Ya
hemos terminado de leer el último libro de
Jeremy Rifkin.
En gran parte recopila ideas de libros anteriores y continúa con su
particular mantra entre apocalíptico y optimista cara al futuro que
nos espera como sociedad. Si el mensaje final que lanza es el de retomar
aquella vieja visión de unión profunda con la madre tierra (ahora entendida
como biosfera y sustentada en principios de economía circular), no por ello los
argumentos previos dejan de ser inquietantes.
La
idea de fondo es simple: el trabajo
tal como lo hemos conocido desaparece y emerge una sociedad colaborativa en la
que los precios se derrumban. De manufacturar productos y servicios a
infofabricarlos mediante las capacidades de millones de personas
individuales, de la “producción en
masa” a la “producción de las masas”.
Se
empeña Rifkin en aportar datos de espectaculares mejores en eficiencia que
están aún por llegar. Lo hace recurriendo a informes que ya conocemos de
General Electric (Pushing the
Boundaries of Minds and Machines) o de Cisco cuando pregonan las
bondades de la Internet de las Cosas. Sin embargo, Rifkin introduce una
concepción holística para comprender esos avances en productividad. Si no se
tienen en cuenta las leyes de la
termodinámica aplicadas al uso de la energía, las mejoras en eficiencia se
cargarán este planeta en que vivimos.
Es
más, Rifkin explica que son estas leyes de la termodinámica las que explican
esas mejoras de productividad. Citando el trabajo de Reiner Kümmel, físico de
la universidad alemana de Würzburg, y Robert Ayres, economista de la escuela de
empresariales INSEAD de Fontainebleau, comenta que estos dos investigadores
(p.95):
[...] han vuelto a
examinar el crecimiento económico del período industrial mediante un análisis
basado en tres factores -el capital físico, el rendimiento laboral y la
eficiencia termodinámica del uso de energía-, y han observado que “el aumento
de la eficiencia termodinámica con que la energía y las materias primas se
convierten en trabajo útil” explica la mayor parte del aumento de la
productividad y del crecimiento en las economías industriales que quedaba por
explicar. En otras palabras, el factor que faltaba era “la energía”.
En
el esquema de Rifkin son necesarias tres condiciones para el progreso real: una
Internet de las comunicaciones -la que ya está aquí-, una Internet de la
logística y una Internet de la energía. Por debajo lo que hace posible y de
alguna forma se funde con esas tres “Internets” es la Internet de las
Cosas. (Casi) todo conectado con
(casi todo).
Vale,
pero ¿sin trabajo?, ¿con productos y servicios (casi) gratuitos debido a que los
costes marginales para generarlos tienden a cero? No me acaba de cuadrar la
ecuación. Claro que ya nos dice que vivimos hoy la lucha entre dos modelos: el
capitalista y el de la nueva economía colaborativa. Esta segunda desploma los
precios y ¿democratiza el trabajo? Que cada cual interprete porque pudiera ser
que estuviéramos ante el fin del
capitalismo o ante un capitalismo ubicuo.
Dejo
otro párrafo para la reflexión:
Por último, ¿y si el
coste marginal del trabajo humano en la producción y distribución de bienes y
servicios cayera hasta llegar casi a cero porque la tecnología inteligente
sustituyera a trabajadores de todos los sectores industriales, profesionales y
técnicos, permitiendo a las empresas llevar a cabo gran parte de la actividad
comercial de nuestra civilización de una manera más inteligente, eficaz y
barata con trabajadores convencionales? También esto es ya una realidad:
millones de trabajadores han sido sustituidos por tecnología inteligente en
empresas y entidades profesionales de todo el mundo. ¿Qué haría la humanidad y,
más importante aún, cómo definiría su futuro, sin el empleo masivo y el trabajo
profesional desaparecieran de la vida económica en un par de generaciones? Esta
pregunta ya se está planteando con seriedad en algunos círculos intelectuales y
en el debate político.
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