La inteligencia
existencial vincula al buen líder con capacidad de autoconocimiento, calidad
humana y conexión ser-hacer. Los profesores
Castiñeira y Lozano dan la vuelta a la actual idea del líder. La grandeza de
quien dirige es saber estar conectado con la vida en un sentido amplio.
"No deja de ser sorprendente que
muchos de los que hablan de la necesidad de cambios (por no hablar de los que
pretenden gestionarlos) parece que están dispuestos a cambiarlo todo, menos a ellos
mismos". La reflexión, aplicable aquí, allá y acullá, aparece en las
últimas páginas de El poliedre del lideratge, libro escrito por los profesores
Àngel Castiñeira y Josep Maria Lozano (Esade), que abren una nueva ventana a la
hora de analizar el buen liderazgo. Una ventana en la que conectan
al líder no sólo con su aptitud en el hacer, sino también con el ser, la
capacidad de autoconocimiento, la inteligencia existencial.
Conocimiento, acción y persona deben ir así de la mano, ya que es la forma de trascender los análisis parciales y sesgados, y evitar el muy probable y paulatino ensanchamiento del ego, la confusión entre rol y personalidad. Se trata así, según los autores, de buscar un equilibrio entre lo que se es y lo que se hace, un hilo conductor que es lo que da fuerza para emprender un proyecto y, a la vez, mantener el contacto con uno mismo, con la dosis de crítica y búsqueda que esto conlleva. Mantener viva la pregunta de por qué se hace lo que se hace y huir de falsos heroísmos.
Castiñeira considera que en la cultura occidental no se enseña a trabajar la parte interior de las personas, y el resultado es que demasiado a menudo no llegan a los puestos de relevancia los mejores líderes, sino los que más han aguantado, y llegar al poder no significa ser un buen líder, como ha quedado sobradamente demostrado.
El análisis de estos dos profesores, que se basa en años de conversaciones con personas relevantes de todos los ámbitos profesionales, quiere reflexionar sobre el cambio de época que se está viviendo y sus nuevas necesidades. Antes, se señala, se vivía en un modelo estable en el que aparecían problemas "técnicos" para los que un buen gestor era suficiente para solventarlos. Ahora, en cambio, se necesitan líderes adaptativos, que sepan navegar por las situaciones nuevas, moderar las tendencias sociales, articular contextos heterogéneos. "No se trata de solucionar problemas, sino de solucionarte, transformarte a ti mismo". Y, en términos globales, lograr que la sociedad se transforme a sí misma.
Se habla tanto de liderazgos grandes como pequeños, y no se trata de hacer un ejercicio de autoayuda, sino de variar algunos puntos de vista. "Todos sabemos -señala Castiñeira- que en muchas organizaciones el problema es la inmadurez de algunas personas con responsabilidades, aunque en ciertas actividades estas puedan ser muy eficientes. Son personas tóxicas".
Plantean la necesidad de introducir en las escuelas de negocios y a la hora de evaluar qué es el buen liderazgo una quinta dimensión, que es la calidad humana, el ethos. "Simplificando mucho: sólo las personas con calidad humana merecen lograr posiciones de liderazgo", escriben. Idea que conectan con la grandeza, con la capacidad de una persona, sea cual sea su ámbito de acción, de estar conectada con la vida en un sentido amplio.
Es difícil de alcanzar, pero aquí no se habla de personas estupendas, sino que se define el buen liderazgo -más que al líder- con posibilismo. Muchas de las personas que durante estos años entrevistaron los autores admitían la pobreza de su vida personal y el sueño de lo que denominan la "fantasía sabática". Es decir, descansar durante un tiempo para reconectar, planteamiento que consideran que parte del autoengaño, de la convicción de que uno sería capaz de conectar consigo mismo en todas las partes del mundo, menos en la que está en esos momentos.
