Sin embargo, un liderazgo sustentable real tiene que ver con
asumir un rol como persona y como cabeza de una organización para satisfacer
las necesidades actuales, sin comprometer las de futuras generaciones. Es
decir: se trata de lograr los objetivos actuales sin agotar los recursos
económicos, ambientales y humanos en el camino. Es necesario entonces
reflexionar
Un líder impacta en muchísimos actores con cada una de las
decisiones que toma, por lo que debe saber potenciar al máximo los aspectos
positivos para todas las partes interesadas, incluido el ambiente. Y, en la
persecución de estas metas, en la capacitación está la verdadera clave.
Estamos frente a un paradigma en el que sabemos que es
necesario un cambio de pensamiento, pero seguimos formando profesionales para
que crean que el éxito de cualquier acción estará basado solamente en su rédito
económico. En esa concepción, no tiene lugar la pregunta respecto de si para
lograr su meta una organización debe arrasar con un bosque o generar pobreza en
una comunidad; lo importante es que el negocio dé dinero. Lamentablemente, gran
parte de la educación que aún se sigue impartiendo tiene que ver con esta
concepción.
El modelo de "hombre máquina" del Charles Chaplin
de Tiempos Modernos y el tan famoso "homo economicus" de la escuela
clásica que desea poseer riqueza a toda costa, siguen siendo los referentes de
la mayoría de las cátedras universitarias de negocios y de gran parte de las
capacitaciones que se realizan in company. El error no está en enseñar estas
teorías para comprender la historia de la administración, sino que el problema
real radica en pensar que esa forma de concepción de trabajo y de éxito
profesional seguirá vigente para las nuevas generaciones.
Los jóvenes de hoy nos están demostrando constantemente que
desean tener una retribución económica por sus actividades, pero siempre y
cuando lo que hagan genere impacto positivo social y ambiental. ¿Estamos
enseñando a los futuros líderes a diseñar estrategias tomando en cuenta los
pensamientos y los sentimientos de sus grupos?
¿Queremos que reconozcan los impactos ambientales en cada
decisión que toman? ¿Deseamos que incluyan a las comunidades vulnerables en
cada acción que realizan? Si estas preguntas tienen respuesta positiva,
entonces debemos analizar cuál es la formación que se ofrece dentro de las
instituciones educativas y de las organizaciones.
"No hay empresas exitosas en sociedades
fracasadas", dice la célebre frase del empresario y filántropo Stephan
Schmidheiny. Y está claro que la educación acerca del "éxito" que
muchos de nuestros líderes actuales recibieron no fue suficiente para hacer
frente a un cambio climático que genera destrucción, pobreza y desigualdad a pasos
agigantados.
Si condenamos socialmente a los políticos que siguen
repitiendo las mismas falacias del pasado, ¿por qué seguimos aplaudiendo a una
organización que sigue ganando millones manteniendo modelos de trabajo esclavo
y/o de destrucción de hábitats? ¿Acaso las ventas de una empresa están bien
justificadas si se lograron grandes márgenes gracias a una cadena de valor
basada en fábricas clandestinas o en materia prima contaminada? No hay
organizaciones perfectas porque no existen las personas perfectas, pero sí
podemos colaborar en obtener un cambio genuino en esas personas
transmitiéndoles conocimientos de verdadero valor.
La educación que les brindemos a
los futuros líderes será clave para lograr una nueva concepción de lo que se
considere un buen negocio.
"Ojalá cuando estudiaba alguien me hubiese mostrado que
existía otra forma de ser un empresario exitoso". "Me enseñaron a
pensar en ganancias y no en beneficios". Son dos frases que se escuchan
cada vez más seguido entre jóvenes profesionales, cuando comparten sus
frustraciones por haber seguido un modelo de enseñanza que los seteó, cual
robot, a pensar únicamente en indicadores financieros o en términos de que si
las ventas no se dieron como se esperaba, entonces todo fue un fracaso, sin
poner interés en otros posibles efectos sociales sobre alguna población, o
ambientales sobre alguna especie en extinción.
Incluso, con ese modelo, si se ganó dinero de mala manera,
entonces se recurrirá al cliché de donar un juguete, plantar un árbol o pintar
una casa para no parecer tan ambiciosos. El problema no radica en el juguete o
en el árbol, sino en usar erróneamente acciones de responsabilidad social para
mitigar los impactos negativos que el supuesto negocio exitoso trajo como
consecuencia.
Si formamos líderes para considerar el triple impacto
(económico, social y ambiental) en cada decisión que tomen, si les enseñamos
que hay otra forma de ser alguien en el mercado y si les mostramos, por
ejemplo, el cambio positivo que están generando las empresas B (caracterizadas
así por haber certificado que producen un triple impacto), entonces la
sustentabilidad será parte de su ADN. De esta forma, las estrategias que
diseñen serán sostenibles en el tiempo, no solamente por la obtención de una
ganancia sino por el beneficio que resulte para todas las partes involucradas.
En la nueva economía colaborativa en las que los líderes del mañana
querrán trabajar, cada sector de una organización deberá estar alineado para
medir su éxito por el impacto positivo que genere.
Y, para ello, será necesario que todos los actores hablen el
mismo idioma de la sustentabilidad. Es decir, que estén capacitados y
entrenados para analizar variables sociológicas, ambientales y culturales más
allá de las económicas, en cada plan que surja. Busquemos formar líderes
sustentables como motores de cambio para lograr verdaderos éxitos sostenibles
en el tiempo y, así, conseguir beneficios reales para el planeta y la sociedad.
Belén Arce es docente
universitaria y consultora
en temas de sustentabilidad
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