Están aquellos que dicen sí a todo, desde la
comodidad de agradar al jefe; y están los cenizos, que reniegan sin aportar
soluciones. Frente a ambos, los escépticos ponen un punto crítico constructivo.
Quizá en tu compañía tengas que trabajar
habitualmente con los típicos ilusos, eternos optimistas abducidos por la
empresa –y sobre todo por el jefe– a los que todo les parece estupendo. Pero es
posible que también te toque lidiar con aquellos que se instalan en la queja
continua. Son los cenizos que lo ven todo mal y que no suelen
aportar soluciones, generando un clima laboral insoportable.
En el centro de esta lucha entre optimistas y
pesimistas de oficina aparecen los escépticos (constructivos). Ese escéptico
como contrapunto –nunca un cenizo o un pesimista– supone un motor de la
innovación para aquellos que opinan que demasiada armonía en un equipo de
trabajo en el que nada se cuestiona implica, entre otras cosas, una invitación
para que los más mediocres se perpetúen.
Ovidio Peñalver, socio de Isavia, cree que en el
entorno laboral deben existir también profesionales que hagan de abogado del
diablo, "que tengan los pies en el suelo y que sean gente práctica.
Aportan la búsqueda de hechos, evidencias e información, ayudan a poner en
práctica las ideas y son fuente de prudencia y precaución, además de brindar
planes de contingencia".
Lo difícil y valioso no es criticar o
cuestionar,
sino hacer propuestas de mejora
Peñalver se refiere a "los roles de
Belvin", una clasificación de la fauna laboral que habla de cerebros,
investigadores de recursos, coordinadores, impulsores, evaluadores,
cohesionadores, finalizadores, especialistas... E implementadores, que son los
que Peñalver asocia con los críticos constructivos: prácticos, de confianza,
eficientes, que transforman las ideas en acciones y organizan el trabajo que
debe hacerse, aunque resulten inflexibles en cierta medida, y algo lentos en
responder a nuevas posibilidades.
Optimistas vs. Pesimistas
Marcos Urarte, socio director de Pharos, también
valora las diferencias entre optimistas, pesimistas y escépticos: entre los
primeros detecta a los "ilusos patológicos", que son aquellos
incapaces de concebir que algo pueda ir mal, por lo que no suelen cuantificar
los riesgos, ni tener respuestas cuando ocurre algo no previsto por ellos.
Urarte cree que estos ilusos "suelen ser unos pésimos gestores, aunque son
las personas más adecuadas en situaciones extremas y desesperadas". El
experto prefiere a los optimistas realistas, "ya que a pesar de que
visualizan unos objetivos ambiciosos y toman las medidas para conseguirlos,
también están preparados para asumir escenarios no tan favorables".
Sobre los cenizos, Urarte opina que "es mejor
huir de ellos, porque son devoradores de energía y de ilusiones".
Si
en una organización sólo se recompensa el escepticismo,
no
hay innovación ni avance
El socio director de Pharos opina que "a pesar
de que seamos conscientes de lo complicada que puede ser una situación, es
imprescindible afrontarla con optimismo. Al final, una de las decisiones que
podemos tomar en nuestra vida, es si nos retroalimentamos de forma positiva o
negativa. Una espiral de superación o de hundimiento".
Sentido crítico
Finalmente, nos quedan los escépticos. Urarte
asegura que éstos son el complemento ideal e imprescindible de los optimistas:
"Se trata de personas que maximizan los riesgos y dificultades y, a veces,
tienden a minimizar nuestras capacidades para conseguir los retos, pero no los
ven imposibles. Tienen la virtud de hacer ver dificultades a los optimistas que
éstos no contemplan, y hacerles valorar otros escenarios. Pueden actuar como la
conciencia y, a su vez, tienen la capacidad de apuntarse a los proyectos".
Por su parte Jesús Vega, experto en recursos
humanos, niega la posibilidad de que un simple escéptico pueda ser
constructivo: "Otra cuestión es el espíritu crítico, que implica
cuestionar lo que existe, el statu quo, las cosas nuevas o los
movimientos del futuro. Pero de este cuestionamiento sólo saldrán cosas
positivas si únicamente se aceptan aquellas críticas que vengan acompañadas de
una propuesta de mejora".
Vega recuerda que el escéptico ayuda en una
organización a analizarlo todo, pero tiene como aspecto negativo que criticar
es siempre lo más fácil. "Si el espíritu escéptico se apodera de la
cultura y sólo se recompensa ese tipo de escepticismo no se innova ni se
avanza, porque lo difícil es proponer nuevas ideas".
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