¿Controlas
tu trabajo de tal manera que carece de alicientes y desafíos? Estás al borde de
la rutina, la apatía y el acomodamiento, tres situaciones que, si no cambias,
pueden hacer mella en tu carrera profesional, en tu desempeño y, al final, te
pueden costar el puesto.
Glengarry Glen Ross. Conocida en España como El
precio de la ambición, esta película es un claro ejemplo de que el acomodo no
sólo perjudica al empleado, sino que tiene consecuencias nefastas para la
organización. En una escena, Alec Baldwin es el encargado de aleccionar a un
equipo asentado en la rutina. Les propone un reto para salir de su zona de
confort y acabar con la apatía laboral: el mejor vendedor será obsequiado con
un Cadillac, el segundo ganará un juego de cuchillos y el peor será despedido.
Las alarmas se disparan en el
momento en que tu trabajo se convierte en algo rutinario y carente de desafíos:
significa que te has acomodado. Controlar una actividad laboral lleva al apoltronamiento
en el puesto y, lo que es peor, cuanto más cómodo te sientes más descuidas la
iniciativa, el entusiasmo y todas esas cualidades que hace años te valieron un
contrato laboral, el mismo que ahora pende de un hilo a menos que no cambies.
José Ignacio Jiménez, socio
director general de Talengo, señala que «los perfiles que realizan un trabajo
más interno o de back office y, por tanto, menos expuestos al cliente, son los
más proclives a bajar la guardia. La exposición al cliente supone una mayor presión
y unos objetivos, además de una actividad más variada en el día a día, que hace
que el acomodo sea menos obvio». Pero, a veces, como explica Andrés Fontenla,
director general de Fontevalue Consulting, «el individuo puede tener una mayor
propensión a acomodarse o bien se debe a que atraviese una fase vital que le
desconecte del trabajo».
Sea como fuere, conviene recordar
que nadie es imprescindible y que hay que estar alerta, sobre todo si crees que
la empresa en la que llevas algún tiempo es la que más te interesa, ya sea por
motivos profesionales o personales. Sin embargo, Julio Moreno, socio de Korn
Ferry, hace una precisión importante: «Una persona tiene todo el derecho a
permanecer en el mismo puesto durante años y a no promocionar. Cosa distinta es
si esta decisión supone un bajo rendimiento en la posición que ocupa, o que no
esté alineado con los objetivos empresariales, es decir, que dificulte la
innovación o aquellos cambios que le pueden sacar de su zona de confort».
Moreno señala que estos
acomodados suelen proliferar más en los perfiles técnicos «que tienen un
componente de experto elevado y ciclos de carrera mucho más largos que otros.
Son menos habituales en áreas de gestión que normalmente ocupan personas que
poseen una motivación competitiva y más emprendedora».
Los
detonantes
Para detectar si padeces de
acomodamiento, el socio de Korn Ferry propone plantear una pregunta muy simple:
«¿Qué he aprendido en mi puesto? Si día tras día la respuesta es nada, quizá ha
llegado el momento de pensar en otras cosas. Otro de los detonantes es el
tiempo de permanencia en el puesto. Cuando se supera el estándar, ahora fijado
en unos tres o cuatro años –muy por debajo de los siete de hace una década–, el
individuo debe pensar si realmente existe algún elemento para permanecer en su
zona de confort».
Cuando el arranque de un nuevo
proyecto ya no te ilusiona o el ejercicio de tus responsabilidades tampoco
implica un reto, son otras de las señales que identifica Fontenla. Para este
experto en executive search «la cura es lanzarse a la búsqueda de nuevas
oportunidades en el ámbito de la propia parcela o en nuevos territorios de la
empresa». Caer en la apatía es lo más perjudicial para tu carrera profesional
y, lo que es peor, puede ser detectado como bajo desempeño, motivo de despido
cuando menos te lo esperes.
No obstante, Fontenla matiza que
el problema no siempre es achacable al profesional: «Se han de encender las
alarmas internas si el origen de la pasividad es por cuestiones de raíz más
profunda, por ejemplo, por una relación deteriorada con jefes o compañeros,
porque se ha desgastado la confianza con la empresa, o simplemente el modelo de
negocio no convence. En estos casos es sintomático cuando el individuo no está
dispuesto a ajustar sus horarios ante los imprevistos importantes que surgen en
el trabajo, sino que supedita todo a su propio plan».
Jiménez anima al profesional que
acude al trabajo sin alicientes, que levante la mano para solucionar su
problema: «Debe hablar con su responsable directo o con recursos humanos y
solicitar más proyectos, un cambio de departamento, formación o un destino
internacional si procede». Advierte de que si «el acomodo se traduce en
síndrome de brazos caídos y además se combina con realizar otras actividades
paralelas al trabajo por el que uno está empleado, puede ser causa de despido
procedente». El socio director general de Talengo indica que «en España la ley
es muy protectora con estos temas. En Estados Unidos una situación de ese tipo
es fulminante de despido procedente».
Pero también es conveniente hacer
examen de conciencia porque, según Fontenla, «la falta de compromiso puede
evidenciar la incapacidad de enfrentarnos a nuestras limitaciones. Se inventan
excusas, se culpa al jefe o a la propia empresa. También se adopta un actitud
defensiva contra las opiniones de los demas, cuando no nos conviene. Nos cerramos
en nosotros mismos, en vez de afrontar las propias limitaciones y poner en
marcha un plan de superación».
La
superación
Ponerse retos, lanzar iniciativas
dentro de tu área de actividad y ser muy proactivo puede ser la solución al
acomodamiento laboral. Fontenla lo denomina «enfoque de mejora continua».
Planteamiento con el que coincide Moreno: «Un profesional que quiere seguir en
su puesto, tiene un alto rendimiento y consigue sus objetivos de calidad
siempre va a ser considerado una pieza clave para el funcionamiento de la
organización».
Y, si no lo deseas, tampoco hace
falta que cambies de empresa para crecer. El socio de Korn Ferry recuerda que
«existen compañías que rotan de posición al 20% de su plantilla para que
desarrolle otros conocimientos y capacidades». Asumir este cambio de buen grado
es el principio para salir de la zona de confort, ser más empleable y, por
tanto, si se produjeran despidos, estar más preparado para asumir otro rumbo
profesional.
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