2000) definió como factores de satisfacción no satisfacción
e insatisfacción/no insatisfacción.
En síntesis, se puede estar tan bien o tan mal de acuerdo como
la empresa actúe con sus empleados. Pero la pretensión de satisfacción está muy
lejos de la felicidad como valor general y absoluto.
Es preciso, llegado a este punto, recordar aquella frase de Kaoru Ishikawa, un gurú de la época
dorada de la calidad total, referido a la gente: "En la administración, el
interés primordial de la empresa debe ser la felicidad de las personas. Si las
personas no están contentas y no pueden encontrar felicidad, la empresa no
merece existir".
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