Cada vez
que me han preguntado cómo motivar a las personas en el trabajo, invariablemente mis interlocutores
lo que pretendían era reflexionar sobre cómo poderlas imprimir ilusión.
En el fondo se encontraban a la búsqueda del compromiso, urgidos para lograr
una fórmula que les permitiera estimular a las personas para conseguir que se
condujeran en la dirección deseada; es decir, superar la “prueba del
algodón” del liderazgo: ser seguidos.
Los casos
de jefes a la búsqueda de motivos para entusiasmar, que he tenido ocasión de
conocer durante mi trayectoria, mayormente partían de una tesis equivocada:
¿Cómo podemos motivar a los demás? Por suerte o por fortuna, las
personas nos conducimos por propia iniciativa, según nuestros motivos, no
por los de los demás. En eso mismo descansa la esencia de la libertad: en la
capacidad para dirigir nuestros pasos. Quiere ello decir que los trabajadores
nos focalizamos sobre la base de nuestras inquietudes, autoestimulándonos al
tenor de las necesidades o ventajas que percibimos que dimanan de nuestros
actos. Para decirlo de otra manera, declararé que no se nos puede
motivar. Somos nosotros quienes encontramos los motivos que nos inspiran y
quienes nos autoconducimos hacia aquello que nos importa, que es lo que es
relevante para nosotros, porque nos proporciona resultados que prevemos
ventajosos para nuestros intereses.
Así, la
pregunta sobre la motivación cabe reformulársela con doble perspectiva. La
primera nos lleva a reflexionar sobre los motivos inspiradores de las personas,
lo que significa acometer un proceso de averiguación diferencial que
precisa observación, escucha y diálogo por
parte del mando. El segundo interrogante que cabe plantearse es qué hacer y qué
no hacer, para no desmotivar a los trabajadores. Si desde una óptica vital no
tenemos la capacidad de motivar a otros, mientras no encontremos los resortes
que individualmente los mueven y se los proporcionemos, lo que sí que corremos
es el riesgo de desmotivar cuando les hurtamos los motivos por la vía
de la constatación de que sus esfuerzos son en vano para conseguir lo que
pretenden alcanzar. Un ejemplo de ello es cuando en una empresa ‘se trae’ a
alguien del exterior para asumir un cargo que bien podría haber desempeñado
algún empleado meritado. El mensaje que se filtra hacia el interior no es otro
que “no contamos contigo”.
No pocas
veces he defendido, en materia de gestión de personas, que uno de los
mayores aciertos de un mando es aprender a evitar desmotivar a quienes dirige;
dejarles sin razones para la acción es más fácil de lo que parece. Prueba de
ello son numerosos hechos que hablan por sí solos restando credibilidad a
palabras y discursos. No se sorprendan de que numerosas veces la causa de la
desmotivación la encontremos en el proceder de los mandos, cuyos comportamientos
relacionales no están exentos de introducir desilusión en el ánimo de las
personas sobre las que tienen responsabilidad. Asimismo, no debe extrañar que
en otras ocasiones el origen de la desesperanza se halle en determinadas
políticas de empresa que, entre otras deficiencias, cercenan el desarrollo
profesional, frenan la iniciativa, dificultan el trabajo colaborativo o
propulsan la cantidad de trabajo frente a la calidad de su realización.
Ejemplos
de lo anterior son aquellas situaciones en las que alguien recibe el encargo de
un trabajo que luego presenta otro o aquellas otras en las que se acometen
cambios organizativos que no han sido debidamente explicados o son contrarios
al sentir general, como acontece en no pocas reorganizaciones. Incluso el
desequilibrio de cargas de trabajo, las diferencias de consideración, el
aquilatamiento o la escasez de recursos con justificación en presupuestos o los
gastos suntuarios en contraposición con las revisiones salariales son supuestos
no infrecuentes de hechos de empresa que hablan por sí mismos.
Llegados
a este punto, cabe preguntase ¿cuáles son las principales condiciones que
favorecen que las personas descubran en su trabajo motivos que les sean
relevantes? ¿Cómo podemos influir sobre ellos para ganarnos su compromiso?
