Pues así es. O al
menos así lo creo yo también. Hay mucha gente que profesionalmente llega a poco
simplemente porque tiene un déficit importante de inteligencia emocional.
No me voy a meter en
el terreno afectivo y personal porque es muy delicado, y es también harina de
otro costal. Al hablar de inteligencia emocional voy a referirme en este
artículo exclusivamente al ámbito profesional y empresarial.
Y llegar a poco
significa que no han accedido a posiciones de relevancia en su entorno laboral,
no por falta de inteligencia e incluso de trabajo duro, sino por no utilizar su
inteligencia emocional o por tenerla escasamente desarrollada. Por no darse
cuenta que para triunfar en el terreno laboral no hace falta ser un killer a la
antigua usanza. Eso ya pasó de moda hace tiempo y es un concepto tan obsoleto
como decadente. Lo que sí hace falta es entender algo tan sencillo como que
todo el mundo tiene emociones y mil formas de expresarlas. También en el trabajo.
Que quienes te rodean en tu entorno laboral, aunque sean tus subordinados,
tienen sentimientos y te observan y te valoran. Y en función de tu conducta con
ellos te seguirán o, simplemente, simularán que lo hacen mientras te van
dejando solo.
Hace solo unos días
leía una crónica de un periódico económico que calificaba como killer a un
presidente recién nombrado de una importante compañía. Desconozco si ese
flamante presidente merece o no tal calificativo, si lo merece es mejor que
alguien de su confianza le diga con sinceridad que eso ya no se lleva y que si
quiere triunfar eche mano de su inteligencia emocional por lo menos de puertas
para adentro. Si no lo hace, la factura que pagará, él y la empresa que empieza
a liderar, será muy alta.
A veces en las organizaciones
aparecen jóvenes promesas que apuntan a ser excelentes líderes, que su
preparación, su inteligencia y su trabajo duro hacen de ellos estrellas
nacientes con serias posibilidades de escalar a lo más alto del organigrama. Se
les llama high potentials que es muy anglosajón y queda muy bien. Tienen luz
propia y son identificados como talento emergente de primera. Exhiben mucha
energía, conocimiento y pensamiento innovador, y en ellos es rutina trabajar
doce horas diarias, cuando menos. Literalmente se comen el mundo, o eso creen
ellos y sus mentores.
Todo va bien, y las
previsiones de éxito de los resplandecientes astros se mantienen intactas
durante un tiempo. Al menos mientras no tengan a su cargo equipos de alto
rendimiento. Sus carencias y su desnudez, si las tienen, suelen dar la cara
cuando tienen que liderar equipos competitivos. Equipos potentes que no se
conforman con tener un jefe. Aspiran a algo más, y prefieren a un líder que,
aunque sea muy exigente, tenga buena carga emocional con capacidad para
motivarles, darles cancha, reconocer su trabajo, guiarles y desarrollarles como
profesionales. Cuando los equipos no ven esto en sus líderes, por brillantes
que parezcan, se desenganchan y lo que era un ejecutivo agresivo y prometedor
se desinfla y se queda a la deriva o en la nada. O simplemente alguien lo
fulmina un día al darse cuenta de su visible incompetencia para liderar gente.
Por otra parte, hay
quien confunde a un directivo emocionalmente inteligente con otra cosa. Un
auténtico líder con buen equipaje de inteligencia emocional no es un líder
blando, ni flojo, ni laxo. No nos despistemos. Es alguien que puede ser duro y
exigente con sus equipos a la hora de pedir resultados y marcar metas muy
altas, pero sabe muy bien cómo funciona el componente emotivo de las personas
para sacar lo mejor de ellas en toda circunstancia. Y sabe que liderar equipos
es un arte y lleva tiempo y trabajo duro hacerlo. Saben muy bien que lo de
“ordeno y mando”, lo de “ejecutivo agresivo”, aquello de killer y cosas
parecidas solo funciona a corto plazo y no siempre. Son actitudes del pasado y
de falsos líderes incapaces de que sus equipos les sigan.
Los líderes que
utilizan bien el componente emocional de su inteligencia son mucho más
productivos y rentables para las compañías, y para cualquier organización. Más
rentables que esos ejecutivos autistas que parecen saberlo y dominarlo todo,
que se sienten tocados por la mano de su dios, que aceptan opiniones de otros
siempre que coincida con la suya, que les cuesta premiar y reconocer, que solo
se concentran en el objetivo a conseguir sin apercibirse que sin cuidar el
talento que le rodea no va a llegar lejos. Estos “ejecutivos de piñón fijo” y
de sensibilidad escasa suelen fracasar y quedarse en el camino. Como debe ser.
El entorno les termina expulsando o, cuando menos, relegando a tareas y
posiciones menos glamurosas.
Todavía se encuentra
uno por ahí con ejecutivos desbocados y, literalmente, desbordados sin tiempo
para cuidar y desarrollar a su equipo, siempre mirando hacia arriba preocupados
de cada gesto de su jefe, sin darse cuenta que si su equipo no le sigue, él o
ella se quedan colgados. Sin darse cuenta que él o ella necesita más a su
equipo que su equipo a él o a ella.
Los líderes que,
además de preocuparse de la cuenta de resultados, se preocupan de su gente
mezclándose constantemente con los equipos, animándoles, dando la cara por
ellos, ayudándoles en la adversidad, mostrando un punto de empatía y humanidad,
reconociendo el trabajo bien hecho, y muchas cosas más, esos líderes
normalmente triunfan donde otros fracasan. Y cuidar y preocuparse de los
equipos no significa ser pusilánime ni blandengue. La exigencia de resultados
ambiciosos a los equipos es totalmente compatible con mostrar una actitud
integradora y motivadora que hace a la gente más productiva y comprometida con
los proyectos.
En otras palabras, los líderes y los ejecutivos con un buen
depósito de inteligencia emocional saben que cuanto mejor utilicen ese
inagotable recurso, mejores serán sus resultados. Y esto puede decirse que
es una constante universal que funciona en cualquier nivel jerárquico de una
empresa u organización, en cualquier geografía y en cualquier cultura de
nuestro planeta.
Hay compañías que ya
dedican recursos para desarrollar mejor las capacidades de inteligencia
emocional de sus empleados y ejecutivos. Son conscientes del valor añadido que
esa actitud supone frente a sus competidores y lo hacen porque sus líderes
están convencidos de que la práctica generalizada de la inteligencia emocional
produce muchos beneficios que se terminan depositando generosamente en la
cuenta de resultados. Y estoy convencido que esta práctica se abrirá camino en
todo tipo de organizaciones, no por paternalismo de sus líderes, sino por la
evidencia de que la inteligencia emocional paga buenos dividendos y hace más
rentables y competitivas a las empresas. Y si no, al tiempo.
Desconozco si existe
alguna sesuda definición de lo que es la inteligencia emocional. En mi modesta
opinión, inteligencia emocional es simplemente sentido común. No hay más
secreto.
Emilio Moraleda es autor de: “Los retos del directivo
actual”
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