Mientras la capacidad
para hacer proyectos en conjunto es una de las competencias básicas que se
piden en cualquier búsqueda, exagerar no lleva a buen puerto.
¿Quién se atrevería hoy a cuestionar la colaboración y el
trabajo en equipo? Es un concepto consolidado al que ponerle objeciones suena a
sacrilegio. Por fortuna, hay opiniones negativas que vienen del Norte, en
idioma inglés, y a través de una publicación que no puede, a su vez, ser
cuestionada: Harvard Business Review.
Si la exposición hubiera aparecido en un diario de nuestra
región, en español, poca o ninguna difusión e influencia hubiera tenido. El
régimen de autoridad intelectual en materia de management se mantiene intacto y
quienes pertenecemos a los denominados "países en desarrollo" -cuya
etapa siguiente nunca llega a vislumbrarse- nos ponemos en la butaca de
espectadores pasivos, consumidores de ideas de poblaciones que son tanto o más
fértiles que los que se proponen desde otros hemisferios.
Rob Cross, Reb Rebele
y Adam Grant describen en su artículo: "La colaboración se está
adueñando del mundo del trabajo. A medida que las empresas se vuelven cada vez
más globales y multidisciplinarias, los silos aislados se vienen abajo, la
conectividad aumenta y el trabajo en equipo es visto como clave para el éxito
organizacional. Según datos recogidos en las últimas dos décadas, el tiempo
empleado por directivos y trabajadores en actividades colaborativas se ha
disparado un 50% o incluso más".
Y agregan: "Es más, investigaciones que hemos llevado a
cabo en más de 300 organizaciones muestran que la distribución del trabajo
colaborativo a menudo es extremadamente desigual. En la mayoría de los casos,
del 20% al 35% de las colaboraciones con valor añadido provienen solamente del
3 al 5% de los empleados. A medida que se conoce a las personas por su
capacidad y disposición a ayudar, se las integra en proyectos y funciones de
creciente importancia". Puede implicar, por ejemplo, una extrema cantidad
de reuniones que van limando las posibilidades de completar las tareas
asignadas individualmente, hasta el punto de llevarse el trabajo a casa para
cumplir con sus obligaciones.
Como cualquier exceso, puede terminar logrando un efecto
perjudicial. Podríamos designarlo con un neologismo organizacional. Sería la
"colaboracionitis", cuyas consecuencias están ocultas detrás de un
fanatismo tenaz.
Este punto ha dado lugar a gruesas incoherencias. Tal es el
caso de las tradicionales evaluaciones de desempeño, que premian
individualmente, pero a la vez alientan el trabajo en equipo.
El deporte, una vez más, es un ejemplo válido. No se trata
de evaluar quién hace los goles, sino también los que propician los pases para
que aquéllos hayan sido posibles. En suma, se trata de un tema de organización
que debe ser administrada, sin abusar de aquellos que tienen mayor vocación u
oportunidad de colaborar con otros.
El artículo, traducido por el portal Factor Humano,
recomienda que "los líderes pueden
solucionar este problema de dos maneras: mediante la racionalización y
redistribución de las responsabilidades en la colaboración y recompensando las
contribuciones efectivas". Valga comparar la situación con la
narración de Honoré de Balzac
(1799-1850) La piel de zapa, donde un joven vigoroso recibe un fragmento de esa
piel que le concede todos sus deseos. El inconveniente principal era que cada
vez que recibía un beneficio la piel se achicaba, perdiendo energía vital hasta
llegar a una muerte prematura. Algo similar puede suceder con los excesos de
colaboración.
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