Ante ello, aconsejan la desconexión diaria por pequeña que sea, la búsqueda de momentos de soledad que permitan dejar de ser como los hámsters "que corren sobre la rueda de la jaula" sin saber por qué . El liderazgo se plantea no sólo como el hacer -que junto al conocimiento es básico-, sino también como el ser.
Los autores citan alguna frase del libro de David Remnick que retrata la trayectoria vital del presidente de Estados Unidos: "Llegó un momento en el que Obama ya no se esforzaba por ser alguien que no era". Esto, dicen, es autenticidad.
Conocimiento, acción y persona deben ir así de la mano, ya que es la forma de trascender los análisis parciales y sesgados, y evitar el muy probable y paulatino ensanchamiento del ego, la confusión entre rol y personalidad. Se trata así, según los autores, de buscar un equilibrio entre lo que se es y lo que se hace, un hilo conductor que es lo que da fuerza para emprender un proyecto y, a la vez, mantener el contacto con uno mismo, con la dosis de crítica y búsqueda que esto conlleva. Mantener viva la pregunta de por qué se hace lo que se hace y huir de falsos heroísmos.
Castiñeira considera que en la cultura occidental no se enseña a trabajar la parte interior de las personas, y el resultado es que demasiado a menudo no llegan a los puestos de relevancia los mejores líderes, sino los que más han aguantado, y llegar al poder no significa ser un buen líder, como ha quedado sobradamente demostrado.
El análisis de estos dos profesores, que se basa en años de conversaciones con personas relevantes de todos los ámbitos profesionales, quiere reflexionar sobre el cambio de época que se está viviendo y sus nuevas necesidades. Antes, se señala, se vivía en un modelo estable en el que aparecían problemas "técnicos" para los que un buen gestor era suficiente para solventarlos. Ahora, en cambio, se necesitan líderes adaptativos, que sepan navegar por las situaciones nuevas, moderar las tendencias sociales, articular contextos heterogéneos. "No se trata de solucionar problemas, sino de solucionarte, transformarte a ti mismo". Y, en términos globales, lograr que la sociedad se transforme a sí misma.
Se habla tanto de liderazgos grandes como pequeños, y no se trata de hacer un ejercicio de autoayuda, sino de variar algunos puntos de vista. "Todos sabemos -señala Castiñeira- que en muchas organizaciones el problema es la inmadurez de algunas personas con responsabilidades, aunque en ciertas actividades estas puedan ser muy eficientes. Son personas tóxicas".
Plantean la necesidad de introducir en las escuelas de negocios y a la hora de evaluar qué es el buen liderazgo una quinta dimensión, que es la calidad humana, el ethos. "Simplificando mucho: sólo las personas con calidad humana merecen lograr posiciones de liderazgo", escriben. Idea que conectan con la grandeza, con la capacidad de una persona, sea cual sea su ámbito de acción, de estar conectada con la vida en un sentido amplio.
Es difícil de alcanzar, pero aquí no se habla de personas estupendas, sino que se define el buen liderazgo -más que al líder- con posibilismo. Muchas de las personas que durante estos años entrevistaron los autores admitían la pobreza de su vida personal y el sueño de lo que denominan la "fantasía sabática". Es decir, descansar durante un tiempo para reconectar, planteamiento que consideran que parte del autoengaño, de la convicción de que uno sería capaz de conectar consigo mismo en todas las partes del mundo, menos en la que está en esos momentos.
Ante ello, aconsejan la desconexión diaria por pequeña que sea, la búsqueda de momentos de soledad que permitan dejar de ser como los hámsters "que corren sobre la rueda de la jaula" sin saber por qué . El liderazgo se plantea no sólo como el hacer -que junto al conocimiento es básico-, sino también como el ser.
Los autores citan alguna frase del libro de David Remnick que retrata la trayectoria vital del presidente de Estados Unidos: "Llegó un momento en el que Obama ya no se esforzaba por ser alguien que no era". Esto, dicen, es autenticidad.
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