Posibilitar las aspiraciones
Nuestros
motivos están ligados a nuestro desarrollo, luego no podremos encontrar razones
de peso para ilusionarnos en entornos que no nos brinden la ocasión de
progresar en sentido amplio, tanto personal como profesionalmente. ¿En qué
medida un trabajador que se lo proponga podrá crecer en la organización? ¿Tiene
la posibilidad de ejercer sus capacidades? ¿Podría aspirar a especializarse en
materias de su interés? ¿Puede pretender mejorar su salud física y psíquica en
este trabajo? Estas son, entre otras, preguntas sobre las que nos podemos
pronunciar. De ahí la importancia de las políticas de gestión de
personas.
Si para
comprometer a los trabajadores hay que conectar con sus intereses individuales
y colectivos, entonces habrá que tomarse la molestia de conocerlos y será
imperativo hacerlos posibles para dar cauce a las aspiraciones
personales y profesionales que cada cual sea capaz de ganarse, lo que
requiere concebir un marco ético en el que a unos y a otros les resulte
atractivo participar, comprometidamente, toda vez que reporta intereses que se
perciben relevantes a título particular.
Dar protagonismo
Por regla
general, todos los profesionales albergamos la expectativa de que se nos
reconozca por nuestros méritos y se nos distinga individualmente por lo que
somos, teniendo en cuenta que personalmente somos lo que hacemos y que
profesionalmente valemos lo que somos capaces de traducir a valor. Difícil lo
ponen aquellos ecosistemas laborales menos sensibles a la consideración de los
sujetos, cuando dicho reconocimiento formal puede adoptar múltiples formatos
expresados en un continuo “reputacional” cuyos extremos lo fijan lo relacional
y lo comportamental.
¿Interesa
conocer en la empresa las opiniones de los trabajadores? ¿Qué se hace con sus
aportaciones? ¿Qué valor tienen? ¿Se cuenta con las personas? ¿Se hace
partícipe de los asuntos a los profesionales? ¿Se sienten protagonistas los
empleados del devenir de la organización? ¿Existen prácticas para distinguir a
quienes lo merezcan? ¿Se busca solucionar las crisis entre todos? De lo
expuesto se infiere la trascendencia del marco relacional que
rija en las empresas.
Crear interés
Sólo
prestamos atención a lo que nos interesa, pudiendo o no, nuestra causa,
coincidir o no con las que interesen a los demás. Luego quienes dirigen no
pueden pretender que sus particulares empeños sean espontáneamente compartidos
por quienes no han sido inspirados por tales asuntos. Una cuestión recurrente
es la creencia de los gestores en que, por sí mismo, el proyecto de empresa ha de
ser interesante, pero sucede que no es posible acaparar la atención sobre un
asunto cuando no se ha sido capaz de imprimirle un sentido que conecte con los
intereses de la mayoría. Ello explica la importancia de edificar una cultura
de empresa fuerte e integradora que genere sentimientos de cohesión y
pertenencia.
¿Cómo se
concreta la cultura de empresa? ¿Cómo se demuestran los valores? ¿Cómo se hace
partícipes a las personas de la visión estratégica? ¿En qué medida se comparte
la misma visión? ¿Cuáles son los comportamientos dominantes? Tradicionalmente
se han declarado visión, misión y valores de empresa, se han elaborado códigos
de conducta y, más recientemente, se han fabricado historias emocionantes,
pretendiendo con ello impactar en la psiquis de los trabajadores, lo que
demuestra un interés que, si se queda en el artificio, es seguro que no
producirá el efecto de remover conciencias en favor de los intereses de la
organización.
En
resumen, si bien es verdad que la literatura sobre la motivación del personal
es muy abundante, como extensa es la documentación disponible sobre
variables motivacionales, y prolijas son las investigaciones sobre las causas
de desesperanza en el trabajo, apartándome del enfoque tradicional lo que me he
propuesto en este artículo es incitar a reflexionar sobre los modelos de
compromiso de las empresas con relación a las inveteradas pretensiones
colectivas e individuales, con respecto de los hechos que ponen de
manifiesto la consideración que se tiene sobre las personas y sobre la
correspondencia que guarda la realidad de las empresas con los asuntos
relevantes que conciernen a los individuos. Cuando las organizaciones son
capaces de demostrar con hechos ciertos y procuran experiencias fehacientes que
merece la pena vivir, automáticamente despiertan el interés y, por ende, el
sentimiento de compromiso de las personas que se esfuerzan por seguir siendo
parte autora de un proyecto que trae cuenta.
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