Una publicación en
EE.UU. se propone demostrar cuánto más fuerte fue el cambio de vida entre 1870
y 1970 que en los últimos años; el aporte de la electricidad versus el de
Internet.
Una de las principales películas candidatas al Oscar, El renacido, dirigida por Alejandro
González Iñárritu, transcurre en 1820, en los estados que hoy se llaman Dakota
del Norte y del Sur. Leonardo DiCaprio es el guía de un grupo de cazadores y
tramperos europeos (o descendientes de ellos) que sufren una emboscada de los
indios y deben huir. Uno de los elementos que sorprenden del film, además de su
extrema crudeza, es verificar que la vida en 1820 -si bien la historia se
centra en un territorio salvaje- parece tener más puntos de contacto con la
época de las cavernas que con la actualidad. Peleas con osos, heridas cosidas
sin anestesia, técnicas para no morir congelado pasando la noche dentro de un
caballo eviscerado: en la línea de tiempo de la evolución de la humanidad, 1820
se sitúa en el último percentil, y sin embargo todo lo que allí se cuenta
resulta extraño con los ojos puestos en la vida cotidiana de hoy.
El ascenso y la caída del crecimiento americano, el último
libro de Robert Gordon, editado en
inglés semanas atrás, hace foco en el antes y el después de la revolución
industrial, con cambios acumulativos que se iniciaron a mediados del siglo
XVIII y que adquirieron velocidad para modificar para siempre la vida de las
personas un siglo más tarde. Para Gordon, un economista que da clases en la
Universidad de Northwestern, el período que va de 1870 a 1970 fue un
"siglo especial", único en la historia de la humanidad, en el que el
producto bruto interno de las naciones industrializadas se duplicó en promedio
cada 30 años cuando, por caso, el ingreso de Inglaterra se multiplicó por dos
entre los años 1300 y 1700. La invención y la masificación del automóvil y del
transporte público conectaron a las sociedades, la luz eléctrica permitió la
vida de noche y los artefactos para el hogar liberaron millones de horas de
trabajo en casa, especialmente de las mujeres.
Todo el entusiasmo y la documentación que pone Gordon en
detallar los avances de ese período contrastan con la visión más pesimista
sobre los avances actuales: una persona de 1940 se sorprendería al ver cómo
vivía un par suyo en 1870 (sin redes cloacales, por ejemplo), pero alguien que
hoy "viajara en el tiempo" a un departamento bien equipado de la
década del 40 no tendría la misma sensación de extrañeza. Probablemente se
sentiría ofuscado porque no hay conexión a Internet ni tanta oferta de TV, pero
el shock no sería tan fuerte como en el primer caso.
Según la visión del economista, la revolución de Internet
tiene un valor agregado mínimo (en términos relativos) comparada con la
difusión de las redes de electricidad.
Gordon bien podría ser una suerte de Gandalf el Gris de los
tecnoescépticos, una tribu de economistas y expertos de otras disciplinas que
desconfían del discurso de Singularity University y de otros centros de
estudios que postulan que las tecnologías exponenciales que hoy empiezan a
emerger provocarán cambios más abruptos que los de la revolución industrial.
Este discurso gana peso: en el Foro de Davos de enero último, Klaus Schwab, el presidente del World
Economic Forum, habló de la "cuarta revolución industrial", que
implicará un tsunami sin precedente.
Gordon es un autor de referencia para los académicos más
pesimistas, como Thomas Piketty, el
economista estrella francés que escribió el best seller. El capitalismo del
siglo XXI, y centra su argumento en el estancamiento de la mejora de la
productividad en las últimas cuatro décadas (con alguna excepción en los años
80) con respecto al siglo anterior. En El gran estancamiento, Tyler Cowen habla
del fin de los "frutos al alcance de la mano" en materia de avance
tecnológico: hoy discutimos cuándo llegarán los vehículos automanejados o sobre
las modalidades de Uber, pero ambos conceptos empalidecen ante el aporte
porcentual a la economía que significó el inicio de la era del automóvil. En
una crítica elogiosa en The New York Times, Paul Krugman empatiza con las ideas de Gordon y afirma que son un
marco teórico valioso para explicar la "ansiedad" por el bajo
crecimiento que hoy afecta a las economías desarrolladas y que tiene
consecuencias políticas muy relevantes, como el avance de candidatos freaks o
antisistema en la actual carrera presidencial de Estados Unidos, como Donald
Trump o Bernie Sanders.
Del otro lado, los defensores de la singularidad y de las
proyecciones más optimistas afirman que las cuentas nacionales están midiendo
mal la productividad (por caso, las economías colaborativas o las empresas que
proveen bienes gratuitos, como Google, no son bien captadas por las mediciones
tradicionales), y dicen también que Gordon se centra demasiado en Internet y en
la muerte de la ley de Moore, pero que no toma en cuenta otras tecnologías
exponenciales (impresión 3D, biología sintética, Internet de las cosas, el
blokchain detrás de bitcoin, etcétera). Y además señalan que todo esto, amigos,
recién empieza (estamos, como dice la jerga de los innovadores, "en el
codo de la curva exponencial").
El economista argentino Javier
Milei, experto en temas de exponencialidad, defiende la idea de que el
crecimiento real del ingreso es superior al que muestran las estadísticas
oficiales. "Gordon tampoco hace una buena lectura sobre los progresos en
inteligencia artificial y biotecnología. Esto no sólo impacta en el estado de
la tecnología, que muestra desde hace más de 200 años rendimientos crecientes
(haciendo honor a la visión de Adam Smith), sino que, además, estamos frente a
un nuevo evento asociado con la continua ampliación de lo que los economistas
llamamos dotaciones iniciales, donde estos dos elementos de forma conjugada
desafían la frase que dice: «Para creer que los árboles pueden llegar hasta el
cielo hay que estar loco o ser economista»", sostiene Milei, para quien
"Gordon, al igual que Malthus, Ricardo, Mill, Marx, Keynes, Harrod, Domar,
el Club de Roma y Piketty, pareciera que se ha enfermado de pesimismo".
Como director del Instituto Baikal, el emprendedor Nicolás Minuchín viene siguiendo de
cerca esta discusión de frontera. "Las teorías de Gordon sobre el fin del
crecimiento americano son un claro (y creo que saludable) contraste y una nota
de precaución a la teoría de crecimiento imparable exponencial que proponen los
tecnooptimistas de Singularity y empresas de tecnología. Generalmente es fácil
predecir cambios tecnológicos debido a avances científicos, pero es mucho más
difícil predecir cambios sociales como consecuencia de esas innovaciones
tecnológicas", dice Minuchín. La teoría de Gordon y las cuatro fuerzas con
las que debe luchar la innovación en los Estados Unidos (demografía por retiro
de baby boomers del mercado laboral, desigualdad, problemas de educación y
endeudamiento) "hacen que sea necesario más que duplicar el ritmo de
innovación para que el crecimiento se pueda mantener".
El acecho de osos salvajes y hambrientos de la época de la
película con DiCaprio no es un problema masivo a nivel contemporáneo, pero hay
otros detalles para enfrentar con innovación y creatividad.
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