La ineficacia y la falta de
productividad de algunos compañeros de trabajo pueden arruinar tu vida laboral.
Apáticos o ladrones de tiempo son manzanas podridas en una organización.
Quizá creas que no va contigo, pero por eficaz que
tú seas, la presencia de un colega de trabajo improductivo no sólo afecta a tu
compañía, sino que lastra tu desempeño y puede arruinar tu carrera profesional.
En tu vida laboral puedes llegar a encontrarte con
personas que aparentan estar ocupadas todo el tiempo y que sobreviven una y
otra vez a ajustes de plantillas y recortes, aportando lo mínimo a la empresa,
con una única habilidad profesional: acabar bajo el paraguas de jefes
mediocres. Son expertos en librarse de asumir cualquier tarea concreta
en la que se les pueda exigir o medir.
No son los únicos. También están los
apáticos que jamás persiguen grandes objetivos, enemigos de la agilidad, la
flexibilidad, la organización horizontal, o la pasión. Y aquellos que dedican demasiadas
horas pero no llegan, ni logran resultados, o que trabajan duramente pero son
incapaces de integrarse en la cultura de la compañía.
Sin olvidar a los ladrones de tiempo; a los
multitarea aparentemente ocupados pero que apenas aportan valor; o a aquellos
que nunca tienen la culpa y se escudan en los demás, incapaces de asumir sus
propios errores y temerosos del fracaso, cuya incapacidad obliga al resto de
compañeros a cargarse con más trabajo.
Montse Ventosa, presidenta de la consultora española
Truthmark, añade que el típico compañero improductivo nunca está cuando
se le necesita, pero siempre tiene una buena coartada; es un experto en
escurrir el bulto; suele tener un "es que" en la boca; es fan de la
crítica y el chismorreo; y nadie sabe muy bien qué hace.
Ventosa cree que en un equipo esto puede tener una
consecuencia muy clara –la paradoja del buen vivir–, que se traduce en que el
que es altamente productivo acaba sobrecargado, con el riesgo de sufrir estrés
o burn-out, mientras que el improductivo termina viviendo muy bien. Nunca
está, no se queja tanto, y todo es tan difícil, que el jefe acaba pidiéndole
todo al productivo, mientras él vive cómodamente.
Ventosa explica que "aunque las personas de
alto rendimiento estén motivadas y comprometidas, eso no resulta suficiente.
Por adaptación, pensarán que es mejor ser ineficaz y terminarán contagiándose
de los que menos hacen, lo que se traduce en una merma de talento. Terminarán
yéndose de la compañía, bien porque los reclama otra empresa, o porque no
aguantan más. Incluso pueden llegar a ser despedidos, convirtiéndose en
víctimas de aquellos personajes reductores del crecimiento".
Marcos Urarte, socio director de la consultora
española Pharos, resume las tipologías de oficina en motivadores, vegetadores,
amargados y saboteadores. Para el experto, las especies tremendamente tóxicas
son los dos últimos, especialmente los saboteadores, que continuamente van
buscando cómplices en su actitud negativa y hacen proselitismo de la misma.
Urarte cree que "el problema principal no
viene de estos últimos, sino de la postura poco beligerante de las personas con
actitudes positivas y comprometidas con el proyecto. Lo mismo que nos
encontramos con activistas del desapego y de la falta de compromiso, las organizaciones
necesitan activistas, que trasladen confianza, ilusión, motivación y compromiso
al resto de la organización".
La
manzana podrida que pudre al canasto
El experto recuerda que "una manzana podrida
pudre al resto", pero advierte de que una persona contaminante no tiene la
capacidad de infectar al resto de la organización, a no ser por la inactividad
del resto de compañeros: "El problema no son las manzanas podridas,
sino los cestos podridos, es decir, aquellas organizaciones que han creado
un sistema que permite y facilita los comportamientos tóxicos".
Montse Ventosa añade otro riesgo que puede estar
detrás de la baja calidad de liderazgo existente en muchas organizaciones: la
paradoja de la promoción del incompetente. Cuando el jefe debe decidir a quién
promociona, en vez de ascender al de más talento (el más productivo) se decanta
por el menos talentoso, puesto que el productivo es quien le saca las castañas
del fuego.
Ventosa explica que "esto no sólo desmotiva al
eficaz –supone una falta de reconocimiento por su trabajo–, sino que crea una
cultura tóxica que reduce la capacidad de crecimiento de la organización, al
demostrar que la recompensa es para quien menos trabaja". Ante esto, los
más eficaces, o se suben al carro de la improductividad, olvidando cómo dar lo
mejor de ellos mismos, o se van con su alto rendimiento a otra parte, mientras
el incompetente disfruta de su promoción y sigue contagiando esta anticultura
por toda la organización.
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