El comercio internacional se “desmaterializa” y cae la proporción de
materias primas en los bienes transables.
Se preveía que el capitalismo avanzado iba a
desatar una sociedad post-industrial fundada en los servicios, y lo que ocurrió
fue que se ha desencadenado una nueva revolución industrial, que ha fusionado
servicios y manufactura, en un nivel históricamente superior de productividad.
El resultado ha sido una multiplicación por 6/7 del comercio internacional,
que es la fase de circulación del capitalismo como modo de producción. La
relación exportaciones de bienes y servicios/PBI mundial era 15% en 1990 y
trepó ahora a 33%, que sería 60% en 2030.
Lo más importante es lo que ha sucedido en términos de valor agregado.
Era 30% del comercio global de servicios en 1980 y alcanzó a 43% el año pasado.
En ese período, el comercio de servicios por sí solo creció 3 puntos (era 17%
en 1990 y alcanzó a 20% en 2013).
Significa que los servicios, ante todo los de alta tecnología, se han
fusionado con la exportación de productos manufacturados; y esta amalgama
cualitativamente superior se ha convertido en la principal fuente de valor del
siglo XXI.
La consecuencia de este cambio estructural es que la manufactura se ha
“desmaterializado”; y el comercio internacional, que es su dimensión de
circulación, se ha tornado materialmente más “liviano”.
Este proceso de “desmaterialización” implica una caída dramática de la
proporción de materias primas y energía que constituyen la textura de los
bienes transables. Al mismo tiempo, ha aumentado exponencialmente en estos
bienes la dimensión intensiva en conocimiento. Lo intangible predomina ahora
sobre lo físico o material.
De ahí que el comercio internacional se haya convertido en sinónimo de
cadenas globales de valor y que la industrialización de los países emergentes
equivalga en este momento a su incorporación al sistema global integrado de
producción.
El cálculo de Davos es el siguiente: si se eliminan las barreras que
frenan la incorporación de los países emergentes a las redes globales de
producción –sobre todo, los obstáculos existentes en infraestructura y
logística– se obtendría un alza seis veces mayor del PBI mundial que el aumento
que provocaría la remoción total de las tarifas de importación. En ese caso, el
PBI global aumentaría 4,7% (US$ 2,6 billones) y las exportaciones globales
experimentarían un auge prácticamente inmediato (3/5 años) de 14,5% (US$1,6
billones).
El cambio tecnológico también ha modificado la naturaleza del desarrollo
industrial. En el mundo de hoy, el desarrollo industrial, entendido como
aumento sistemático de las exportaciones manufactureras de los países
emergentes (ante todo de bienes fragmentados), sólo existe en la medida en que
integra el sistema transnacional de producción; y éste se ha convertido en el
núcleo de la nueva revolución industrial, con estándares ineludibles y
cualitativamente más elevados de competitividad.
El corolario de este apotegma estructural es que los países emergentes
que no se incorporan a la producción transnacional en la segunda década del
siglo XXI, en vez de industrializarse se desindustrializan, como sucede en los
grandes países industriales de América del Sur: Brasil y la Argentina. La
contracción manufacturera que experimentan estos dos países no es una recesión
cíclica de carácter episódico, sino desindustrialización estructural.
La fuente de creación de valor en el capitalismo del siglo XXI es el
nuevo espacio de conectividad instantánea y global –la “nube” o cloud
computing– cuya productividad históricamente superior aumenta a medida que se
incrementa el número de protagonistas, en un solo movimiento de expansión e
integración (convergencia).
El mundo se ha convertido hoy en una sola red global superconectada e hiperintensiva
que funciona en la dimensión de la instantaneidad (tiempo real).
Este mundo no es una opción, sino
la realidad ineludible de nuestra época; y fuera de él no hay nada.
Jorge Castro. Analista
Internacional
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